Gregorio Jiménez Díaz, geriatra: “El cuerpo necesita mantener una temperatura estable, pero con la edad los mecanismos de regulación térmica comienzan a fallar, eso puede tener consecuencias”

Longevity

Gregorio Jiménez Díaz, especialista en geriatría del Hospital Universitario Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares y vicesecretario general de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, repasa algunos de los principales aspectos de la termoregulación en mayores

Gregorio Jiménez Díaz, geriatra

Gregorio Jiménez Díaz, geriatra. 

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El envejecimiento trae consigo numerosos cambios en el cuerpo, y la regulación de la temperatura no es la excepción. Probablemente sea uno de los fenómenos más desconocidos, pero a medida que pasan los años, el organismo responde peor al frío y al calor, convirtiéndose también en una amenaza para la salud de los mayores. “El cuerpo humano necesita mantener una temperatura estable de alrededor de 37°C para que sus funciones metabólicas se desarrollen correctamente. Pero con la edad, los mecanismos de regulación térmica comienzan a fallar” comenta el doctor Gregorio Jiménez Díaz, especialista en geriatría del Hospital Universitario Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares y vicesecretario general de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología.

Si a esto sumamos el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos, el problema se agrava. “Debemos desarrollar estrategias para protegerles, desde mejorar el aislamiento térmico de sus hogares hasta garantizar su acceso a climatización y fomentar hábitos que les ayuden a sobrellevar la situación”, advierte el especialista, quien nos explica por qué la temperatura juega un papel clave en la salud de los mayores y qué medidas pueden ayudarles a tolerar mejor los rigores del clima.

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¿Cómo regula el organismo la temperatura?

El cuerpo humano debe mantenerse en una temperatura estable, un proceso conocido como homeostasis térmica, y para ello cuenta con una serie de mecanismos termorreguladores. El primer paso en este proceso es la detección de la temperatura ambiental, lo cual ocurre a través de receptores ubicados en la piel. Estos envían señales al hipotálamo, una estructura del sistema nervioso central que actúa como un termostato regulando la producción y disipación del calor.

¿Cómo se compensa y reestablece el equilibrio?

Cuando el cuerpo necesita generar calor activa un proceso llamado termogénesis, que se basa en la combustión de los nutrientes ingeridos, generando calor de manera rápida. También recurre al sistema circulatorio mediante la vasodilatación y la vasoconstricción, de forma que en temperaturas cálidas, los vasos sanguíneos se dilatan y se acercan a la superficie de la piel, facilitando la pérdida de calor, mientras que con el frío, se contraen y la sangre circula a mayor profundidad para conservar el calor corporal. El sistema muscular también desempeña un papel clave en la termorregulación a través de los escalofríos: esos temblores involuntarios generan calor adicional.

En verano, se da un mayor riesgo de deshidratación 

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¿Qué pasa cuando envejecemos?

Para empezar, los sensores térmicos de la piel se vuelven menos sensibles a los cambios de temperatura. El hipotálamo pierde rapidez de respuesta en su capacidad para poder equilibrar rápidamente dichos cambios, mientras que el sistema cardiovascular se ve alterado: los vasos sanguíneos se vuelven más rígidos, dificultando ese juego de vasoconstricción o vasodilatación que permite la evaporación o el mantenimiento del calor. Además, con la edad se reduce la masa muscular y la grasa, afectando la capacidad del organismo para generar y conservar el calor.

¿Cuáles son las principales consecuencias de esta alteración en la regulación térmica?

En verano, se da un mayor riesgo de deshidratación, y esto se debe a que las personas mayores sudan menos y además tardan más en notar que tienen calor, por lo que no reaccionen a tiempo y aumenta el riesgo de sufrir un golpe de calor sin darse cuenta. Por otra parte, la sensación de sed suele estar alterada, lo que dificulta una hidratación adecuada. Como consecuencia de todo ello, aumenta el riesgo de enfermedades cerebrovasculares, ya que el calor favorece un estado de hipercoagulabilidad en la sangre, volviéndola más espesa y aumentando la probabilidad de formación de trombos y de ictus. Asimismo, las altas temperaturas pueden provocar problemas dermatológicos y afectar el estado mental, impactando especialmente a quienes padecen deterioro cognitivo.

Las personas con insuficiencia cardíaca pueden ver agravados sus síntomas con el frío, ya que obliga al corazón a trabajar más para mantener la temperatura

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Y el invierno ¿cómo les afecta?

El frío también altera el funcionamiento de sistemas del organismo, y los mayores están más expuestos a infecciones respiratorias y también problemas cardiovasculares. Las personas con insuficiencia cardíaca pueden ver agravados sus síntomas, debido a que el frío obliga al corazón a trabajar más para mantener la temperatura corporal. También aumentan los dolores articulares y las caídas con riesgo de fracturas, debido a que los músculos están más agarrotados y se tiembla para producir calor. La consecuencia extrema de la incapacidad del organismo para generar calor de manera eficiente con las bajas temperaturas es la hipotermia.

¿Existen condiciones preexistentes que dificulten la regulación térmica?

Enfermedades como la EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica), que afecta la capacidad pulmonar y la oxigenación de los tejidos; problemas cardíacos que reducen la capacidad del sistema circulatorio para adaptarse a los cambios de temperatura; la diabetes, que puede dañar los nervios que intervienen en la percepción del frío y el calor, o el hipotiroidismo, que ralentiza el metabolismo y dificulta la producción de calor corporal, son algunas de las afecciones que pueden empeorar la capacidad del cuerpo para responder a los cambios de temperatura.

Las personas con deterioro cognitivo son especialmente vulnerables, presentan dificultades para percibir los cambios de temperatura

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¿Qué sucede con las personas con deterioro cognitivo o demencia?

Son especialmente vulnerables porque además de presentar dificultades para percibir los cambios de temperatura, están limitadas muchas veces en la toma de decisiones, como abrigarse más o ventilar la estancia. Por otra parte, su dificultad para expresar malestar o regular su entorno de manera autónoma las hace más propensas a sufrir los efectos negativos de una mala termorregulación. En estas personas, además, tanto el frío como el calor ambiental pueden aumentar su confusión, agravar alteraciones conductuales y generar mayor irritabilidad, fatiga o letargo.

¿El uso de medicamentos puede interferir en la regulación de la temperatura?

Sin duda. Muchos fármacos que recetamos habitualmente para el manejo de enfermedades crónicas pueden alterar los mecanismos de control y regulación térmicos. Por ejemplo, los diuréticos aumentan la pérdida de líquidos y pueden favorecer la deshidratación en verano; o los betabloqueantes, utilizados para problemas cardíacos, que pueden reducir la capacidad del cuerpo para responder al frío. Asimismo, algunos antidepresivos y antipsicóticos usados para alteraciones conductuales de una persona con demencia afectan los neurotransmisores que regulan la percepción de la temperatura. Existe, además, un cuadro muy poco frecuente, el síndrome neuroléptico maligno, asociado a estos fármacos, que cursa también con un aumento de temperatura.

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¿Por qué los mayores sudan menos?

Las glándulas sudoríparas tienden a perder eficacia y se elimina menos calor por la piel. Si a esto le sumamos la administración de ciertos medicamentos que reducen aún más la función de estas glándulas y nos encontramos con temperaturas que rozan los 40 °C, el riesgo de sufrir los efectos del calor se incrementa.

¿Qué recomendaría a las personas mayores para compensar esas alteraciones del sistema termorregulador?

Dentro de casa, lo ideal es mantener una temperatura estable alrededor de 22°C, tanto en invierno como en verano, con sistemas de climatización. Además, es fundamental garantizar una buena hidratación, a pesar de no tener sensación de sed, ya que la deshidratación también agudiza el deterioro de la función renal, comprometida en muchas de estas personas. Es importante mantener una ingesta adecuada de líquidos, también en invierno y aunque no apetezca beber, porque el cuerpo sigue perdiendo agua. Las bebidas calientes o templadas pueden favorecer esa ingesta.

¿Y fuera de casa, qué aconseja?

En invierno, lo mejor es vestirse con varias capas de ropa, no demasiado ceñidas, para conservar mejor el calor. Es especialmente importante usar guantes y gorro, ya que se pierde una importante cantidad de calor tanto por la cabeza como por las extremidades y además llega menos sangre a estas zonas más alejadas. En verano, conviene usar ropa ligera de algodón o lino y procurar no salir a la calle en las horas de mayor calor, buscar siempre la sombra y llevar siempre agua y protección solar.

Dentro de casa, lo ideal es mantener una temperatura estable alrededor de 22°C

Gregorio Jiménez DíazGeriatra

¿Cómo influye la alimentación en la regulación térmica?

Los macronutrientes—proteínas, hidratos de carbono y grasas—actúan como combustible, cada uno con una función específica. Por ejemplo, los hidratos de carbono proporcionan energía rápida y contribuyen a mantener un metabolismo activo, mientras que las grasas funcionan como reserva energética y ayudan a generar calor cuando es necesario. Es importante asegurar la presencia de estos nutrientes en proporciones adecuadas para que el cuerpo regule su temperatura de manera eficiente en cualquier estación.

¿Los micronutrientes también ‘colaboran’ en el mecanismo de termorregulación?

Sí, y algunos de ellos desempeñan un papel esencial, como el hierro, necesario para el transporte de oxígeno en la sangre y cuyo déficit puede provocar sensación de frío. El zinc, por su parte, actúa sobre el sistema inmunitario e interviene en la función tiroidea, importante para la producción de calor. El magnesio actúa sobre el sistema muscular, esencial en la termorregulación; y las vitaminas del complejo B o la vitamina D ayudan en los procesos metabólicos que regulan la temperatura corporal.

Es importante asegurar la presencia de varios nutrientes en proporciones adecuadas para que el cuerpo regule su temperatura de manera eficiente

Gregorio Jiménez DíazGeriatra

¿La temperatura de los alimentos o bebidas afecta en la regulación térmica del organismo?

Aunque su impacto no es excesivo, también influye. Consumir comidas calientes en verano o frías en invierno ‘obliga’ a trabajar algo más a estos mecanismos del cuerpo para mantener una temperatura estable. Por ejemplo, tomar un helado a temperaturas bajo cero fuerza el funcionamiento del sistema para equilibrar el frío ingerido, aunque en condiciones normales esto no supone un gran problema.

¿Cuáles son las consecuencias de una mala nutrición?

En estados de desnutrición, la pérdida de grasa corporal reduce la reserva energética y la capacidad de aislamiento térmico. Además, disminuye la masa muscular, clave en la generación de calor. Pero también la obesidad, fruto de una mala nutrición por exceso, es un factor de riesgo. La acumulación excesiva de grasa dificulta la disipación del calor y aumenta la posibilidad de golpe de calor en verano. Además, estamos viendo cada vez con más frecuencia, personas mayores con obesidad sarcopénica en la que confluyen dos elementos que alteran los mecanismos de termorregulación, el exceso de grasa y la pérdida de masa muscular.

Consumir comidas calientes en verano o frías en invierno ‘obliga’ a trabajar algo más a estos mecanismos del cuerpo para mantener una temperatura estable

Gregorio Jiménez DíazGeriatra

¿Cómo ayuda el ejercicio a mejorar la regulación térmica?

Al activarse, los músculos estimulan la producción de calor al tiempo que mejora la circulación sanguínea. Se recomienda que las personas mayores realicen ejercicio aeróbico ligero así como ejercicios de fuerza, resistencia y de equilibrio. Con estas prácticas, el sistema circulatorio se vuelve más eficiente, optimizando los procesos de vasodilatación y vasoconstricción; mejora la tasa metabólica (la energía mínima que necesita el organismo para realizar sus funciones básicas en reposo) lo que repercute en una mayor eficacia en la producción de energía; y contribuye al equilibrio de los líquidos, compensando esa tendencia a la deshidratación que tienen las personas mayores.

¿El estado de ánimo y las emociones influyen en la temperatura corporal?

El estrés, la ansiedad o la depresión pueden alterar el funcionamiento del sistema nervioso autónomo, favoreciendo la vasoconstricción, reduciendo la circulación sanguínea en las extremidades y dificultando la adaptación del cuerpo a los cambios de temperatura. Además, las personas con depresión o ansiedad tienden a ser menos activas físicamente y a salir menos de casa, lo que disminuye su tasa metabólica, afectando la producción de energía y la homeostasis térmica. Esto puede traducirse en una mayor sensibilidad al frío y al calor o alterar la percepción de la temperatura.

Las personas con depresión o ansiedad tienden a una mayor sensibilidad al frío y al calor o a alterar la percepción de la temperatura

Gregorio Jiménez DíazGeriatra

¿Y al revés? ¿Cómo afecta una mala regulación térmica al bienestar mental?

Sentir frío o calor de manera excesiva puede generar incomodidad, irritabilidad y fatiga, deteriorando la calidad de vida. En invierno, el frío puede incrementar el riesgo de aislamiento social, y, en consecuencia, estados de depresión y desánimo. Por otro lado, el calor excesivo puede generar estrés y ansiedad, estableciendo un círculo vicioso en el que la alteración de la vasoconstricción empeora la regulación térmica y afecta el bienestar psicológico.

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