Carmen Posadas, escritora, 71 años: “Cuando cumplí 60, sentí que empezaba la prórroga, los hijos independientes, tu carrera encarrilada, tu economía estable… Y por fin puedes decir ‘ahora me toca a mí’”

Vips séniors

Posadas es autora de más de treinta libros traducidos a más de una treintena de idiomas, una firma imprescindible de la narrativa contemporánea en español 

Conversamos con ella sobre longevidad, escritura, cuerpo, deseo y cómo seguir brillando con autenticidad pasados los 70

La autora acaba de publicar El misterioso caso del impostor del Titanic.

La autora acaba de publicar 'El misterioso caso del impostor del Titanic' 

Noelia Jiménez

Con 71 años bien vividos, Carmen Posadas no busca impresionar, pero no deja de sorprender. Escritora galardonada, lectora voraz, gran observadora de lo cotidiano y defensora de la curiosidad como forma de vida, tiene más de treinta libros publicados y traducidos a una treintena de idiomas. Y en su última novela, El misterioso caso del impostor del Titanic (Espasa, 2024), convierte a la escritora gallega Emilia Pardo Bazán en una detective brillante al servicio de una intriga histórica.

Con humor sereno, inteligencia y ningún miedo a hablar del paso del tiempo, la belleza o el edadismo, cuenta para La Vanguardia que reivindica la rutina, el deseo, la escucha y el placer de hacerse preguntas. “Cuando deje de hacerme preguntas, estaré muerta”, afirma.

Cuando deje de hacerme preguntas, estaré muerta

Carmen Posadas
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¿Qué significa para Carmen Posadas envejecer bien?

Para mí, envejecer bien no tiene que ver con negar la edad, sino con aceptarla con inteligencia y sentido del humor. Nunca me ha gustado esa frase de “mi edad está en mi espíritu, no en el carné de identidad”. No, perdona, tu edad sí está en el carné, te guste o no. Yo prefiero sacarle partido a la edad que tengo. No me comporto como si tuviera 30, ni siquiera como si tuviera 50. Tengo 71, voy a cumplir 72, y lo asumo con serenidad. Cada etapa de la vida tiene su belleza, su fuerza, su propio atractivo. Envejecer bien es saber verlo y disfrutarlo.

Pero, al final, la edad depende mucho de cada persona…

Ah, por supuesto. Y creo que, últimamente, nos han regalado veinte años de vida. Una mujer de 70 hoy es lo que antes era una de 50. Mira, cuando Stendhal escribe Rojo y negro, describe a su protagonista diciendo: “Madame de Rênal tenía treinta años y aún era bastante bella”. ¡Treinta años… y aún! Ese comentario, hoy, podrías aplicarlo perfectamente a una mujer de 50, de sesenta… incluso de 70.

No me comporto como si tuviera 30, ni siquiera como si tuviera 50; tengo 71 y lo asumo con serenidad

Carmen Posadas 

¿Podría decir que ahora se conoce mejor que nunca?

Yo creo que una se sigue descubriendo siempre. Al menos, si no te cierras. Con los años te conoces mejor, sí, pero también vas cambiando. A veces, te sorprendes siendo alguien que no esperabas. Y eso no es malo. Es más, me parece fascinante. Significa que estás viva.

¿Qué ha soltado con los años? Y, ¿qué ha ganado al soltar?

Me encantaría poder decir que ya no me importa lo que piensen los demás, pero no lo he conseguido. Ese objetivo sigue en mi lista de pendientes (ríe), aunque voy avanzando. Lo que sí he soltado es mucha angustia innecesaria. Cuando eres joven, te lanzas a mil batallas, quieres llegar a todo, complacer a todos, hacerlo perfecto, y eso es agotador. Con los años aprendes a enfocarte. A decir: esto sí, esto no. A priorizar sin culpa. Eso, además de ser más sano, da mejores resultados. Vivir con menos ruido mental es uno de los grandes lujos de esta etapa.

Vivir con menos ruido mental es uno de los grandes lujos de esta etapa

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En varias entrevistas ha comentado haber aprendido más de sus defectos que de sus virtudes, ¿por qué?

Te lo cuento con un ejemplo: soy la persona más haragana del planeta. Si por mí fuera, me pasaría la vida tumbada debajo de un árbol con un libro. Es lo que realmente me gusta, todo lo demás me da una pereza tremenda. Pero como odio ese defecto, sobreactúo. Y al final he hecho muchas más cosas que otras personas que no lo tienen. Con la timidez me ocurre lo mismo. Fui una niña extratímida, de esas que, si alguien la miraba, se ponía roja, tartamudeaba… Era una limitación enorme. Siempre comparo la timidez con esos prisioneros que arrastran una bola atada al tobillo: todo te cuesta el triple. Pero como me daba rabia, luché contra eso. Y al final, también me llevó lejos. Por eso digo que le debo mucho más a mis defectos que a mis virtudes.

Entonces es una mujer de retos, ve sus flaquezas y dice: esto no me gusta, lo trabajo, lo afronto...

Sí, pero no porque sea especialmente valiente, es que soy hipercrítica conmigo misma, que, por cierto, no lo recomiendo (ríe). Estás todo el día peleándote contigo, aunque, tiene su parte buena. Se lo decía el otro día a mi nieto, que antes era un desastre estudiando y ahora saca buenas notas. Le dije: cuando empiezas a hacerlo bien, te entra el gusanillo, ya no compites con los demás, compites contigo. Y eso es lo que de verdad te impulsa.

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¿Cómo se define hoy más allá de lo que digan los titulares o las solapas de sus libros?

No sé si sabría definirme, pero tengo clarísimo cuál sería mi epitafio. Lo tengo pensado desde hace años. Te lo digo en inglés que suena mejor: “She tried hard”.

Lo intentó con todas sus fuerzas…

Exacto. Lo intenté. Intenté hacer las cosas bien, cuidar a los míos, ayudar a los demás, hacer algo útil en el mundo. No siempre lo conseguí, pero lo intenté.

Escribir exige mucha constancia. ¿Cuánto tiempo suele dedicarle a una novela?

Tardo, más o menos, un año en escribirla y suelo publicar cada dos años. Cuando sale un libro, durante los primeros meses me centro en la promoción: entrevistas, presentaciones, artículos breves… pero no escribo ficción. Necesito distancia. Luego, empiezo a buscar el tema del siguiente: leo, investigo, me documento mucho. Es un proceso muy largo y muy solitario, como abrir una ventana al vacío sin saber qué hay del otro lado. Cuando ya sé más o menos por dónde va la historia, entonces me encierro y escribo. Ese tramo me lleva un año entero. Es duro, es absorbente… pero también es lo que más me conecta conmigo misma.

Me levanto muy temprano, hago una tabla de gimnasia de media hora y después me obligo a escribir; me pongo una pistola imaginaria en la sien, si no me forzara, no haría nada 

Carmen Posadas

¿Y cómo es su rutina cuando está escribiendo?

Es absolutamente diurna. Me levanto muy temprano y hago una tabla de gimnasia de media hora. La hago religiosamente cada día y después me siento a escribir. Me obligo. Me pongo una pistola imaginaria en la sien, porque soy muy haragana. Si no me forzara, no haría nada. Así que me siento, me encierro y escribo hasta la hora de comer.

En su última novela, El misterioso caso del impostor del Titanic, una de sus protagonistas es una detective muy particular: Emilia Pardo Bazán. ¿Por qué ella?

Porque era perfecta. Emilia Pardo Bazán adoraba los crímenes, los misterios, los casos retorcidos. Además, escribió La gota de sangre, una novela policiaca pionera, publicada diez años antes que las de Agatha Christie. Con ese libro quiso demostrar que se podía crear un detective con más profundidad psicológica que Sherlock Holmes, al que consideraba un personaje demasiado plano. Así que se inventó el suyo. Cuando pensé en la historia del impostor del Titanic, un hombre que todos creen muerto y que reaparece diciendo “soy yo”, necesitaba un investigador a la altura. Y pensé: Emilia puede ser mi Sherlock. Y su ayudante, Selva, ese amigo gallego, algo caradura pero brillante, que ella convirtió en personaje, es el Watson perfecto.

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En la novela, no solo está Emilia, hay otras mujeres: Pura, Eva, Amalia, Laura… ¿Hay algo suyo en ellas?

Me encantaría parecerme a Emilia, pero no tengo ni su arrojo ni su energía. Yo soy más como Amalia, la hermana del desaparecido. Una mujer llena de dudas, con heridas emocionales que le pesan. Me identifico con esa mezcla de vulnerabilidad y resistencia.

Desde fuera, cuesta no verle como una Emilia Pardo Bazán del siglo XXI. Aun así, en su novela, todas las mujeres han tenido que hacer malabares para sobrevivir en un mundo difícil...

Antes no podías enfrentarte directamente a los hombres, así que desarrollamos otras armas: las artes femeninas. Las reivindico. Esa capacidad de hacerle creer al otro que decide, cuando en realidad haces tú lo que quieres... me parece brillante (ríe).

Me encantaría parecerme a Emilia Pardo Bazán, pero no tengo ni su arrojo ni su energía

Carmen Posadas

Para usted escribir, ¿es una fórmula de longevidad para vivir más años?

Totalmente. Mientras uno esté en activo, vive más. Sentirse útil, tener un proyecto entre manos, marca la diferencia. Es el sentir que aún tienes un papel en el mundo. Y eso, rejuvenece.

¿Le incomoda que se vea como un mérito el hecho de seguir activa a su edad?

La verdad, nunca me lo han dicho. Tal vez porque en literatura puedes escribir hasta los cien años. Afortunadamente, no me han apartado por cuestión de edad. Pero sé de autores de mi edad, algunos con más talento que yo, a los que sí les ha pasado. Les cuesta mucho que les publiquen. Y eso dice bastante de cómo funciona el mundo editorial… y el mundo, en general.

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¿Cree entonces que existe el edadismo en el mundo literario?

Es más sutil y no tan feroz como en otras profesiones, por ejemplo, las actrices. Cuando cumples cierta edad, salvo que tengas una trayectoria muy consolidada, te ponen una etiqueta: “es un autor maduro”. Y eso, en la industria, suena a “ya no vende”, “ya tuvo su oportunidad”. Si tienes 20 años y 100.000 seguidores en redes, interesas. Si tienes 70 y talento… no tanto. Es así.

¿Ha cambiado su forma de escribir con los años?

Lo que más noto es que, cuando eres joven, tus personajes tienen tu edad. A los 20, escribes sobre veinteañeros; a los 30, sobre treintañeros. Pero llega un momento en que ya no hay tantas historias que interesen con protagonistas de 70. Entonces empiezas a mirar al pasado. Por eso me fui al siglo XIX en esta novela del Titanic.

Si tienes 20 años y 100.000 seguidores en redes, interesas, pero si tienes 70 y talento… no tanto; es así

Carmen Posadas
Carmen Posadas, en el Círculo del Liceo de Barcelona

Carmen Posadas, en el Círculo del Liceo de Barcelona. 

XAVI JURIÓ

¿Y no se ve escribiendo una novela con una protagonista de su edad?

Una, sí. Pero una. Porque seamos sinceras, no hay mucho mercado para muchas novelas con protagonistas mayores. En cambio, puedes escribir todas las que quieras con chicas de 20 o 30. Esas sí interesan.

¿Qué es lo mejor y lo peor de envejecer?

Lo mejor es que relativizas. Ya sabes que nada es para siempre: ni la juventud ni el dolor. Lo bueno pasa, lo malo también. Cuando cumplí 60, sentí que empezaba lo que llamo “la prórroga”: los hijos son independientes, tu carrera está encarrilada, tu economía más o menos estable... Y por fin puedes decir: ahora me toca a mí. Ahí empecé a bailar tango, a viajar más, a estudiar teología. En la prórroga hago lo que me da la gana. Lo peor de envejecer, el deterioro físico, claro (ríe). Esa frase de “si a los sesenta no te duele nada, es que estás muerto”, es real. Y físicamente, también se puede hacer alguna trampita al calendario.

Cuando cumplí 60, sentí que empezaba lo que llamo “la prórroga”: los hijos son independientes, tu carrera está encarrilada... Y por fin puedes decir: ahora me toca a mí

Carmen Posadas
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¿Qué tipo de “trampitas”?

Me gusta sentirme bien, y tengo la suerte de que mi hija es médico estética y me ayuda con las “trampitas”. Un poco de bótox, algo de radiofrecuencia, un peeling de vez en cuando... Todo muy suave, sin excesos. Nada de bisturí. Solo pequeños arreglitos para mantener el tipo… sin que quede exagerado (ríe).

¿Cree que existe una belleza que solo llega con los años?

Sí, la serenidad. Esa paz interior también se refleja en la cara. Y es muy atractiva, en hombres y en mujeres.

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¿Qué hace para cuidar su mente?

Dos cosas: estar sola y mantener la curiosidad. Soy introvertida, recargo pilas en silencio. Dicen que los introvertidos nos cargamos estando solos y los extrovertidos al revés. La curiosidad es mi motor. Me apunto a cursos, leo de todo. Cuando deje de hacerme preguntas, estaré muerta.

Un sueño pendiente.

No soy de pedir. Como decía Violeta Parra: “Gracias a la vida que me ha dado tanto”. Además, he tenido suerte. Puedes tener talento, pero si no tienes suerte, no llegas lejos.

Mi hija es médico estética y me ayuda con las “trampitas”: un poco de bótox, algo de radiofrecuencia... todo muy suave, sin excesos, nada de bisturí

Carmen Posadas

¿La suerte se busca o se tiene?

Hay dos tipos de suerte: la buena y la mala. La mala suerte no se puede evitar: si un ladrillo te va caer, te cae. Pero la buena suerte sí se puede propiciar, estar en el lugar adecuado en el momento justo. Es coger el tren cuando pasa.

¿Qué le gustaría que dijeran cuando ya no esté?

Que supe retratar mi época. Y si no, al menos quedará mi epitafio: “Lo intentó”.

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