Barcelona huele mal
Barcelona huele a sucio. El mal olor va por barrios, como casi todo aquí. Quien firma estas líneas se ha permitido la licencia de hacer una miniencuesta entre su entorno (cero rigor estadístico). Y el resultado daría para algún chiste, si no fuera porque la cosa tiene poca gracia.
Una trabajador del servicio municipal de limpieza recoge basura, en el barrio del Raval.
En sentido orográfico, la parte baja de la ciudad apesta a orina humana o a cloaca. La parte alta, a orín de perro (el efecto compensatorio de los tilos no basta). En el centro urbano, se mezclan todos esos efluvios, con más o menos intensidad según si pisas una calle ancha o una estrecha.
La parte baja apesta a orina humana o a cloaca; la alta, a orín de perro; y el centro, a todo junto
En cualquier caso, el hedor cumple una función democrática: nos une a todos.
Es verdad que equiparar Barcelona a una ciudad sucia puede ser desproporcionado e injusto. El Ayuntamiento gasta un millón de euros al día en limpiar. Un dineral. ¿Cunde? ¿Está sucia Barcelona? ¿Lo está si se compara con Madrid? ¿Con Roma o París? ¿Con Copenhague? En Nueva York han conseguido camuflar la fetidez de sus calles con los vapores de la marihuana, cuyo consumo se ha disparado gracias a una nueva legislación más permisiva con puestos ambulantes. Ahora la urbe de la Gran Manzana atufa a maría.
Como suele ocurrir con estas discusiones bizantinas sobre la limpieza, depende mucho de la sensibilidad olfativa de cada uno, de los estándares higiénicos, de dónde vives (o has vivido) y adónde has viajado. Invito a los lectores a responder.
Servidora, que es mediterránea y con cierta facilidad barroca para el desahogo verbal, ha decidido abonarse a la queja –un deporte muy barcelonés– de mi vecindario. Apenas quedan porteros que frieguen su trozo de acera. El tema del aire maloliente monopoliza desde el verano las charlas indignadas a pie de calle en mi barrio. El mismo en el que los expats han colonizado pisos a 8.000 euros el metro cuadrado. El mismo en el que cada vez duermen más personas sintecho, entre cartones, junto a fuentes públicas donde se asean, en parques infantiles y en portales.
Pensábamos que el ambiente se volvería más respirable sin la marabunta de guiris y con el alivio del otoño. Y no. Puede que el año se cierre con la pluviometría alta. Sin embargo en Barcelona lleva tiempo lloviendo mal. Lluvias contadas y torrenciales juegan al chino con la estadística. Desengañémonos: no va a caer del cielo el maná que desodorice la ciudad.
Pobres glándulas pituitarias, cruelmente agredidas a diario por meados y mugre. ¿Solo es una percepción? Quizá. Hace un par de años, como tal también se tachó la sensación de inseguridad, y ahora figura, bien visible, en la agenda del Ayuntamiento y la Generalitat. En junio, la limpieza ocupaba la cuarta preocupación ciudadana (5%), desplazada por la vivienda y la seguridad. Mejoraba posiciones respecto a años atrás, sí, aunque el sacrosanto barómetro municipal solo acostumbra a captar el malestar en toda su complejidad cuando el cabreo se vuelve mayúsculo.
Falta civismo, por supuesto. Va por todos. Y falta baldeo, señor alcalde. Más baldeo, que ya no hay sequía. ¡Agua a chorro! Mucha agua a chorro.
Lo de inspeccionar más a los bares de planta baja por sus deficientes salidas de humos dejémoslo para otro artículo, si eso.