Cuando se llega a cierta edad, el amor avanza con otros ritmos: menos prisa y más claridad. Intentarlo de nuevo después de una ruptura suele abrir un espacio donde la conexión se vive con más realismo y un deseo mejor enfocado.
La investigación reciente también ofrece pistas sobre por qué, con los años, las relaciones se viven de otra manera. Un estudio publicado en ‘The Journals of Gerontology: Series B’, Psychological Sciences and Social Sciences, The Roles of Marital Dissolution and Subsequent Repartnering on Loneliness in Later Life (Wright M.R. Et al., 2020), observó que, en adultos que atravesaron una separación o una viudedad, formar una relación distinta reducía de forma notable la sensación de soledad, especialmente entre los hombres.
El vértigo de volver a empezar
Una pareja se besa durante una Diada de Sant Jord en Barcelona
Otro trabajo publicado en el Journal of Happiness Studies, acompañó durante un largo periodo a mujeres australianas de mediana edad después de separarse. Tras un bajón inicial, muchas recuperaron su satisfacción vital cuando contaban con apoyos, realismo y un modo de vincularse menos rígido. En conjunto, sugieren que la edad no garantiza un comienzo distinto perfecto, pero sí ayuda a hacerlo sin tanta presión.
Entre quienes dan ese primer paso, las historias muestran cómo la soledad convive con el deseo de volver a compartir la vida. Antón, de 62 años, vive solo desde hace cinco y dice que la soledad no es trágica, aunque “a veces la casa pesa más de la cuenta”. Echa de menos la conversación al final del día y le cuesta imaginar cómo empezar otra vez tras dos relaciones importantes. “Me gustaría volver a querer a alguien, pero me da miedo no estar a la altura”, admite. A esta edad busca algo sencillo: “una mujer con la que hablar y encontrarme a gusto”.
Otros relatos hablan de un modo distinto de volver a empezar. Carme, de 58 años y con un matrimonio de décadas que ya forma parte del pasado, cree que la madurez le ha dado claridad. Desde hace unos meses está conociendo a un hombre de su edad, sin urgencias ni idealizaciones. Necesita su espacio y aprecia que él lo respete. “Busco una relación que me sume y no me quite paz”, explica. Esa calma compartida le permite avanzar sin miedo a repetir rutinas internas.
Claves para no tropezar con lo vivido
Una pareja camina por Paseo del Prado de Madrid
A partir de estas vivencias surge una incertidumbre: cómo aprender a relacionarse de otro modo. José Díaz Morfa, psiquiatra y psicoterapeuta, cree que después de una ruptura suelen quedar aprendizajes sobre uno mismo y sobre los demás. Pero también cierta desconfianza o miedo a recaer en dinámicas anteriores. Aun así, apunta que esos patrones pueden modificarse, porque con los años suele haber un mayor conocimiento de los propios deseos y expectativas. “El amor se vive desde una mayor realidad de lo que se puede esperar de una relación”, comenta.
Conviene reflexionar sobre lo que cada uno aportó para que la relación no funcionara y ajustar esa parte, además de fortalecer aquello que sí iba bien. Para el psiquiatra, es clave no proyectar el pasado en el otro vínculo: “La elección del otro no parte de un impulso irracional, ni del deseo sexual sino de un reconocimiento más profundo de uno mismo, del otro y de lo que implica una forma de conectarse sana, no evitativa ni de dependencia”, refiere.
Después de una ruptura, el apego sano y seguro necesita reorganizarse. En un primer momento suele volverse evitativo por temor a sufrir, pero con el tiempo llega a hacerse más confiable. Esto es, aprender de uno mismo y de los errores que se hayan podido cometer. Tal vez otro lazo no repare lo anterior, pero la experiencia sí ayuda a “vincularse de una manera menos crítica o menos exigente, más desde la gratitud”, indica Díaz Morfa.
Para que una segunda oportunidad funcione, el psiquiatra aconseja hacer un trabajo personal: reconocer lo vivido para no repetirlo, procesar la pérdida y comprender el duelo. “No se trata solo de perdonar, sino de transformar el modo de establecer lazos”, subraya. Añade que en un vínculo positivo debe haber admiración, ternura y curiosidad por el otro. “Para desear de forma sana tengo que desear desde la autenticidad”, afirma. Aconseja evitar las expectativas irreales y valorar el tiempo como un buen aliado para conocerse más y para dar espacio a la evolución de la relación. “No se puede pretender que desde el comienzo haya una fusión, sino un crear conjuntamente una nueva unión diferente”, revela.
Asimismo, entra en juego la perspectiva sociocultural, que ayuda a entender cómo cambian las formas de relacionarse cuando las mujeres reformulan expectativas y límites. Coral Herrera Gómez, profesora de la Universidad de Vigo y escritora, autora de Mujeres que ya no sufren por amor: Transformando el mito romántico, manifiesta que las mujeres dan mayor cabida al autocuidado, la autoestima y el amor propio en la madurez, tras haberse percatado de que el mito romántico y el de la familia feliz no es real,.
Muchas mujeres han tenido mucho miedo al divorcio, pero cuando dan el paso, se sienten liberadas
Pese a que no quieren repetir la experiencia, no se cierran al amor ni al sexo. Resalta que, a diferencia de hace dos décadas, la principal causa de divorcio ya no es la infidelidad masculina sino la sobrecarga de trabajo doméstico, una carga que sigue recayendo mayoritariamente en ellas.
Identifica que la edad madura aporta claridad: si deciden compartir la vida con otro hombre lo hacen con muchas condiciones y estudiando bien los pros y los contras. “En mis talleres, el proceso de empoderamiento está dando sus frutos en las decisiones que tomamos con respecto a la pareja que desearíamos”, describe.
Eso no quiere decir que no haya mujeres que aún creen en el mito romántico. “Muchas mujeres han tenido mucho miedo al divorcio, pero cuando dan el paso, se sienten liberadas”, confirma. En el caso de los hombres, Herrera observa cambios en el divorcio. “Alumnos que van a mis formaciones y son conscientes de que han hecho algo mal con sus parejas, solicitan ayuda para no repetirlo”, cuenta.
En paralelo, sostiene que es habitual que las mujeres dediquen mucho tiempo y energía en educar a los hombres, aunque ese modelo empieza a agotarse. Menciona la epidemia de soledad que muchos experimentan cuando se divorcian y cómo ellas terminan ejerciendo de gestoras emocionales, lo que se resume en el término mankeeping: “Recordarle qué tiene que hacer, que salga, que se ocupe de sus amigos..., que no se olvide de llevar a su madre al médico... También resulta una tarea pesada”, asegura.
Para la experta, el contraste es claro: mientras ellos suelen necesitar a sus parejas a medida que envejecen, ya sea por enfermedad o falta de energía, muchas mujeres sienten que es su momento de salir, explorar y disfrutar tras haber dejado atrás la crianza. “El ‘ahora me toca a mí’, tiene que ver con recuperar la coherencia y atenderse a una misma”, concluye.



