En la anterior entrega abordamos los excesos de Ridley Scott en Gladiator y Gladiator II, donde aparece una inscripción funeraria de un gladiador escrita ¡en inglés! Pero a veces los excesos no se cometen solo ante la cámara. También detrás. Y a veces tienen la culpa ocho pintas de cerveza, doce copazos dobles de ron y media botella de Famous Grouse. Esa fue la última ronda de un actor desmesurado y brillante, Oliver Reed.
La primera parte del viaje de Ridley Scott a la Roma imperial se rodó en 1999 y se estrenó en el 2000. Fue un exitazo que relanzó las carreras de actores que corrían el riesgo de caer en el olvido, a pesar de su extraordinario talento, como Derek Jacobi y David Hemmings (los senadores Graco y Casio) o Richard Harris (al que los más jóvenes ya no relacionarán con Un hombre llamado Caballo, sino con el emperador Marco Aurelio).
Hubo otra estrella inglesa, sin embargo, que no se benefició del taquillazo de Gladiator. Falleció antes del estreno. Antes, incluso, de que se rodaran todas las escenas en las que debía interpretar a Próximo, el lanista o traficante de gladiadores que conduce al protagonista de la historia hasta el Coliseo de Roma. La prensa británica resaltó que la carrera de Oliver Reed (1938-1999) comenzó y acabó en los bares. Y es cierto.
Debutó como actor gracias a los amigos que hizo en el pub Earl's Court. Un día le dijeron que iban a un casting para trabajar de extras y él los siguió. Como casi todas las suyas, fue una decisión impremeditada, pero le abrió las puertas del cine: participó en más de noventa películas. Víctima de su adicción y de cierto periodismo, que jaleaba sus juergas, Oliver Reed se creyó su propia leyenda: “La gente quiere que sea un alborotador”.
Tuve una casa en la costa, pero nunca vi el mar: a medio camino había un bar”
Fue otro juguete roto de una época muy propensa a los excesos, como los del extraordinario futbolista George Best, célebre fuera de los terrenos de juego por frases como esta: “En 1969 dejé las mujeres y la bebida, pero fueron los peores veinte minutos de mi vida”. Las tormentas etílicas de nuestro actor, que obligaron a que se acabaran digitalmente las escenas que dejó inacabadas de Gladiator (video de abajo), darían para más de un libro.
Las historias que se cuentan sobre él son terribles. Un día antes de uno de sus matrimonios, se tomó 106 pintas de cervezas. De esa jornada (queremos creer que del comienzo de esa jornada, no del final) es la acrobática foto que abre esta crónica. Era una fuerza de la naturaleza. Tenía un magnetismo que traspasaba la pantalla, pero podría haber llegado muchísimo más lejos de lo que llegó si no se hubiera cavado su propia fosa.
De haber vivido en la Inglaterra del siglo XVII, Oliver Reed podría haber competido con otro gran dipsómano, Samuel Pepys, custodio en el sótano de su casa de 350 litros de vino que él y sus visitas se pimplaron en apenas un año. Oliver y su pandilla de amigos liquidaron en una noche de farra 36 jarras de cerveza, 32 botellas de whisky, 17 botellas de ginebra y una de sidra (en realidad un destilado de pera, no de manzana).
De joven tenía un físico envidiable, fuerte como un jugador de rugby y ágil como un bailarín. Pero el alcohol le pasó factura y le hizo hacer el ridículo mil veces. En una entrevista podía bajarse los pantalones o decir absolutas majaderías con un torrente de voz digno de los mejores versos de Shakespeare. Una vez lo echaron de un programa de Channel 4 por su evidente embriaguez y porque trató de besar a la feminista Kate Millet.

La feminista a la que un ebrio Oliver Reed intentó besar en la tele
Invitaba a personas a las que ni siquiera conocía y pagaba de golpe rondas de más de 300 euros. Se le atribuyen mil anécdotas, no todas confirmadas, como la que sostiene que una vez gritó: “A mí que me entierren, porque me flambearán si me intentan incinerar”. Sí es rigurosamente demostrable, como se dijo al principio, que su carrera comenzó y acabó en una barra: del Earl's Court, de Londres, al The Pub, de La Valeta, Malta.
En Malta se rodó buena parte de Gladiator. El actor se comprometió ante Ridley Scott a que no probaría ni una gota de alcohol durante todo el rodaje. Y cumplió su palabra hasta prácticamente el final. Su mala cabeza le condujo el 2 de mayo de 1999, cuando faltaban apenas dos sesiones de grabación, hasta su bar de cabecera de la capital maltesa, The Pub, en el número 136 de la calle Archbishop, hoy el más famoso de la isla.

El actor, en 1984
Tenía 61 años y estaba prematuramente envejecido, ajado por los estragos de un sinfín de melopeas. Pero sus ojos azules eran los de siempre; y su bravuconería, también. The Pub ya era entonces, y ahora muchísimo más, un lugar de peregrinación de los marineros de la Royal Navy. El actor se encontró allí con cinco de ellos, a los que retó a una competición de pulsos y a otra de bebida: “A ver quién puede empinar más el codo”.
Ganó él, claro, aunque a costa de su vida. Las ocho pintas de cerveza, los doce copazos dobles de ron y la media botella de whisky de la noche no fueron ni mucho menos su récord, pero sí (que los lectores perdonen la expresión) la gota que colmó el vaso. En plena competición, su corpachón se desplomó y ya no se pudo hacer nada por él. Lo condujeron en ambulancia a un hospital, donde solo pudieron certificar su muerte.

La bandera del The Pub
The Pub, regentado por la familia Cremona, es el local de copas más conocido de la isla. En algunas guías turísticas aparece rebautizado como Ollie’s Last Pub, el último pub de Oliver. Sus cuatro paredes, que atesoran numerosas fotos enmarcadas del actor, se han convertido en un santuario. Los grafitis de los parroquianos, entre los que abundan los marinos de la Armada británica, rinden pleitesía a la leyenda del impío bebedor.
Esos homenajes son también tributos a un envenenamiento lento e inexorable. Oliver Reed compartió farras con otros actores como Richard Burton, Albert Finney o Peter O'Toole. La bebida hizo lo que quiso con ellos. Del techo del The Pub cuelga una Union Jack de la tripulación del HMS Southampton, ya retirado del servicio de la marina real. Último guiño de la fábula: este navío fue lo que es el alcoholismo. Un destructor.