Raúl (43 años) lleva más de la mitad de su vida trabajando como tatuador profesional. Se estrenó en 2001, con 19 años. Hizo un curso en Kim Tattoo, “la primera escuela de tatuajes que hubo”, en Calafell. Y, en 2002, con 20, empezó a tatuar de manera habitual. A los 33, en 2015, abrió su propio estudio en la misma localidad: Damage INKorporated. Una década después, está pasando por un mal momento a nivel profesional. Este último año, dice, ha sido el peor que ha vivido: “nunca había tenido tan poco trabajo”.
No es algo que le esté pasando sólo a él. Muchos otros profesionales del tatuaje están constatando un declive en la demanda, que algunos atribuyen a que en los últimos dos o tres años “ha estallado la burbuja”. Se ha sobredimensionado el sector a medida que estar tatuado ha ido ganando aceptación social, dicen, y en los últimos años han brotado estudios por todo el país. Además, hay mucha más gente tatuando, ya sea de manera legal o clandestina; en sus casas.
Cualquiera tiene un amigo que tatúa. Tatuar en casa está normalizado (...) Se anuncian por Facebook o Instagram, igual que los estudios legales

El tatuaje vivió un boom, con la proliferación de estudios y muchos más artistas tatuando, pero en los últimos años la demanda ha caído
Desde la Unión Nacional de Tatuadores y Anilladores Profesionales (UNTAP) estiman que hay entre 5.000 y 6.000 estudios de tatuaje en España; cerca de 10.000 tatuadores “legales” —“dados de alta en la seguridad social y que trabajan en estudios”— y el doble, dicen, en situación irregular. El número de afiliados a UNTAP crece cada año entre un 10 y un 20 por ciento, recalca su secretario, Fidel Prieto, en conversación con La Vanguardia. Así las cosas, con la demanda en descenso desde, al menos, 2022, “no hay piel suficiente para tanto tatuador”, zanja Prieto.
“En los estudios tenemos menos trabajo, pero creo que la gente se tatúa igual”, señala Raúl. “Hoy día cualquiera tiene un amigo que tatúa. Tatuar en casa está muy normalizado”, lamenta. “Se anuncian por Facebook, por Instagram, igual que hacemos nosotros, los estudios legales. Buscas en Google un estudio de tatuaje cerca y te puede salir perfectamente un tatuador que lo hace en su casa”, añade. Admite que tiene una visión “catastrofista”, pero no ve que se pueda revertir la tendencia actual, no cree que haya una solución en este punto: “el tatuaje va a volver a ser un mundo clandestino”.
Comprar una máquina para tatuar es ahora mucho más barato que cuando él empezó a tatuar, hace 24 años. En los portales principales de venta online, un kit con una máquina sencilla puede costar menos de 30 euros. También son mucho más fáciles de usar. “Te compras por Amazon una máquina tipo pen y solo tienes que encenderla y apagarla. Y en el kit te viene una máquina de mierda, agujas de mierda y tintas de mierda, pero da para probar”, reconoce. Él aprendió con las máquinas tradicionales, de bobinas, que podían valer 300 euros o más. Muchas eran artesanales y llevaban el nombre de sus hacedores, como Micky Sharpz o Coko Fernández. “La primera vez que me pusieron una máquina de tatuar en la mano, la desmonté y me dijeron “vale, ahora vuélvela a montar”, y me quedé sin saber qué hacer”, cuenta Raúl.
En estos momentos, Luis, de 33 años, tatúa en su casa. Pero no por falta de experiencia o porque él prefiera hacerlo así. En el último lustro ha ido saltando de estudio en estudio en Madrid; y en ninguno de ellos ha tenido un contrato, una mínima seguridad laboral, un salario. El acuerdo, siempre verbal con los dueños de los estudios, fijaba los porcentajes para repartir las ganancias del tatuaje.
Una máquina de tatuar es hoy más barata y más fácil de usar que hace 30 años

Madrid y Barcelona son los dos grandes focos del sector del tatuaje en España
Esto es lo habitual en el sector. “La anomalía es tener un contrato laboral”, admite Raúl, que en Damage INKorporated tiene contratada a una tatuadora, Verónica, con la que lleva trabajando 10 años. También Raúl estuvo contratado en el pasado, dice, sabiéndose parte de una minoría dentro del sector.
La mayoría de tatuadores son autónomos y trabajan en estudios como colaboradores recurrentes. Aunque cada artista tiene su caché y los porcentajes varían de un estudio a otro, un acuerdo común, al menos en Madrid y Barcelona — grandes focos urbanos del tatuaje en España—, es que el tatuador se quede con el 50% del precio final de cada tatuaje si se trata de un cliente del estudio (alguien que entra sin buscar a un tatuador en concreto), y con el 60 o el 70% del valor si es un cliente propio (alguien que ha elegido tatuarse con un artista y éste lo lleva al estudio). Los materiales más caros —como las tintas y las agujas— corren a cargo del tatuador; mientras que el estudio aporta desechables como la vaselina, el papel, los guantes o los pequeños tinteros de plástico.
Pero dentro de estos arreglos algunos estudios fijan turnos de trabajo, también para los artistas que no tienen contratados. Hay tatuadores que terminan trabajando 50 horas a la semana o más, pasando una media de diez horas al día en el estudio, cinco o seis días por semana. Si hacen algún tatuaje se llevan su comisión correspondiente. Si no entra nadie —y no llevan a clientes de su cartera—, se van de vacío.
Dragos lleva casi una década dedicado al tatuaje. Tiene 28 años y ha pasado en total por cinco estudios. En uno de ellos —que coincide con el que mencionan los testimonios de otros tatuadores consultados para este reportaje, pero cuyo nombre prefieren no exponer— los dueños requerían a los tatuadores que estuvieran ahí de 11:30 a 20h. A pesar de cumplir horarios, no estaban contratados.
Es un sector muy poco sindicalizado; no hay apenas organización entre los trabajadores y no cuenta con un convenio colectivo propio

El artista del tatuaje venezolano Robbie Flaviani, en su anterior estudio en Barcelona; ahora trabaja en Glasgow
Emilio San Miguel, abogado laboralista, detalla que los trabajadores por cuenta propia, en el punto en que dependen económicamente de un sólo cliente —en este caso, un estudio de tatuaje— y que además tienen horarios y vacaciones establecidas por parte del estudio, pueden ser considerados falsos autónomos. Y casi todos los tatuadores que trabajan en estudios, dice este jurista, son falsos autónomos.
“El tatuaje se ha precarizado mucho”, advierte. “Es un sector muy poco sindicalizado; no hay apenas organización entre los trabajadores y no cuenta con un convenio colectivo propio”. De hecho, parte del problema que destacan algunos trabajadores es la falta de regulación: tanto en la formación reglada como en otros aspectos, como la homologación de las tintas a nivel nacional o el reconocimiento como actividad diferenciada de los salones de belleza. San Miguel coincide. En la Clasificación Nacional de Actividades Económicas no existe un epígrafe para el sector del tatuaje, a pesar de que se ha reivindicado desde entidades como UNTAP. Cae en categorías como la de las peluquerías, o bien en “Otros servicios personales n.c.o.p.”.
Mirando la cantidad de tiempo que un tatuador pasa en un estudio, qué parte de sus ingresos dependen de ese pagador, y comprobando que tiene asignado un horario y que no decide él o ella sus vacaciones, un inspector de trabajo podría constatar la situación real de los tatuadores que son falsos autónomos en estudios. Pero este experto, del despacho Reivindícate Abogados, lamenta que “no hay suficientes inspecciones de trabajo, no sólo en el tatuaje sino en general: es un servicio que está totalmente colapsado”.
En el último estudio en el que trabajó Luis, en el centro de Madrid, los artistas debían apuntar los tatuajes que hacían y las horas a las que se cerraba cada tatuaje para controlar internamente quién hizo qué —y poder pagar la parte que corresponde a cada cuál—, pero el jefe pedía a los tatuadores que arrancaran esas horas y las tiraran o se las dieran a él, para que no quedara registrado que los tatuadores pasaban todo ese tiempo ahí.
En general en este mundillo creo que se aceptan esas condiciones porque luego a nivel de ganancias normalmente sí compensa: ganamos dinero
“Si viene una inspección y el tatuador está contratado, igual en el contrato pone que trabaja cinco o seis horas. Y por tanto si está escrito que hago un tatuaje a las 11:30h, otro a las 14h, otro a las 17h y otro a las 22h, eso ya es una prueba de que estás trabajando muchas más horas”.
Esta práctica, que han confirmado otros tatuadores del mismo estudio cuyo nombre piden no explicitar, es una de las condiciones laborales que asumían como falsos autónomos. El estudio da de alta en la seguridad social a algunos de sus tatuadores como trabajadores –reconociendo, por tanto, una relación laboral– pero no se hace cargo de la seguridad social de éstos, sino que la tienen que costear ellos mismos. Y los tatuadores están obligados a cumplir un horario muy superior a lo que queda escrito. “Así se ahorran tener contratado a alguien en recepción”, arguye Luis, quien accedió a colaborar con este estudio porque le interesaba trabajar lo máximo posible.
¿Cuánto gana un tatuador?
Virginia (nombre ficticio), una tatuadora de 34 años, acaba de ser contratada. Pero en falso. El contrato indica que trabaja 10 horas a la semana, aunque en la práctica hace entre 45 y 55 horas. Paga su propia seguridad social. Le viene bien, dice, porque si es autónoma la cuota ronda los 300 euros mensuales. Mientras que en esta nueva situación paga 110 euros. “Ya es menos de la mitad, y no pago el IVA”. “En general en este mundillo creo que se aceptan esas condiciones porque luego a nivel de ganancias normalmente sí compensa, porque sí ganamos dinero”, apunta.
Un mes bueno, un tatuador medio puede ganar cerca de 3.000 euros brutos. El problema es que cuando la demanda cae, cuando no hay trabajo, se puede quedar en 700 euros mensuales o menos. “Y hay meses que no sabes cómo de mal te va a ir. Yo preferiría tener un salario decente, un horario decente y unas condiciones decentes”, valora Virginia.
Auge y caída del tatuaje
El secretario de UNTAP se queja también de que los estudios que han proliferado en los últimos años al calor del boom del tatuaje están dirigidos por empresarios que a menudo son sólo inversores, personas que vieron una oportunidad de negocio, pero no son tatuadores profesionales, y por tanto ignoran las necesidades reales del trabajo del artista.
“El tatuaje se puso muy de moda, subió a unos niveles que no eran lógicos. Cualquiera que dibujara un poquito enseguida se ponía a tatuar, hacía dinero y todo el mundo se quería tatuar, y era una locura”, alega Adam Mazo, encargado en Pro-arts, la principal distribuidora de material de tatuaje en España, con su propio estudio y tatuadores.
También aduce que en su negocio las ventas han ido menguando. “Durante y después de la covid-19 se aguantó, pero ya desde hace dos años la cosa ha bajado mucho”, dice, y cree que todo el sector está igual: “Hay tantas tiendas online, físicas, estudios de tatuaje que quisieron vender material y ahora están viendo que no venden, que no da”.
Los estudios manejados por empresarios que no son tatuadores, argumenta Prieto, impulsan un modelo mucho más productivista, estratégicamente situados en los centros de las ciudades, que echan mano de tatuadores jóvenes, a menudo con poca experiencia, menos propensos a conocer sus derechos y a reclamarlos —o más precarios y por tanto más vulnerables— y tiran los precios. Allí abunda más el cliente “walk-in”, el espontáneo que entra desde la calle y se quiere hacer un tatuaje, que puede ser pequeño, rápido y de bajo coste. Un turista que se lleva el souvenir grabado en la piel. Un infinito, una palabra, una mariposa, un símbolo, un detalle pequeño que puede costar 50 euros o menos. “Ganan más vendiéndote la crema que el tatuaje en sí”, dice Prieto.
El tatuaje se ha devaluado: se ha puesto tan de moda, es tan poco exclusivo ya, que han aparecido grandes cadenas de ‘chiquitatus’ que devalúan el precio

El estigma social que acompañaba a tener un tatuaje en décadas pasada prácticamente ha desaparecido
“El tatuaje se ha devaluado mucho”, coincide Daniel, tatuador en Madrid desde hace 7 años. “Se ha puesto tan de moda, es tan poco exclusivo ya, que han aparecido grandes cadenas de ‘chiquitatus’ que devalúan el precio, y la gente tatúa en sus casas porque no puede permitirse ser autónomo”.
Él lleva varios años con un contrato laboral en un estudio, pero en el pasado ha sido trabajador autónomo, algo que le parece “pegarse un tiro en el pie”, y se pregunta “cómo hay gente que sobrevive con un nivel de curro normal a ser autónomo”, dice. “El trabajo acompaña mucho al estilo de vida de la persona. Tienes que hacer muchas peripecias para todo: desde convencer al cliente hasta pensar los diseños hasta llegar a fin de mes. Todo es un arte. Ya te tiene que gustar demasiado esto para elegir esta forma de vida y sobrevivir. Salvo que seas una superestrella, es lo que hay. El 80% de los tatuadores vive al mes o malvive”.
Pablo, un artista de Mallorca de 44 años, tatúa desde el año 2007, y desde el 2011 hace temporadas de verano en la playa. “Siempre de falso autónomo, menos dos temporadas que estuve de falso contratado y una que no curré”, precisa.
Muchos tatuadores también van como artistas invitados a otros estudios fuera de su ciudad o su país de residencia. Alemania, Reino Unido, Países Bajos… Pero algunos creen que la burbuja está a punto de estallar allí también. “He viajado para gastar lo que no he facturado y también para ganar sin facturar intentando sobrevivir hasta la siguiente temporada”, señala Pablo, y sentencia: “el gremio se fue a la mierda hace tiempo, pero aquí seguimos luchando por hacer las cosas bien y subsistir”.