En la comida de presentación de su nuevo disco, Antonio Carmona (Granada, 1965), reparte sonrisas y charla distendido. El mítico cantante de Ketama acaba de cumplir 60 años y en breve prosigue la gira Antonio Carmona en familia. “Celebrarlo así es un regalo”, dice. Desde que en 2017 una grave infección provocó su ingreso hospitalario, reconoce valorar más todo lo que tiene: “mi familia, mi música, el cariño de la gente… soy muy afortunado”. Tan querido es que, cuenta, cuando estuvo tan enfermo, “a mi madre los taxistas no le cobraban las carreras”.
Al escuchar el adelanto de su nuevo disco, una vibrante canción en francés, cuesta reprimirse un 'olé'. Él sonríe y confiesa que, en cuanto pueda, se escapa unos días a hacer lo que más le gusta, perderse en su coche. Embajador de Citroën, para Carmona conducir es sinónimo de libertad. De su infancia recuerda “ir en un coche muy pequeñito, apretujado con el perro, la guitarra, mi padre, las maletas… Eso te hace fuerte. A mí me marcó. Por eso ahora, disfrutar de cada ratito con mi familia es lo más importante para mí”.
Había momentos difíciles, pero fui feliz por vivir en un barrio como el de Campamento
¿Cómo se recuerda de pequeño?
Pues mira, era un niño inquieto, regordete, que nació en una familia muy especial, de músicos, de artistas, donde todo el rato había música, alegría, aunque también había dolor. Había momentos difíciles. Pero sí, fui un niño feliz, sobretodo por vivir en un barrio como el de Campamento, donde prácticamente no viví el racismo. Eso fue muy importante.
¿Cuándo empezó a darse cuenta de que la sociedad era racista?
El racismo lo he sufrido siempre, siempre lo he vivido. Pero en mi barrio, en Campamento, no tanto, porque ahí era todo gente obrera, trabajadora, ¿sabes? Pero sí me daba cuenta cuando salías de ese entorno. Ahí sí, cuando ibas a barrios más pijos o más ‘de la sociedad’, te miraban de otra forma. ¡Y eso es muy fuerte! Pero mira, siempre ha existido y va a seguir existiendo.
¿Cómo se combate el racismo?
Con educación. Enseñando a los niños que todos somos iguales. Y con música, que une a todo el mundo.
El racismo se combate con educación y con música, que une a todo el mundo
¿Qué recuerdos tiene de Madrid en esa época?
Pues fíjate, cuando vinimos a Madrid, yo soy el último de los Habichuela que nace en Granada, luego ya todos nacen aquí. Y me acuerdo de ver el Paseo de Extremadura de tierra. ¡De tierra, eh! En los años 60, imagínate.
¿Y cómo era ser gitano y artista en los años 70 y 80?
En esa época mi familia vivía de los tablaos flamencos. Mi tío Luis Habichuela, mi tío Pepe, mi tío Carlos, mi padre... cada uno actuaba en un tablao diferente. Y mi abuelo, a las dos de la mañana, salía con su bastón y los iba recogiendo como si fueran un rebaño. Aquello fue una explosión musical muy grande. Estaban Las Grecas, Caño Roto, Manzanita, El Pescaílla… había un nivelazo brutal. Y claro, esos años marcaron la base de la música que yo hago hoy.

Carmona en la comida de presentación de su nuevo disco.
Ketama fue una revolución en la que participó activamente…
Ketama lo crean José Soto, Ray Heredia y mi hermano Juan. Yo entré como percusionista y terminé siendo el cantante. Era un grupo al que yo admiraba mucho. ¡Eran poetas! Cómo escribían, cómo arreglaban… Me acuerdo que al principio íbamos a las discográficas y nadie nos entendía. Paco de Lucía incluso nos llevó a una compañía grande y nos dijeron: “No sabemos qué hacer con esto”. Hasta que apareció Mario Pacheco, de Nuevos Medios, y ahí empezamos. Éramos todos músicos independientes: Pata Negra, Rafael Riqueni, Gerardo Núñez...
¿Qué significó para usted esa ola del Nuevo Flamenco?
Acuérdate que antes, si querías ver flamenco, ibas al tablao. Luego salieron Las Grecas con ese rollo rock, El Pescaílla… En los 80 nos tocó a nosotros renovar el flamenco: metimos baterías, bajos, teclados... llevamos los cantes más ortodoxos a otros sonidos, con guitarras eléctricas. Y luego, como yo digo, éramos buenos comodines. Nos soltaban en una fiesta en Inglaterra con africanos y nos adaptábamos, porque habíamos escuchado tanta música que lo filtrábamos todo a través del flamenco.
También fueron años de mucha locura en España... ¿cómo lo vivió?
Sí, fue una locura. Cada vez que vuelvo a mi barrio, las madres me dicen: “Tú fuiste de los que salieron vivos de eso”. Porque aquello de la heroína fue una epidemia. Amigos míos de 18 o 19 años, murieron en un año. Todos. Gente guapísima. Y yo me libré. ‘Mis hijos no lo consiguieron’, me dicen las madres. Vivir eso es durísimo.
¿Qué aprendizaje de vida le dejó su padre?
La forma de luchar, de tocar y de vivir. Somos un clan, los Habichuela. Vivimos juntos las penas, pero también las alegrías. Ahora soy abuelo y eso me da una alegría enorme. Cuando se fue mi padre fue muy duro, también ver a mi tío Pepe hacerse mayor… Pero todo eso lo filtramos con la música. Las penas y las alegrías, todo va ahí.
Aquello de la heroína fue una epidemia. Amigos míos, de 18 o 19 años, murieron en un año. Todos. Gente guapísima. Y yo me libré
Hábleme de Mariola Orellana, con la que lleva casado 31 años, casi 32 ya. ¿Qué supone ella para usted?
Mariola... Ella es como la tierra. Me da raíces. La música me lleva hacia arriba, pero ella me hace tocar suelo. Cuando nos conocimos fue un flechazo. A los tres meses ya estábamos juntos. Fue difícil, nuestras familias al principio no lo aceptaban, no estaban acostumbrados a una pareja gitano-paya. Pero luchamos. Ahora mi madre vive con nosotros, y mi suegra siempre ha estado cerca también. Pero todo eso hay que lucharlo.
¿Cuál es el secreto de su relación?
Respetarnos. Y tener nuestros tiempos. Yo paso mucho tiempo solo en el estudio, de gira... y eso también nos ha ayudado. Nos conocimos gracias a la música, ella trabajaba en luces y sonido, y formamos una familia. Raíces, valentía y respeto, eso es lo que hay. Mi mujer es la matriarca del clan, ella es la seguridad. ¡Sabe muchísimo!
Parece muy extrovertido, ¿busca la soledad a veces?
A veces es necesario estar solo. Por ejemplo, ahora que estoy con mi nuevo disco, hay meses que me quedo sin amigos. Porque me dicen, oye, ¿quedamos? Y yo digo, no, que no puedo, sobre todo porque no quiero distraerme.
Nuestras familias al principio no aceptaban mi relación con Mariola Orellana, una pareja gitano-paya
¿Cómo ha sido el proceso de creación de su nuevo disco?
Muy especial, porque trabajo con mi mánager, que conoce bien la industria y me entiende. Conectamos con chavales como Bigflo y Oli, dos raperos jóvenes franceses, y hemos abierto una puerta musical muy bonita. Yo nunca he dejado de hacer música, he colaborado con C. Tangana, con músicos argentinos… Pero ahora quiero sacar más cosas mías.
¿Podía conciliar la paternidad con su carrera?
Al principio, fatal. De pequeñas, mis hijas lloraban cuando me veían porque no me reconocían. Estaba siempre de gira. Pero ahora trabajo con ellas, y quiero transmitirles todo eso. Que la vida me parece un regalo. Que vean que esto es un oficio, que hay que currárselo. Les digo que tienes que tener mucha suerte en la vida para estar donde estás. Yo he tenido mucha suerte. Empecé muy pequeño, a los 13 años, en el tablao de Manolo Caracol. Esa fue mi escuela. No he parado nunca de trabajar y me considero muy afortunado por ello.
Entonces se empezaba muy joven…
Eran otros tiempos, sí. Es que aquellos eran nuestros parvulitos, ¿sabes? La gente ahora va a estudiar a las academias y hace carreras. Para mí la carrera fue en un tablao flamenco, tocando por alegrías, por seguiriyas, aprendiendo los cantes y tocando a diferentes artistas, que uno con otro no tenía nada que ver.
Ahora trabajo con mis hijas y quiero transmitirles que la vida es un regalo y que en este oficio hay que currárselo
¿Echa de menos algo de aquella época?
Echo de menos a los artistas. Manzanita, Las Grecas, El Pescaílla... Todos con sello propio. Ahora encuentro que hay menos personalidad. Aunque es verdad que conecto con los jóvenes. Trabajo con muchos productores nuevos, hay buena vibra.
¿Qué legado le gustaría dejar?
No busco dejar un imperio musical. Solo quiero que, si alguien me recuerda, sea con cariño. Que digan: ‘Qué bien me hacía sentir su música’. Los genios fueron Paco de Lucía y Camarón. Yo no estoy en ese sitio.

El cantante y compositor es embajador de Citroën..
Estuvo muy enfermo, con una infección que se complicó, y nos preocupó mucho. ¿Cómo se encuentra ahora?
Fue duro. Me dijeron que quizá no volvería a subirme a un escenario. Pero a los ocho meses ya estaba ahí, con Ketama. Lo pasé muy mal, pero mi familia estuvo a mi lado. Aprendí muchísimo de todo eso y desde entonces me cuido mucho más.
¿Notó el cariño de la gente?
¡Claro! A mi madre no le cobraban ni los taxis. Todo el mundo preguntando por mí. Fue muy bonito.
¿Cómo lleva cumplir esos 60 años que ha celebrado a lo grande?
Te lo tomas todo con más calma. Te importa menos el qué dirán. Te preocupas más por los que tienes cerca. Y sigues haciendo tu música. No soy flamenco puro, pero sí refresco las raíces. Eso sí me enorgullece.
¿Cómo se cuida ahora?
Hago natación un par de veces por semana. Y con el buen tiempo, salgo a correr. No me privo de mis cervecitas o mis tapitas, pero intento cuidarme. A mis 60 años hay que tener ciertas rutinas. Cremitas, alguna, pero sin exagerar. ¡Hay que asumir la vejez!
¿Qué le habría gustado saber antes en la vida?
Me hubiera gustado tener más sabiduría antes. Pero esa se aprende con los años, con los palos. Por eso intento transmitírsela a mi nieto Ismael, a mis hijas...Les cuento que todo lo que pasa, lo bueno y lo malo, hay que saber asumirlo.
Tras cumplir los 60 te lo tomas todo con más calma y te importa menos el qué diran
¿Cree que si la gente conociera mejor el mundo gitano cambiaría su percepción?
Claro. Si tú conoces a fondo el mundo gitano, de dónde venimos, lo que somos, yo creo que nos mirarían como algo muy especial. Mira lo que ha pasado ahora con Chaplin, que se ha descubierto que también era gitano. Yo lo hubiera jurado.
¿Por qué lo dice?
Porque Chaplin siempre defendía a los de abajo, ¿sabes? A los que pasaban hambre. Él siempre salía con los zapatos rotos, con la ropa hecha polvo, y con ese mensaje, que los de abajo valen tanto como los de arriba. Me parece maravilloso. Que a través de la imagen o de la música se pueda lanzar un mensaje, es fundamental.
Es muy versátil, ¿cómo lo consigue?
A mí me gusta ser comodín. Puedo cantar pop, rock, flamenco, música brasileña… Y los programas de televisión en los que he participado han ayudado a que la gente vea que soy cercano. Que vengo de barrios y familias humildes, como cualquier persona. Yo no soy más que un carpintero, o que un albañil. Todos somos iguales.
Los programas de televisión en los que he participado han ayudado a que la gente vea que soy cercano
Como embajador de Citroën, ¿qué consejos daría para moverse con seguridad, sobre todo al ir cumpliendo años?
Lo primero es disfrutar de la conducción, disfrutar del viaje siempre. Porque es un momento bonito: vas con tu familia, con tus amigos... Yo en coche escucho muchísima música, viajo mucho con mis hijas, con toda mi familia. Ser conscientes de que es un momento especial, ver un paisaje, hablar de algo. O simplemente callarte y escuchar canciones. En ese espacio chiquitito del coche, ahí pasan muchas cosas.
¿Ha pasado mucho tiempo en carretera?
Sí, me conozco toda España. He salido de gira muchas veces. Y te digo una cosa: me gustan más los coches que los aviones. Prefiero mil veces el coche. A no ser que tenga mucha prisa y tenga que ir volando, entonces ya... Pero si no, dame coche, música y carretera.
Haciendo balance de su vida, ¿qué ha sido lo mejor y lo más difícil?
Lo más difícil es cuando falta trabajo, cuando falta salud, cuando se va gente querida… Por ejemplo, después de tanto trabajo con Ketama, cuando hubo la separación, eso fue duro, te hace un nudo en el corazón. Pero luego vienen los nietos, la familia, canciones nuevas, amigos nuevos… Y ves un horizonte lleno de cosas buenas. Lo malo es cuando te ciegas y te encierras en una sola cosa. Yo siempre digo: hay que tener la cabeza abierta, bien puesta, para ser feliz. Da igual lo que tengas. Con un cacho de pan con aceite puedes ser feliz. Y eso vale mucho.
Hablando de su nieto Ismael, ¿cómo es como abuelo?
¡Buf! Estoy todo el día con el chiquitillo. Me lo llevo en el cochecito, vamos al parque, lo recojo, me levanto con él, me acuesto con él… Estoy todo el rato jugando. Es un juguetito, una ilusión muy grande que tengo ahora.
Hay que tener la cabeza abierta y bien puesta para ser feliz, lo malo es cuando te ciegas y te encierras en una sola cosa
¿El futuro futbolista, como comentaba?
Pues sí, si Dios quiere. Me gustaría que fuera futbolista y del Atlético, como su abuelo. Pero su padre es del Betis y el mío del Real Madrid… ¡Igual se nos hace del Barça! (risas).
Si pudiera volver atrás, ¿cambiaría algo?
Pues mira, si pudiera, cambiaría muchas cosas del mundo. Lo primero, acabar con todas estas guerras, con las carnicerías que están pasando… Me encantaría concienciar a la gente, a los pueblos, de que no somos diferentes. Que todos somos seres humanos. Uno puede tener una religión, otro una forma de pensar, un objetivo distinto… Pero no nos podemos enganchar en las diferencias, porque todos nacemos y morimos. Tú no eres diferente de mí, ni yo de ti. Y eso hay que grabárselo a fuego.
¿Hay algo que le preocupe del envejecer?
Pues sí, que llegue un momento en que no pueda conducir. ¡Porque me encanta! Es libertad. Y yo, como gitano, soy muy libre. Eso lo llevo a fuego. Me encanta desaparecer, pillar mi coche, poner mi música y no decir a nadie dónde estoy. Me escapo unos días por ahí. Esa es la verdadera libertad. Eso es lo que me dan mi música y el camino.