La revolución china de la energía limpia cambiará el mundo
Transición energética
Pekín gana ya más dinero con la exportación de tecnología verde que EE.UU. Con la venta de gas y petróleo
Campo de energía solar y eólica cerca de Weifang, en el este de China
La revolución china de las energías renovables es de tal magnitud que casi resulta imposible imaginarla. A finales del año pasado, el país había instalado 887 gigavatios de capacidad solar, casi el doble que Europa y Estados Unidos juntos. Con los 22 millones de toneladas de acero utilizados para construir nuevas turbinas eólicas y paneles solares en 2024 se habría podido construir un puente como el Golden Gate todos los días laborables del año. En 2024, China generó 1.826 teravatios-hora de electricidad eólica y solar, cinco veces más que la energía contenida en el conjunto de sus 600 bombas nucleares.
En el contexto de la guerra fría, la medida característica de una “superpotencia” era la combinación de un alcance continental y un arsenal nuclear que amenazaba al mundo. Hoy, la combinación de la enorme capacidad manufacturera de China y su voraz apetito por una electricidad abundante, barata y producida en el propio país debe considerarse bajo una luz similar en la medida en que tiene el potencial de cambiar el mundo. Ambos factores han convertido a China en un nuevo tipo de superpotencia: una superpotencia que despliega electricidad limpia a escala planetaria.
De resultas de ello, el país está remodelando las perspectivas energéticas del mundo, su geopolítica y su capacidad para limitar los efectos catastróficos del cambio climático. La principal razón por la que los países todavía no han descarbonizado sus economías es porque carecen de los medios para hacerlo. Y eso es lo que China está solucionando. Proporciona al mundo un suministro cada vez mayor de energía limpia a precios más baratos que cualquier alternativa, incluidos el carbón y el gas natural.
China es capaz de producir en un año tanta energía renovable como 300 grandes centrales nucleares
El país es capaz de producir casi un teravatio de capacidad de energía renovable en un año. Esa cantidad equivale a suministrar más energía que 300 grandes centrales nucleares. Y la dinámica creadora de toda esa capacidad de generación dista mucho de agotarse. La enorme demanda de China, que genera un tercio de la electricidad mundial, se está cubriendo con una producción cada vez más eficiente, lo que hace que el producto final sea cada vez más barato. Eso, a su vez, le permite cubrir aun más la demanda, lo cual incide de nuevo sobre el precio, y así sucesivamente. Las subvenciones que impulsaron en un inicio ese círculo virtuoso son cada vez más irrelevantes; en realidad, muchas de ellas se están retirando.
Gracias a semejante capacidad (y a una tendencia a fijarse objetivos fácilmente alcanzables), China ha sobrepasado, o está en vías de sobrepasar, la mayoría de los compromisos asumidos tras la firma en París hace diez años de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Los políticos, negociadores, grupos de presión y otros asistentes que se reúnen en Brasil para la cumbre COP 30 de la CMNUCC lo harán en un contexto marcado por los últimos compromisos chinos de duplicar con creces la capacidad del país en energías renovables y de realizar una reducción modesta pero cuantificada de las emisiones para 2035. (Es muy posible que se superen ambos objetivos.)
Igualmente importante es que China está exportando su revolución al resto del mundo. El actual gobierno estadounidense rechaza las tecnologías renovables. En Europa, la industria se está vaciando y los votantes se rebelan contra las costosas políticas ecológicas. Sin embargo, es en los países en desarrollo donde se ganará o perderá la lucha contra el cambio climático, y es allí donde las energías renovables chinas marcarán la mayor diferencia.
Fabricación de células fotovoltaicas para exportar a EE.UU y la UE n Lianyungang
China gana ahora más dinero con la exportación de tecnología verde que Estados Unidos con la exportación de combustibles fósiles. La tendencia continuará sencillamente porque las energías renovables son baratas; y, si alguien duda de su atractivo, que cuente el número de paneles solares instalados en los tejados paquistaníes. El trabajo que China realiza para reducir las emisiones en su territorio (energías renovables cada vez más baratas, un almacenamiento más abundante que hace que esas energías renovables sean más útiles, mejores mercados eléctricos, largas líneas de transmisión y todo tipo de conocimientos asociados) será, por lo tanto, cada vez más relevante y vendible más allá de sus fronteras.
Esta maquinaria antiemisiones funciona gracias al interés propio. Un mayor número de tecnologías limpias en otros lugares reduce los riesgos climáticos de China porque contribuye a disminuir las emisiones globales. Al mismo tiempo, aporta beneficios económicos. Durante muchos años se ha solido considerar que había una divergencia entre los intereses económicos y climáticos de los países, lo cual fomentaba un problema de parasitismo puesto que se buscaban los beneficios de frenar el cambio climático al tiempo que se eludían sus costes. Hoy en día, los incentivos económicos y climáticos del mayor fabricante del mundo y de muchos de sus mercados de exportación están cada vez más alineados.
La idea de un futuro con bajas emisiones de carbono basado en la capacidad industrial de China suscita inquietudes. Por un lado, el país todavía parece reacio a renunciar al carbón con la rapidez con la que podría hacerlo. Si se comprometiera con mayor decisión a remodelar la infraestructura de su red eléctrica y sus mercados energéticos, y pusiera un precio a las emisiones de carbono, las energías renovables podrían pasar de ser un complemento a un sistema nacional basado en el carbón a convertirse en un medio para la desaparición de dicho sistema.
Para el resto del mundo, la preocupación es la seguridad. La China de partido único, bajo la inflexible dirección política de Xi Jinping, es represiva en el interior y despiadadamente egoísta en el exterior. La forma en que explota sus ventajas, como las que ha acumulado en el suministro de tierras raras y otros minerales críticos, convierte en aterradora la perspectiva de depender de ese país para cualquier cosa valiosa.
China puede disipar esas preocupaciones trasladando un gran parte de su base manufacturera y de la tecnología asociada a las empresas en las que invierte en otros lugares. Tener a los países pobres presos en la trampa de la deuda, como ha hecho en algunos lugares su Nueva Ruta de la Seda, no hace más que perjudicar sus propias expectativas comerciales. Sin embargo, los temores propios de la época de los combustibles fósiles (que alguien, en algún lugar, cierre el grifo) no se aplican a unas tecnologías que, una vez instaladas, producen energía al margen de lo que puedan decir sus fabricantes. Las células solares no pueden ser objeto de soborno como ocurre en el caso de los chips de silicio.
Y los beneficios podrían ser enormes. Aunque la posibilidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de forma tan drástica como para limitar el aumento de la temperatura global a sólo 1,5 °C (según se aprobó en París) es ya cosa del pasado, la energía solar y la eólica ofrecen la mejor esperanza para limitar nuevos aumentos.
E, incluso si para alguien el cambio climático no es una prioridad, debería sentir entusiasmo ante la perspectiva de una energía limpia, barata y abundante, y ante su promesa de una mejora de la vida de miles de millones de personas en los países en desarrollo. El mundo necesita lo que China ofrece. Debería aceptarlo.
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Traducción: Juan Gabriel López Guix