Dormir bien y moverse más: las 24 horas mágicas para niños sano
Pautas físicas en la infancia
Las guías de comportamiento que abarcan las 24 horas del día insisten en abordar la actividad física, el sedentarismo y el sueño como un sistema integrado
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Un niño jugando en el parque
Si alguna vez han visto a una niña de cinco años lanzar un balón con la intensidad de una final del Mundial, ya conocen la magia de las habilidades motrices básicas. Correr, saltar, lanzar o atrapar objetos no son simples juegos, sino los cimientos de la confianza en el parque, del gusto por el movimiento y la actividad física y uno de los factores más decisivos para mantenerse activos al crecer.
Estos cimientos en ocasiones no se establecen con la solidez necesaria, por causas diversas, como demasiado sedentarismo en la escuela, poco tiempo para jugar al aire libre, dificultades de acceso a zonas adecuadas.
¿Qué nos dice la evidencia?
Es importante pensar de manera global en las 24 horas de un día de un niño o niña: cuánto se mueve, cuánto está sentado o cómo duerme, tanto en casa como en la escuela.
Recientemente hemos investigado cómo es posible mejorar las destrezas motrices en conjunción con buenas rutinas de sueño y hábitos que combaten el sedentarismo.
Nuestras conclusiones apuntan a beneficios consistentes en las funciones ejecutivas y en la regulación emocional. Es decir, con este enfoque global los niños y las niñas se desarrollan con mayores habilidades físicas, pero también intelectuales y emocionales.
El análisis de doce estudios con casi 5000 niños y niñas de entre 4 y 6 años en entornos de educación infantil muestra que los programas que combinan juegos motrices, retos cognitivos sencillos y mensajes para organizar las 24 horas –es decir, más movimiento, menos sedentarismo y sueño de calidad–, producen mejoras sólidas en competencia motriz, especialmente en las destrezas de control de objetos, como lanzar y atrapar una pelota o botar un balón sin que se escape.
En cambio, los avances en resistencia, fuerza o velocidad son más discretos, porque para mejorar la condición física se necesita repetición y progresión a lo largo del tiempo.
Un niño salta en un parque
Nuestros resultados muestran que para favorecer el desarrollo infantil es clave variar los juegos y actividades, evitando la rutina. Por ejemplo, alternar juegos de cooperación, equilibrio y lanzamiento con nuevas consignas o materiales mantiene la motivación.
En cambio, repetir los mismos ejercicios o circuitos durante meses limita el interés y el progreso. Por eso, no es la duración, sino la variedad y calidad de las experiencias lo que impulsa un desarrollo motor y cognitivo real.
De la habilidad a la confianza y la participación
Las habilidades con objetos son mucho más que simples ejercicios. Abren la puerta a juegos con pelota como “balón prisionero” o “bomba” y también a la participación en deportes de equipo como el balonmano o el waterpolo. Son clave en espacios donde niños y niñas aprenden no sólo a moverse sino también a compartir, cooperar, competir y disfrutar de la actividad física en grupo.
Cuando un niño se siente motrizmente competente, ocurre algo especial: participa más, se divierte más y busca nuevas oportunidades para repetir esa experiencia positiva. Se crea así un pequeño círculo virtuoso que refuerza la confianza y la motivación: “Sé hacerlo, me gusta, lo repito”. Y lo más importante es que este ciclo puede mantenerse en el tiempo, siempre que la escuela y la familia ofrezcan espacios adecuados para la práctica y el juego.
Movimiento, cognición y las emociones
Desarrollar la competencia motriz va mucho más allá del simple movimiento: implica pensar. No es casualidad que actividades como coordinar el cuerpo, ajustar la fuerza necesaria, esperar turnos o seguir las reglas de un juego requieren discurrir, decidir y autocontrolarse y se vinculan con la mejora de funciones ejecutivas fundamentales como la atención, la memoria de trabajo y el control inhibitorio.
Los programas con reglas variables o consignas que obligan a replantear decisiones muestran mejoras visibles en el procesamiento ejecutivo y en el comportamiento en el aula.
En el ámbito emocional sucede algo similar. El juego activo con reglas claras, tiempos de espera y retroalimentación inmediata favorece la autorregulación tanto en la conducta, como en las emociones. Por ejemplo, un niño que aprende a “parar, mirar y tirar” en un juego suele también aprender a “parar, pensar y actuar” en otras situaciones de su vida diaria.
Este vínculo entre desarrollo motriz, cognición y emoción refuerza la importancia de programas integrales que estimulen no solo el movimiento físico, sino también el desarrollo cognitivo y el control emocional desde edades tempranas.
Un niño descansando en su cama
Sueño, movimiento y alimentación: pilares del desarrollo
Las guías de comportamiento que abarcan las 24 horas del día insisten en abordar la actividad física, el sedentarismo y el sueño como un sistema integrado. ¿Por qué el sueño, con horarios regulares y de calidad, resulta clave para un desarrollo físico, cognitivo y socioemocional óptimo en niños y niñas de 4 a 6 años?
Un descanso adecuado y reparador mejora el rendimiento ejecutivo, mientras que el sueño corto o irregular dificulta la concentración y la regulación emocional, afectando el desarrollo infantil. Y, en general, las intervenciones que combinan actividad física con desafío mental reducen el sedentarismo y regulan los tiempos de sueño favoreciendo la atención, la memoria y la gestión emocional durante la infancia.
El camino hacia la mejora
Las siguientes pautas nos servirán para aplicar en casa este enfoque:
• Permitir a los niños correr, saltar, lanzar, girar… dejar que la condición física emerja de forma natural con la práctica continua.
• Integrar retos mentales sencillos durante el juego (cambiar reglas, contar, nombrar, enumerar).
• Multiplicar los momentos activos durante el día. Todo movimiento suma.
• Promover que jueguen sin pantallas. El juego es el momento de conectar de verdad.
• Fomentar rutinas de sueño. A los 3-4 años se necesitan 10-13 horas diarias, incluyendo siestas, con horarios fijos.
• Ser ejemplo: los niños imitan lo que ven. Si los adultos evitamos pantallas y nos movemos, harán lo mismo.
Familias, docentes y comunidades deberían implicarse en promover hábitos saludables con este enfoque global, en especial mejorando espacios en el entorno urbano para que los niños tengan lugares protegidos de juego.
Para crear un cambio sostenible, será fundamental que la opción saludable, como moverse más, dormir bien y reducir el sedentarismo, sea la más accesible, sencilla y natural para todos los niños y niñas y sus familias.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Alicia Mª Alonso Martínez es vicedecana Grado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y Profesora Titular del área de Educación Física y Deportiva de la Facultad Ciencias de la Salud de la Universidad Pública de Navarra