El estadio como templo, los himnos de la afición como liturgia, los colores y el escudo del equipo como símbolos sagrados y los jugadores estrella como héroes o santos venerados. El deporte, especialmente el fútbol, ha dejado de ser solo un juego para convertirse en un fenómeno psicológico y social comparable a la religión.
Y no es una apreciación subjetiva ni un comentario de bar. Estudios de neurociencia revelan sorprendentes paralelismos entre los patrones neurológicos y psicológicos de los hinchas deportivos y de los devotos religiosos. Lo relata con todo detalle Aaron C.T. Smith, profesor de negocios e innovación deportiva en la Universidad de Camberra (Australia) y en la de Loughborough de Londres, en su nuevo libro, The Psichology of Sports Fans (La psicología de los fans deportivos, publicado por Taylor & Francis Group).
“El deporte crea lo que yo llamo fe tribal, un poderoso vínculo que proporciona confort, propósito y un sentido de pertenencia, igual que la devoción religiosa; al igual que la religión, el grupo de seguidores deportivos ofrece una narrativa preconfeccionada que nos ayuda a navegar por las incertidumbres de la vida; para los fervorosos hinchas, el estadio se convierte en su iglesia; los cánticos, en sus himnos, y los días de partido, en sus celebraciones sagradas”, explica Smith en conversación por correo electrónico con La Vanguardia.
Misma activación cerebral
Lo interesante de su libro es que recoge evidencias que facilita la neurociencia sobre por qué sucede todo eso. Los estudios con técnicas de neuroimagen muestran que tanto la afición deportiva como las creencias religiosas involucran áreas similares en el cerebro, las mismas que se activan en las relaciones familiares o en las amistades estrechas.
“El aumento de la actividad en los centros emocionales, como la amígdala y las vías de recompensa, durante los partidos refleja lo que ocurre cuando el cerebro procesa los vínculos fuertes, las relaciones personales cercanas, y eso explica por qué las experiencias deportivas intensas pueden sentirse casi trascendentales, evocando emociones poderosas igual que las prácticas espirituales”, apunta el escritor.
Los deportes unen a personas que de otro modo tendrían poco en común, como ocurre con las congregaciones religiosas
Por ello considera que no es exagerado decir que deportes como el fútbol pueden convertirse en una religión secular que estructura y da sentido a millones de vidas. “Desde un punto de vista cultural más amplio, la analogía ayuda a explicar por qué los deportes pueden unir a personas de diversos orígenes, a individuos que de otro modo tendrían poco en común, fomentando en ellos un fuerte sentido de comunidad e identidad colectiva, al igual que ocurre con las congregaciones religiosas”, agrega Smith.
En este sentido, enfatiza que los deportes ofrecen una historia que el cerebro quiere escuchar y aprovecha sus sesgos cognitivos, porque está en la naturaleza humana buscar la conexión, la pertenencia y narrativas convincentes, explica el experto en gestión del cambio y en ciencias cognitivas.
El fanatismo no es nuevo pero en la sociedad actual se magnifica
La esencia del fanatismo deportivo no es nueva. Históricamente la gente ha seguido apasionadamente los juegos locales, las batallas de gladiadores y los torneos medievales. Sin embargo, el actual es más intenso y tiene más visibilidad.
”Con cobertura deportiva las 24 horas del día, debates en las redes sociales e interminables interacciones en línea, los hinchas de hoy viven en un compromiso constante e intenso; y los clubes y las ligas fomentan activamente la participación de los aficionados todo el año, manteniendo la inversión emocional perpetuamente alta”, analiza Aaron C.T. Smith.
Y cree que también hay otras realidades y condiciones de la vida contemporánea que magnifican el fanatismo deportivo, como la globalización, que permite que personas de todo el mundo apoyen apasionadamente a equipos de culturas totalmente diferentes a la suya.
“Esta conexión global intensifica el sentimiento de pertenencia y la rivalidad, añadiendo otra capa más al fanatismo moderno; es por eso que el segundo mayor número de seguidores del equipo de béisbol de los Dodgers, de Los Ángeles, está en Oshu (Japón), de donde proviene su superestrella, Shohei Ohtani; y lo mismo ocurre con el Barça, que tiene más hinchas en todo el mundo que en la propia ciudad”, comenta.
”Los deportes ofrecen una montaña rusa emocional -el triunfo se celebra como propio y la derrota duele como una pérdida personal- que desencadena respuestas bioquímicas (en forma de dopamina, oxitocina, endorfinas...) que la hacen adictiva, lo que lleva a los aficionados a reforzar cada vez más su compromiso”, justifica.
Pero esa no es la única razón por la que los hinchas se vuelven tan fanáticos. En su libro, Smith explica que “nuestra mente posee una increíble capacidad para creer; una capacidad que ha sido crucial en la supervivencia a lo largo de la historia humana; y ahora no podemos resistirnos a ejercitar nuestras creencias, así que invertir en creencias asociadas con el deporte y los deportistas nos aporta importantes recompensas personales y sociales”.

Los deportes ofrecen una montaña rusa emocional que resulta adictiva para el cerebro, lo que refuerza la implicación de los aficionados
Por ejemplo, el fanatismo deportivo, como la devoción religiosa, ofrece un entorno controlado para enfrentarse a emociones intensas (como la esperanza o la decepción), para desarrollar resiliencia y para reforzar la lealtad. “Nuestros cerebros favorecen estas creencias emocionalmente útiles sobre las verdades objetivas; estamos programados para creer cosas que nos hacen más felices”, comenta.
Así, por ejemplo, aunque la lógica diga que sus acciones raramente afectan a los resultados, los fanáticos del deporte (como los de la religión) creen que sus rituales, vítores y apoyo juegan un papel en el éxito de su equipo (o comunidad).
Muchos hinchas encuentran amistad, apoyo y consuelo en los seguidores de sus clubes (como los creyentes en su comunidad)
Y, según Smith, esa profunda identificación y sentido de influencia repercute significativamente en la vida diaria y el bienestar psicológico de las personas. “Positivamente, proporciona estructura significado y comunidad; muchos aficionados encuentran una amistad genuina, apoyo emocional y consuelo a través de los seguidores de sus clubes, creando una red de social de seguridad informal (igual que los creyentes en su comunidad religiosa)”, ejemplifica.
Por otra parte, también fomenta la resiliencia (la creencia en el éxito futuro ofrece esperanza y ayuda a superar los contratiempos de la vida), y resulta empoderador, puesto que ser fan de un equipo da una identidad social respetada incluso a las personas marginadas.
Claro que esa identificación tan fuerte también tiene sus desventajas. Y Smith señala algunos: el estado de ánimo de los aficionados puede cambiar drásticamente en función del rendimiento de su equipo, el estrés durante los partidos puede dañar su salud, y la accesibilidad constante a los contenidos deportivos puede provocar cierta obsesión y afectar al equilibrio de la vida laboral y personal de algunos hinchas.
Del conflicto tribal a la rivalidad deportiva
Además, los mismos mecanismos psicológicos que fomentan fuertes lazos internos entre los devotos de un deporte o de una religión también conducen de forma natural a la rivalidad con otros. “Nuestros cerebros crean instintivamente una mentalidad de 'nosotros contra ellos'; evolutivamente, ese conflicto grupal fortaleció los lazos dentro de las tribus, asegurando la supervivencia; hoy en día, las rivalidades deportivas aprovechan ese antiguo impulso, que se manifiesta en derbis apasionados y acaloradas interacciones con los hinchas”, resume.
Y, en su opinión, esa rivalidad, aunque a veces conduce a una hostilidad genuina, también ofrece una vía de expresar de forma inofensiva y ritualizada los instintos tribales. “Incluso como rivales, los fanáticos del deporte comparten el respeto mutuo y la comprensión de la pasión que suscita, lo que hace que las rivalidades deportivas sean fenómenos culturales convincentes”, concluye Smith.