En estos tiempos de lo que llamamos nueva longevidad, cada vez más personas sueñan con vivir hasta los 100 años, y en algunos entornos, esa aspiración se ha vuelto casi una exigencia. La gran cantidad de información sobre antienvejecimiento, suplementos, terapias genéticas y biohacking ha difundido la idea de que envejecer es un problema que puede —y debería— resolverse.
Pero esta visión suele simplificar demasiado un proceso que, en realidad, es muy complejo y está influido por muchos factores: biológicos, sociales, genéticos y ambientales. Desde una mirada crítica y basada en la ciencia, preocupa que muchas de estas propuestas estén respaldadas por estudios preliminares o pruebas en animales, sin evidencia sólida en humanos.
Prometer una vida más larga con métodos aún no comprobados puede crear falsas expectativas y desviar la atención de lo más importante: envejecer bien, con salud y dignidad. En ese sentido la investigación médica es muy clara sobre aquello que no solo puede alargarnos la vida, sino que, más relevante aún, podrá traernos bien-estar a nuestra vida, quitándole relevancia al cuánto y poniendo más énfasis en el cómo.
Puede que suene simple, aburrido y seguramente poco comercial, pero la evidencia actual es muy clara; son seis y solo seis comportamientos que integrados como hábitos de vida nos harán vivir una segunda mitad que realmente pueda valer la pena. Analicemos cada uno de ellos.
1. Actividad física regular
“Evolucionamos caminando, corriendo, cazando y recolectando”
El doctor Robert Butler, reconocido geriatra y exdirector del Instituto Nacional sobre el Envejecimiento en Estados Unidos, solía decir que, si la actividad física pudiera comprimirse en una píldora, sería la más vendida del mundo. Y no se equivocaba. Hoy sabemos, gracias a una gran cantidad de estudios, que el movimiento regular tiene efectos positivos comprobados sobre muchas de las principales causas de enfermedad, sufrimiento y muerte en el siglo XXI.
Basta con recordar que nuestro cuerpo fue diseñado para moverse: evolucionamos caminando, corriendo, cazando y recolectando. Sin embargo, nuestro estilo de vida actual se ha alejado mucho de ese origen.
2. Alimentación de calidad
La alimentación también ha cambiado al ritmo de la vida moderna, no solo en la cantidad de lo que comemos, sino en la calidad de los alimentos que consumimos. Este aspecto está estrechamente vinculado con la actividad física: mientras el movimiento representa el gasto de energía, la alimentación es la fuente principal de ingreso calórico.
El equilibrio entre ambos influye directamente en el peso corporal, y su desajuste ha contribuido al desarrollo del llamado síndrome metabólico, una condición médica que hoy se asocia no solo con enfermedades cardiovasculares, sino también con un mayor riesgo de deterioro cognitivo. Así, ya podemos reconocer dos hábitos profundamente relacionados con nuestra salud: cómo nos movemos y cómo nos alimentamos.
3. Vínculos afectivos significativos
El conocido estudio sobre el desarrollo adulto de Harvard, uno de los más extensos y rigurosos en su tipo, ha demostrado que los vínculos afectivos son un factor clave para la salud y el bienestar a lo largo de la vida. No se trata de tener muchas amistades, sino de contar con relaciones significativas: personas con quienes podamos compartir nuestras alegrías, preocupaciones y momentos difíciles.
Este tipo de lazos profundos actúan como un verdadero sostén emocional, y su calidad influye tanto en nuestra salud mental como física. Como nuestras vidas cambian, también lo hacen nuestros vínculos, y allí aparece un desafío importante: aprender a buscarlos, cultivarlos y mantenerlos vivos a lo largo del tiempo.
4. Sueño reparador
El sueño y su calidad han cobrado un lugar cada vez más importante en la investigación científica, y hoy sabemos que no solo es un momento de descanso, sino también de profunda reparación. Durante el sueño, el cuerpo se recupera de las demandas del día, y el cerebro realiza tareas esenciales para su mantenimiento.
En 2012, la neurocientífica Maiken Nedergaard y su equipo en la Universidad de Rochester descubrieron un sistema clave en este proceso: el sistema glio-linfático. Este mecanismo actúa como una red de limpieza cerebral, encargada de eliminar desechos y toxinas acumuladas durante la vigilia, entre ellas proteínas como la beta-amiloide, asociada al desarrollo del Alzheimer.
Dormir bien, entonces, no solo nos permite sentirnos mejor al día siguiente, sino que también protege activamente la salud de nuestro cerebro a largo plazo.
5. Trascendencia y espiritualidad
En los años 60, el psicoanalista Erik Erikson propuso que, en la segunda mitad de la vida, las personas buscan dar sentido a su existencia en su conjunto. Esta búsqueda suele incluir una dimensión de trascendencia y espiritualidad, entendida no solo en términos religiosos, sino como la conexión con algo más grande: la comunidad, la naturaleza o el legado que dejamos.
Hoy sabemos, gracias a múltiples estudios, que este sentido de propósito y conexión profunda es clave para el bienestar emocional de cara a la nueva longevidad.
La religión, prohibida
6. Sentido o propósito de vida
En el marco de la nueva longevidad —una etapa potencialmente más larga y activa que nunca— esta reflexión se entrelaza con lo que en la cultura japonesa se conoce como ikigai: el sentido o propósito de vida que da dirección, motivación y bienestar a nuestra existencia.
Encontrar ese propósito, sea a través del cuidado de otros, el aprendizaje continuo, la creatividad o el compromiso social, se vuelve una pieza clave para vivir con plenitud y salud emocional esta segunda mitad de la vida.
Vivir más no es suficiente
Hoy, gracias al conocimiento científico y a una nueva mirada sobre el envejecimiento, sabemos que vivir más no es suficiente: lo importante es vivir mejor y con sentido.
La calidad de nuestros vínculos, el movimiento, la alimentación, el sueño reparador y la búsqueda de un propósito vital son pilares que alimentan la nueva longevidad. No se trata de detener el paso del tiempo, sino de acompañarlo con conciencia, elección y cuidado.
Cada día es una oportunidad para construir bienestar, fortalecer nuestro cuerpo, nutrir la mente y conectar con lo que realmente importa. En esta nueva longevidad, el desafío no es solo agregar años a la vida, sino vida a los años.
Este artículo se publicó originalmente en Clarín.







