Maria González Araiza tiene 14 años y estudia Tercero de ESO en un instituto público de Sarrià-Sant Gervasi. Se declara feminista y bisexual. Ha estado muy volcada en las protestas propalestinas, hasta el punto que discutió con un profesor que cuestionaba el uso de la palabra “genocidio”. Le irrita escuchar en clase en boca de algunos compañeros que “Franco no era tan malo” y que pagar impuestos no sirve para nada.
Pau de Gea tiene 16 años y estudia Primero de Bachillerato en un centro concertado religioso de Les Corts. Solía llevar llaveros con la bandera española, pero ya no. Escucha a Federico Jiménez Losantos y le gustan algunos vídeos de Vito Quiles y Roma Gallardo. A día de hoy, no votaría ni a Vox ni al PP, aunque comparte algunos de sus posicionamientos. Hace poco él también tuvo un enganche con un profesor que le afeó su actitud cuestionando los casals del ayuntamiento. “Yo quiero hacer vóley normal, no vóley LGTB”, le dijo.
Esa adolescente guerrera que surgió con las protestas de la Manada y los primeros 8M ha decidido que es mejor adoptar perfil bajo y callarse la boca
Maria Gonzalez (14), en el patio del instituto público de Sarrià donde estudia
Maria y Pau no son estereotipos demográficos, son dos adolescentes de carne y hueso con especial habilidad para el debate político. Pero también encajan con algunos de los perfiles que dibuja la demoscopia en los últimos años y los que observan también a diario los docentes. La política siempre ha estado presente en la Secundaria, en otras épocas marcada por hitos como el procés, y ahora se presenta en las aulas de los centros educativos con una fuerte división, mediatizada por influencers de la política que tienen en los adolescentes un público fundamental y con movimientos mucho más rápidos que en otras épocas.
Patricia Martínez Cueto, profesora de Lengua y Literatura española en un instituto público de una zona rural asturiana fue periodista antes que docente. “Me tocó cubrir la presentación de VOX como partido en Covadonga. Mis jefes no me dieron ni media página, no se vio como algo relevante. Si me llegan a decir entonces que una década más tarde, los chicos jóvenes se identificarían con ese partido, no me lo hubiera creído”. Martínez nota un “constante rechazo a las políticas de género, además de racismo, homofobia y críticas al estado del bienestar. Esto último está alcanzando a perfiles de todo tipo y de ambos géneros”.
También ha visto diluirse una figura que despuntó en todos los centros educativos, acorde a un perfil como el de Maria González, el de la chica feminista muy combativa dispuesta a entrar en todos los fregados. “Esa adolescente más guerrera que pudo surgir con las protestas de la Manada y los primeros 8M ha decidido que es mejor adoptar perfil bajo y callarse la boca”, cree la profesora.
Naomi Beinart, una estudiante de Secundaria estadounidense bautizó ese perfil de la chica que calla ante un alumnado masculino muy crecido y con actitudes retrógradas como la “nueva chica chill” en un artículo reciente en The Guardian. Allí explica que en su instituto las dinámicas han cambiado desde que arrancó el segundo mandato de Donald Trump. Los chicos se sienten más libres para hacer comentarios misóginos, racistas y capacitistas y las chicas callan por no meterse en líos. “Una compañera a la que pregunté dijo que no quería ser conocida como una de esas chicas super woke porque si no los chicos no te toman en serio”, escribía.
Me he sentido adoctrinado en el feminismo (...) un chico dijo que una niña era guapa y aquél mismo día nos pusieron un video sobre acoso sexual
Pau de Gea (16), fotografiado en el patio del centro escolar de Les Corts donde estudia
Ese fenómeno también ha llegado, con matices, a las aulas españolas y catalanas. El sociólogo Stribor Kardelis es uno de los investigadores que se encargan de elaborar el barómetro de género que publica anualmente la Fundación Fad Juventud, que en los últimos años siempre da titulares que apuntan a la deriva de los hombres jóvenes hacia posiciones políticamente autoritarias y negacionistas de la violencia de género. Kardelis está ahora filtrando los datos que conformarán el informe del Observatorio de Género de la juventud española de 2026 pero ya ha visto despuntar algunas tendencias novedosas: que las posturas que banalizan o niegan la violencia de género se estabilizan en los chicos tras años de crecimiento (el sociólogo cree que se debe a que ya han tocado techo), pero se reduce el porcentaje de chicas que se considera feminista. “Eso muchas veces no se debe a que no estén a favor de la igualdad o que no consideren importante luchas por políticas igualitarias, sino que se duplica el porcentaje de ‘No sabe no contesta’. Creemos que porque el término se ha atacado tanto desde discursos reaccionarios y de extrema derecha que ha generado muchas dudas. Crecen las personas que prefieren no posicionarse”. Es decir las chicas y chicos chill.
“El discurso que señala que el feminismo no hace falta, que se ha perdido la presunción de inocencia o que los hombres están desprotegidos está tan normalizado en la manosfera que acaba polinizando y afecta tanto a chicos como a chicas”. Maria González, la adolescente de Gràcia, tiene otro nombre para las chicas chill, uno que circula mucho en la retórica digital, las chicas pick me (escógeme), que detecta en los pasillos de su instituto y que define como “las típicas chicas que dejan mal a otras chicas solo por quedar bien con los chicos”. Por ejemplo, censurando su conducta sexual.
Bisexuales progresistas y hombres gays refractarios al feminismo
Desde hace años, todos los medidores, desde la Encuesta de la Convivencia Escolar a un estudio específico que publicaron hace unos meses investigadores de la Pompeu Fabra y la Universidad de Toronto coinciden en señalar que cada vez más chicas adolescentes se declaran bisexuales o no heterosexuales, más de una cuarta parte del total en Catalunya frente a apenas un 7% de los chicos. En el proyecto Caja de la Masculinidad de Fad Juventud cruzan los datos de preferencia sexual con orientación política, con algún resultado sorprendente. “Las personas bisexuales, tanto hombres como mujeres, se alinean con el feminismo. En cambio, los varones homosexuales acompañan en sus discursos perspectivas muy conservadoras y a veces misóginas en torno al género”, señala Stribor Kardelis. “Los chicos homosexuales se situaban dentro de la Caja estadísticamente incluso más que los chicos heterosexuales”, es decir, defienden roles y estereotipos de género muy tradicionales y a veces reaccionarios.
¿Sirven los talleres de inclusividad?
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Los chavales que cursan ahora la Secundaria crecieron haciendo murales del 8M en Primaria y asistiendo a talleres sobre consentimiento, actitudes posesivas en la pareja y aceptación de la diversidad en todas sus vertientes. A algunos de ellos esto les ha generado aversión, hasta el punto que hay docentes que defienden y programan este tipo de actividades en sus centros que ya han llegado a pensar que son contraproducentes. “A veces me ha dado la sensación de que se ha frivolizado, se ha celebrado el 8M pintando una pancarta de color lila y se han tratado temas profundos de manera banal. Eso ha podido legitimar el rechazo natural que ya tenían algunos por discursos que oyen en redes”, cree Clara, una profesora de Historia que prefiere no dar su apellido y trabaja en un instituto público en Lleida.
“Yo sin duda me he sentido adoctrinado en el feminismo”, dice Pau De Gea, el alumno de Bachillerato. “Un día un chico de mi clase dijo que una niña era guapa y aquél mismo día en la tutoría nos pusieron un video sobre acoso sexual en segundo de la ESO. Me pareció una exageración. El feminismo es esencial, pero según cómo se lleve se criminaliza a los chicos”. La disyuntiva es perversa: exponer a los alumnos a ideas que les repelen y arriesgarse a que huyan en dirección contraria, o no exponerles en absoluto y que nunca lleguen a escucharlas.
Los adolescentes nos escuchan más que y nosotros a ellos. Muestran de manera explícita nuestras contradicciones y las expresan con más vehemencia (...)
El debate, incluso el debate elevado con adolescentes, es posible. Lo cree, y lo pone en práctica a menudo el sociólogo Miquel Missé, que coordina el espacio Un Matí Amb en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona. Consiste en llevar a alumnos de Secundaria a charlar con pensadores de primer nivel. Por ahí han pasado escritoras como Maggie Nelson o Lea Ypi, la antropóloga Rita Regato y la filósofa Carolin Emcke, entre muchos otros. Esos encuentros salen asombrosamente bien. Missé valora especialmente al alumnado de los centros llamados de alta complejidad, que son “más flexibles”, acostumbrados a escuchar y hablar muchas lenguas, del urdu al tagalo, y a convivir con diversidad religiosa y geopolítica.
“Diría que los adolescentes nos escuchan, miran todo lo que hacemos, y nosotros los escuchamos menos. Son un espejo interesante de nuestra sociedad. Evitaría agruparlos como generación. Muestran más explícitamente nuestras contradicciones y las expresan con más vehemencia, pero no son distintos al resto de la sociedad”. Missé advierte también de la paradoja: “No paramos de decir que son más abiertos y, con la misma intensidad, que son más conservadores y que tienden a posiciones autoritarias. Lo más probable es que las dos cosas sean ciertas”. En esas sesiones, los pensadores invitados suelen usar un tono más pedagógico y dialogante del que usan en las charlas con adultos, y, tras escuchar todo tipo de calamidades sobre cambio climático o derivas políticas catastrofistas, hay una pregunta que se suele repetir desde la grada: “¿hay esperanza?”. “Siempre resulta inquietante oírselo a una persona de 15 años”, señala el sociólogo.
El sueño del Lamborghini
Otra tendencia generalizada: la obsesión por conseguir ‘dinero fácil’
Muchos jóvenes tienen como referentes de vida a influencers. En la imagen, Amadeo Llados
Otro dilema que se plantean los docentes a diario es cómo y dónde sacar según qué temas. “La LOMLOE te exige ser políticamente neutral en clase, solo puedes tocar temas políticos si el objetivo de la sesión es hablar de derechos humanos, igualdad o ciudadanía”, señala Andrea Guerra, que ha dado clases en ESO, Bachillerato y FP en distintos centros concertados y privados de Barcelona, siempre del área de Humanidades, y ha visto de todo. La primera vez que escuchó la palabra “feminazi”, recuerda, fue en boca de un alumno de 15 o 16 años, que la utilizaba en cada frase.
“He vivido momentos comprometidos –explica Guerra–, con alumnos diciendo cosas como ‘hay demasiados moros’ delante de alumnos musulmanes”. También Clara, la docente de Lleida se ha encontrado en escenas similares, que de entrada le chocaron. Algunos de sus alumnos, hijos de migrantes, le defendieron las redadas antiinmigrantes de Donald Trump. Las encontraban justas y necesarias. “También me he encontrado discursos muy agresivos sobre los menores no acompañados por parte de alumnado de origen marroquí”, dice.
Las dos profesoras, y el resto de docentes consultados, coinciden en que ahora mismo “lo radical es ser de extrema derecha”, como señala Andrea Guerra. “Yo soy nacida en 1982 y cuando iba al instituto coincidía con perfiles de izquierda más radical, compañeros que llevaban pañuelos palestinos. Eso ha desaparecido. Te puedes encontrar perfiles feministas o LGTBQI fuertes como mucho”. Ella tiene identificado un tipo de alumno, siempre de género masculino, muy disruptor en clase, “que habla como un falangista de los años 30 y siempre quiere tener la última palabra”. Siente que ese tipo de alumno, que a menudo ocupa una posición de liderazgo en la clase, disfruta especialmente desafiando a una profesora que es mujer “y de perfil feminista”. Ante ese panorama, su método es introducir temas de manera lateral y sin opinar más de lo necesario, tratar de llegar hasta el franquismo en el temario de Historia y hablar, por ejemplo, de la represión en la dictadura, que muchos desconocen o minimizan.
El otro punto en el que coinciden todos los profesores y confirman los datos que recoge Stribor Kardelis es la obsesión muy generalizada con el dinero fácil, la idea de que los impuestos son un robo y el estado del bienestar, un montaje innecesario. Lo que redunda en un desprecio extra del docente, a quien consideran un fracasado social por su sueldo muy alejado del de un youtuber con Lamborghini y código postal andorrano. Lo resume así Andrea Guerra: “A veces me dicen: ‘profe’, yo me voy a hacer rico en internet, ya te vendré a buscar”.



