Sin humanidades nos deshumanizamos: el riesgo de idolatrar la tecnología

La disrupción de la IA

Sin humanidades nos deshumanizamos: el riesgo de idolatrar la tecnología
Ramón López de Mántaras

“Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio o la ingeniería son profesiones nobles y necesarias para dignificar la vida. Pero la poesía, la belleza, el arte, el amor, son las cosas que nos mantienen vivos”. Estas palabras, inmortalizadas en El club de los poetas muertos, siguen resonando hoy, cuando parece que el mundo se ha rendido a una fe ciega en la tecnología.

Vivimos en una época que infravalora las humanidades e idolatra la tecnología. En la educación secundaria, las humanidades ocupan cada vez menos espacio, como si fueran una pérdida de tempo, un lujo prescindible. Pero estudiar humanidades es aprender a mirarte al espejo y a hacerte preguntas, por incómodas que sean. Es adquirir herramientas para pensar críticamente, para avanzar con menos miedo en un mundo que nos empuja a la superficialidad, que nos devora y nos deshumaniza. Una educación que desprecia las humanidades desprecia, en el fondo, la propia sociedad.

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Lamentablemente, vivimos en un entorno donde las redes sociales y la inteligencia artificial (IA) están transformando negativamente nuestra vida social. Nos relacionamos a través de pantallas y algoritmos que erosionan, poco a poco, la riqueza  emocional de los vínculos humanos. Según la antropóloga Anna Machin, de la Universidad de Oxford, nuestras relaciones sociales son, después del agua, la comida y el refugio, el factor que más influye en nuestra salud y felicidad. Pero en lugar de proteger nuestros lazos sociales, los estamos debilitando con soluciones cada vez más frías, más automatizadas. ¿Qué consecuencias tendrá para nuestra especie vivir reduciendo significativamente el contacto personal que nos ha moldeado durante milenios?

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Grupo Armora / Europa Press

Cada vez hay más ejemplos de cómo la IA, mal empleada, sustituye el contacto humano. Uno especialmente irritante es la proliferación de asistentes virtuales en la atención al cliente por parte de empresas, y en los servicios a la ciudadanía por parte de las administraciones públicas. Este último caso resulta particularmente preocupante, pues las instituciones públicas deberían ser un referente en el uso responsable de la IA, y no contribuir a dificultar el acceso a los servicios ni a excluir a quienes quedan al margen de una digitalización mal implementada que relega la interacción con personas, creando frustración en la ciudadanía. 

En lugar de proteger nuestros lazos sociales, los estamos debilitando con soluciones cada vez más automatizadas

Aún más alarmante es el uso de chatbots con apariencia de psicoterapeutas. No solo pueden agravar los problemas de salud mental de sus usuarios, sino que, además, muchas personas —sin espíritu crítico ni conciencia del riesgo— entregan información altamente sensible a empresas privadas sin saber qué uso se hará de sus datos.

Otro ejemplo muy alarmante es el uso creciente de IA para sustituir a cuidadores humanos. Se pretende que las máquinas hagan lo que en realidad exige empatía, presencia, humanidad. Cuidar no es solo limpiar, vestir, cambiar sábanas y administrar medicamentos. Es ofrecer compañía, afecto, atención, crear vínculos, sincronizar emociones. Eso no lo puede replicar una máquina. 

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La investigadora en Robótica Social del CSIC Carme Torras nos recuerda que la IA nunca alcanzará los complejos niveles de atención empática brindados por un prójimo, y que a lo sumo debería ser un complemento, en lugar de una substitución, de los cuidadores humanos. Y, sin embargo, ya hay gobiernos, como el del Reino Unido, que están invirtiendo miles de millones en IA para automatizar el cuidado de personas mayores. Es un desprecio hacia los más vulnerables, una forma sutil —pero brutal— de deshumanización. ¿Qué viene después? ¿Niñeras robot?

No se trata de rechazar la tecnología, sino de exigir que la innovación no sacrifique aquello que nos hace humanos. Sin embargo, esta discusión apenas se plantea. Abundan los discursos rimbombantes sobre IA, cargados de afirmaciones vagas o deliberadamente oscuras. Hay demasiada gente  fascinada por la IA que no comprende realmente lo que implica. Y no necesariamente porque desconozcan la tecnología; en muchos casos, se trata de brillantes ingenieros. El problema es que son pésimos humanistas. Han confundido la complejidad con la conciencia, el lenguaje con el pensamiento, el cálculo con la comprensión.

Hay gente fascinada por la IA que no comprende realmente lo que implica: pueden ser ingenieros brillantes, pero son pésimos humanistas

La tecnología avanza más rápido que nuestra biología, y eso genera un desfase inquietante. Deberíamos recurrir a nuestra sabiduría para establecer límites y decidir qué tipo de mundo queremos construir. Somos muy hábiles inventando nuevas herramientas, pero cada vez más incapaces de usarlas con sensatez.

Ramon López de Mántaras. Institut d’Investigació en Intel·ligència Artificial (IIIA-CSIC)

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