El escritor argentino Ernesto Sabato, decía que “la frase ‘todo tiempo pasado fue mejor’ no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido”. Y es que, a medida que avanzamos en edad, en ocasiones, consideramos que lo que hemos vivido y construido es mejor que lo que es el presente.
Si bien hoy en día muchos sénior empiezan a experimentar nuevas sensaciones, cambian de amigos, hacen cosas nuevas, se les abren caminos y expectativas de vida en unas condiciones que nunca antes habían tenido, también es fácil quedar anclados en la nostalgia de lo que fue nuestra vida cuando éramos más jóvenes. Lo ideal es que cuando hablemos de ‘nuestros tiempos’, sean los tiempos de todos. Abrir la mirada, crear un espacio más amable, sin prejuicios, sin enfadarnos ni quejarnos tanto porque “ya nada es lo que era”, se antoja como una buena práctica de convivencia intergeneracional, según los expertos.
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
El sociólogo, Juan Carlos Jiménez, investigador y docente de la Universidad CEU San Pablo, sostiene que “normalmente tendemos a diluir mucho los peores momentos y, a su vez, recordamos solo los elementos buenos del pasado, cómo éramos de comprometidos, de luchadores, de motivados”. Sin embargo, el experto reconoce que si fuéramos más objetivos, nos daríamos cuenta de que “no todos hemos hecho cosas tan interesantes como nos parece ni esos tiempos estuvieran faltos de problemas”.
Esta relación con el pasado es algo normal y natural, ya que, como dice el profesor, para poder introducir elementos de cambio en cada era “debe haber cierta ruptura generacional”. En general, los jóvenes son aquellos que estimulan el cambio y los mayores suelen tener más resistencia a él. “Esto ocurre porque su vida está más asentada, estructurada, y el cambio se presenta como algo líquido, más difícil de comprender, y como un espacio de incertidumbre. Vemos con recelo a los jóvenes, porque nos quitan nuestro espacio de confianza”, opina el experto. No obstante, esto no es nuevo. “Ha sido así en los últimos 2000 años”, afirma.
Vemos con recelo a los jóvenes, porque nos quitan nuestro espacio de confianza. Ha sido así en los últimos 2000 años
Conviene hacer una salvedad. Según Esther Camacho Ortega, psicogerontóloga, coordinadora del grupo Por la Promoción del Buen Trato a las personas Mayores, del Colegio de Psicólogos de Madrid, “en algunas personas mayores puede aparecer una percepción de que el pasado era mejor debido al proceso nostálgico de recordar momentos significativos, pero tenemos que tener muy claro que no representa a todas”.
Por eso, considera la especialista que asociar aquella frase únicamente a los séniors no refleja su diversidad. “Perpetúa ideas que pueden invalidar su papel actual como agentes activos y resilientes en la sociedad”. De hecho, hay muchos mayores que participan activamente, valoran los avances tecnológicos y médicos, y continúan contribuyendo en roles relevantes. “La nostalgia no debe confundirse con una negación del presente”, matiza la experta.
Volverse cascarrabias
A veces, las familias tienen la sensación de que sus mayores se vuelven gruñones, intransigentes, quisquillosos. “Hoy en día no se le puede decir nada a los jóvenes. Cuando yo era chaval, teníamos respeto a los mayores, hacíamos lo que nos decían, teníamos que hincar codos en la escuela, madrugar, estudiar y esforzarnos mucho en el trabajo, y si no, nuestros padres nos ponían en nuestro sitio. Lo de hoy en día, no lo entiendo: los chicos quejándose por todo, no quitan los ojos del móvil, rechazan trabajos porque no les vienen bien y lo de madrugar les suena a chino”.
Manuel V. (74 años, Madrid) empieza así su caminata diaria por el campo, a la que acude puntual a primerísima hora de la mañana, junto a su perro. En el trayecto suele coincidir con otras personas que pasean a sus respectivas mascotas. Como ya lo conocen, nadie le dice nada, aunque siempre hay quien intenta aligerar el ambiente: “venga, Manuel, no me seas cascarrabias desde tan prontito”.
Investigar qué hay detrás de ese enfado o malestar conduce, a veces, a descubrir que puede haber dolor, miedo, soledad, nostalgia, tristeza, duelo por la pérdida de seres queridos, aislamiento social, problemas de salud o el impacto de estereotipos negativos sobre sí mismos, todo ello que puede manifestarse en varios formatos: baja tolerancia a los cambios y a las incomodidades, tendencia a quejarse, a refunfuñar e incluso, no querer ver a nadie.
Por eso, la psicóloga hace hincapié en que “la irritabilidad o el aparente desinterés en la interacción social pueden tener raíces en múltiples factores”.
La irritabilidad o el aparente desinterés en la interacción social pueden tener raíces en múltiples factores
Carmen tiene 52 años y cuida de Lola, de 84, en un pueblo de Zaragoza. Va todos los días a su casa, la acompaña, leen juntas, salen a dar un paseo y le ayuda con las tareas de la casa. “Desde hace unos años, he observado que dice todo lo que se le pasa por la cabeza, sin preocuparse de cómo le siente aquello al otro. Sobre todo con sus nietos, cuando vienen a verla”. Critica su forma de vestir y de hablar, los regaña y muchas veces, acaba con una mueca de disgusto en el rostro y un ‘los chicos de ahora son de otra forma’. Carmen lo llama “hablar sin filtros ni pudores”.
La psicóloga apunta que “con la edad, algunas personas sienten menos necesidad de ajustarse a las expectativas sociales y, en cambio, priorizan la autenticidad. Esto no debe interpretarse como algo negativo, sino como un reflejo de su experiencia y confianza en sí mismas”. La experta también añade que es esencial diferenciar entre los cambios fisiológicos y las elecciones personales. “En ciertos casos, cambios en el cerebro asociados con el envejecimiento o patologías específicas, como la demencia frontotemporal, pueden influir en la inhibición de ciertos comportamientos”.
Algunas ideas para adaptarse a los tiempos
La psicóloga gerontológica advierte que “es importante señalar que no todas las personas mayores tienen ni deben sentirse obligadas a adaptarse a un presente que, a veces, puede ser hostil o excluyente para ellos”. De hecho, la ONU indica que la adaptación “debe ser una elección personal respaldada por un entorno inclusivo y respetuoso, no una imposición basada en expectativas sociales irreales”.
Por eso, la especialista recuerda que “el problema no radica en la supuesta falta de adaptación de los séniors, sino en las barreras estructurales que perpetúan la exclusión”. Recuerda que muchas personas mayores ya están integradas en el uso de tecnologías, liderando iniciativas comunitarias o participando activamente en sus comunidades. Sin embargo, las oportunidades no son iguales para todas: factores como el acceso a recursos económicos, la educación, la salud y el apoyo social influyen significativamente. Por eso, Camacho destaca la importancia de que la sociedad trabaje para eliminar estas barreras. “Como bien señala la OMS, el progreso debe beneficiar a todas las edades y no dejar a nadie atrás”, apostilla.
El problema no radica en la supuesta falta de adaptación de los séniors, sino en las barreras estructurales que perpetúan la exclusión
Por su parte, Juan Carlos Jiménez, reflexiona desde la sociología acerca de cómo se puede crear un espacio más amable en el que no se vean solo los aciertos de las generaciones séniors, ni solo los errores de las nuevas, sino que también de manera bidireccional.
Relacionarse con los más jóvenes
Como es profesor universitario que imparte clase a alumnos de entre 18 a 20 años, no puede negar que los ve a años luz de sus pensamientos y acciones. Sin embargo, Jiménez, con los 60 cumplidos, reconoce que cada día con ellos le enriquece profesional y personalmente: “cuando llegas a una edad, tu labor está en hacer de tu experiencia un instrumento de utilidad vital. En el aula, me doy cuenta de que estar con ellos es muy gratificante: son abiertos, acogedores, hay comprensión mutua”.
Dos claves esenciales: la comprensión y tolerancia mutuas
El docente aconseja que las personas mayores recuerden, comprendan y toleren los fallos de los más jóvenes, que son propios de unas personas que están empezando a vivir. “Que dicen cosas raras, sí; que hacen cosas que nos parecen absurdas, también. Pero, si echamos la vista atrás, recordaremos que también hacíamos cosas que espantaban a nuestros padres y abuelos. Es una etapa de maduración natural”.
Si echamos la vista atrás, recordaremos que también hacíamos cosas que espantaban a nuestros padres y abuelos
El profesor también admite que hoy en día esta fase se alarga más, la vida es más cómoda, están más tiempo en el nido familiar, se independizan más tarde, por lo que “quizá, a una persona de 60 años, uno de 18 o 20 nos parece un crío. Pero, si comprendemos que tienen la obligación, derecho, y necesidad de expresar sus puntos de vista, de decir y hacer sus cosas raras y absurdas, porque forma parte del aprendizaje, estaremos creando un espacio de entendimiento”.
Jiménez considera que para que ello ocurra, la comprensión también debe darse en sentido contrario: los jóvenes también tienen que entender que los séniors tienen sus propias formas de ver el mundo, que tienen una elevada experiencia, que no invalida la fuerza que tienen los jóvenes, sino que la complementan. “Si conseguimos articular un mecanismo de comprensión mutua intergeneracional, sería uno de los elementos fundamentales de seguir creando espacios de convivencia. En nuestra sociedad, vivimos varias generaciones distintas, con intereses, anhelos y miradas diferentes, por lo que tenemos que entender el empuje de los jóvenes y que deben ocupar su lugar, y ellos, a su vez, comprender que con 60 años o más, no hemos dejado de ser personas, ni de tener esos intereses ni hemos dejado de vivir”.
En línea con la comprensión mutua, el experto se rebela contra la idea de situar a todos los jóvenes como elementos poco comprendidos, que no se integran en la sociedad que nosotros queremos, que son todos unos delincuentes (“también hay abuelos que son deleznables: en todos los espacios hay de todo”) y que cuando “ellos quieren irrumpir en nuestras costumbres, tendemos a generar cierto rechazo”, dice. “Tenemos unas ideas de colectivización de la gente que nos traen estereotipos que están muy fuera de la realidad”, comenta.

Abrir la mirada, crear un espacio más amable, sin prejuicios, sin enfadarnos ni quejarnos tanto porque “ya nada es lo que era”, se antoja como una buena práctica de convivencia intergeneracional.
Descubrir sus valores, aunque no sean los mismos de antes
También cuestiona aquello de que las nuevas generaciones no tienen valores. “Los tienen solo que hacia aspectos más abstractos como la ecología o la igualdad”, señala. De esto se ha dado cuenta Evangelina, abogada jubilada, de 71 años, quien ha querido abrirse paso en el mundo de los adolescentes y conocer mejor a sus nietos de 11, 14, 16 y 17 años: “Tenemos cierta idea equivocada de que los jóvenes son una generación perdida, que no hacen nada, que no se esfuerzan, que todos son malos, que son ninis. Las noticias que hemos recibido tras la tragedia de la DANA han demostrado lo solidarios que pueden llegar a ser muchos de ellos. Es uno de sus grandes valores”, dice.
Tenemos cierta idea equivocada de que los jóvenes son una generación perdida (...). Las noticias que hemos recibido tras la tragedia de la DANA han demostrado lo solidarios que pueden llegar a ser
Echar la vista atrás y hacer ejercicio de autocrítica
El sociólogo invita a los mayores a frecuentar a sus hijos y nietos y recordar cómo eran ellos cuando jóvenes. “Hoy nos espantamos con la música, por ejemplo”, dice el experto. “escuchamos su reguetón, con su melodía y sus letras, y parece que nos da algo y hasta puede que se nos escape un ‘¡cómo ha degenerado la música!’. Sin embargo, no nos damos cuenta de que cuando en los años cuarenta surgió el rock and roll, a nuestros padres (¡y abuelos!) les parecía una señal del demonio. Entonces, no hacemos el ejercicio de echar la vista atrás de forma completa, solo vemos el presente con nuestra mirada de ahora”.
Por eso, es momento en el que toca entrenar la autocrítica. Que los jóvenes tengan ciertas características comunes, nos gusten o no, también tiene que ver con cómo hemos ido dibujando el panorama los mayores, sin adecuarnos a sus necesidades e intereses. “Quizá hemos insistido mucho en las ideas que para ellos no son un problema. Por ejemplo, puede que hayamos dado especial importancia al tema de la libertad a una generación que vive la libertad y en libertad”. El experto opina que este discurso puede sonarles muy exagerado y causarles cierto rechazo o indiferencia.
Afinar en cómo transmitir los mensajes
Por eso, el investigador enfatiza en que tenemos que pensar en qué forma hemos transmitido determinados valores, que nos han parecido que estaban ya consensuados o aceptados de manera universal, pero que una parte de los jóvenes, no solo nos los percibe, sino que reacciona de manera contraria a ellos. “Quizá se las hemos trasladado de manera impositiva y no realista”, reflexiona. Y añade que, si pensamos que este es el mejor sistema posible, por ejemplo, debemos transmitirlo adecuadamente a las nuevas generaciones y que no lo vean como irreal frente a sus propias experiencias. “Debemos generar confianza”, concluye.
Desde hace años resuena la expresión de que estamos frente a las primeras generaciones que van a vivir peor que los padres. “No hay una razón para que sea así, pero, los jóvenes se enfrentan a que un trabajador con estudios universitarios va a cobrar 900 euros, por lo que piensan que este sistema los están engañando”. El experto piensa que “los séniors, que aún lideran esta sociedad, deberían reflexionar de cómo incorporamos a los jóvenes para que se sientan mejor integrados, no solo en términos cuantitativos (inserción laboral) sino también cualitativos (elementos de valor, libertad, igualdad, etc.)”.