“¡Sean todos bienvenidos a Dahiya!”, gritan eufóricos unos jóvenes chiís sobre un montículo de escombros, mientras ondean las banderas amarillas Hizbulah. Es la primera vez en tres meses que pueden volver a pisar su barrio, el mayor feudo de la milicia en Beirut y el epicentro de los bombardeos israelíes. El aire, aún cargado con el polvo del hormigón hecho trizas, es de aparente victoria. “Estamos felices de que todo haya acabado. No han podido con nosotros”, dice Zeina, una libanesa que asegura apoyar al Partido de Dios “hasta el final”. Junto a una rotonda reventada, posa para un selfie con su novio Mahmoud.
Mostrar comentarios