La inmunóloga Mary Brunkow vive en Portland, Oregón (EE.UU.), a ocho horas de distancia horaria de Estocolmo. Cuando su teléfono sonó en torno a las 2:00 h de la mañana (10:00 h en Estocolmo) reconoció el prefijo de Suecia. Sin pedidos recientes a Ikea y, sobre todo, con mucho sueño, Mary Brunkow colgó y puso el teléfono en silencio. Le despertaron las voces de su marido, dos horas después: estaba hablando con alguien en el salón. Brunkow bajó las escaleras, todavía en pijama. Su marido estaba hablando con un periodista de AP. En la puerta esperaba una televisión local. La conversación debió ser breve y surreal. “Mary, creo que has ganado el Nobel”. Brunkow recordó la llamada perdida sueca y conectó de nuevo el teléfono. Esta vez sí cogió el teléfono. “Le pongo el altavoz… Estoy en el comedor. Mi marido ha salido a pasear al perro, está un poco nervioso con lo que está pasando”.
Y así fue como Mary Brunkow supo que había ganado el Premio Nobel de Medicina 2025, junto a sus compañeros Fred Ramsdell y Shimon Sakaguchi. Sus trabajos sobre cómo el sistema inmunitario protege a las células sanas, abriendo la puerta a posibles nuevos tratamientos contra enfermedades autoinmunes y el cáncer, merecieron un premio que, al llegar de madrugada, Brunkow casi se pierde.
[Fred Ramsdell, a día de ayer, no había recibido aún una comunicación oficial del Nobel. Ni la Academia Sueca, ni sus compañeros, ni la empresa en la que trabaja han podido contactar con él. Según Reuters, se encuentra de viaje haciendo trekking en una zona sin cobertura].
La anécdota copa las primeras líneas de la entrevista con Mary Brunkow recogida en la página web de los Premios Nobel. Tuvo lugar a las 4:30 h, hora de Portland, inmediatamente después de la abrupta —y divertida— comunicación de la noticia a la ganadora. “Bueno, mi cabeza está…”, reconocía. “Es un honor —explicaba ya recompuesta— “haber formado parte de la investigación inicial” en el descifrado del genoma.
Clonar un gen en 1998 es muy distinto a lo que es ahora. “Es increíble lo mucho que ha cambiado la ciencia. Y la forma en que lo haríamos hoy es completamente distinta de cómo tuvimos que hacerlo entonces”, señala Brunkow. “Una vez que tuvimos una idea de la genética y de la localización del gen mutante —remarca, sobre la investigación galardonada—, fue un verdadero trabajo de fondo llegar hasta la mutación exacta, porque se trataba de una alteración genética muy pequeña”.
Brunkow, eso sí, tiene claro que una investigación científica exitosa como la que le ha valido el Nobel es el fruto de la suma de talentos sin fronteras de ningún tipo. “Hacen falta un montón de cerebros distintos trabajando juntos, sin duda”. La conversación con la Academia, según su web, terminó ahí. Y Mary Brunkow ya pudo respirar y tomarse un café. El primero como ganadora del Nobel.


