La sal de Eivissa es oro blanco para el mejor pescado del norte

También en Japón y EE. UU.

Desde tiempos de Cartago se valora la excelencia de un elemento que hoy reclaman por toneladas países como Groenlandia y Noruega para curar su producto más reputado

El mejor bocadillo de España se sirve en Ibiza

Montaña de sal en el parque de Ses Salines, a la espera de ser recolectada para conocer otras latitudes.

Montaña de sal en el parque de Ses Salines, a la espera de ser recolectada para conocer otras latitudes.

A. G.

El sol de Eivissa no solo tuesta pieles: también cristaliza sabores. Entre las dunas y los flamencos del Parque Natural de Ses Salines, donde el mar se evapora con paciencia ancestral, crece uno de los ingredientes más codiciados por cocineros de medio mundo: la sal de Eivissa. No se trata de un adorno para gourmets ni una moda con sugestivo packaging. Es historia y paladar: la sal ha dado forma a la isla mucho antes que las discotecas, los hippies o el chill out pues las salinas ya funcionaban cuando los cartagineses pusieron un pie en sus costas, allá por el siglo V a.C., y han funcionado sin interrupción desde entonces. 

Durante siglos, su explotación ha sido un motor económico crucial para la isla. Se ha exportado por todo el litoral Mediterráneo y aún hoy sigue saliendo por toneladas hacia Alemania, Suiza, Austria, Estados Unidos y Japón, donde no falta quien la valora casi tanto como un buen aceite de oliva o un queso de leche cruda. En la actualidad, más del 70% de la sal recolectada en Eivissa se destina a la exportación, siendo Alemania su principal comprador en Europa. Allí, cadenas gourmet como Käfer o Manufactum incluyen la flor de sal ibicenca en sus estanterías como un producto premium. Suiza, Austria y Países Bajos también son grandes consumidores, atraídos por la pureza del producto y su procedencia ecológica, explican desde Eating in Ibiza, uno de los más potentes clubs de producto de Fomento Del Turismo.

El parque de Ses Salines linda con un refugio natural de flamencos.

El parque de Ses Salines linda con un refugio natural de flamencos.

Ayuntamiento de Sant Josep

En Francia, país con fuerte tradición salinera, ha logrado hacerse un hueco gracias a su textura ligera y a un perfil mineral muy equilibrado que seduce tanto a cocineros como a sommeliers, y resulta imprescindible para países como Groenlandia, Noruega, Suecia y Dinamarca: los mejores pescados del norte se curan con la sal de Eivissa.

La sal ha sido un elemento de comercio desde tiempos de Cartago.

La sal ha sido un elemento de comercio desde tiempos de Cartago.

Ayuntamiento de Sant Josep
Montaña de sal de Can Gorra.

Montaña de sal de Can Gorra.

A. G.

Volviendo a casa, en la mesa se vuelve protagonista: la flor de sal, recolectada a mano durante los meses de verano es el equivalente marino al oro blanco. Fragante, suave y con un punto crujiente que se deshace entre los dedos. Esta sal no cocina, corona: su intensidad sutil, que respeta el producto sin robarle protagonismo, ha conquistado a cocinas que miran al origen. En los menús de degustación más atrevidos, aparece sobre mantequillas fermentadas, chocolate negro, frutas asadas o incluso en cócteles con tequila reposado.

En 1276, Jaume II incorporó oficialmente las salinas al Reino de Mallorca. Desde entonces, la sal ibicenca viajó en barco: primero a Génova y Nápoles, luego a Marsella, y hoy, a Japón, Alemania, Suiza, EE. UU. y los países nórdicos.

En 1276, Jaume II incorporó las salinas al Reino de Mallorca. Desde entonces, la sal ibicenca viajó en barco. Hoy la adoran en Japón, Alemania, Suiza, EE. UU. y los países nórdicos.

A. G.

La empresa Sal de Ibiza, una de las principales marcas que la comercializa, ha sabido dar al producto una imagen acorde a su calidad: envases estancos, etiquetas en tonos turquesa, ediciones limitadas con especias y hasta flor de sal con pétalos de rosa o chili ahumado. Pero más allá del diseño, lo que cuenta está dentro. Porque esta sal, al contrario que la mayoría de las industriales, no se refina, no se lava ni se mezcla. Es sal marina pura, con más de 80 minerales naturales intactos. Así, mientras los turistas se afanan en lograr el mejor selfie en las puestas de sol en el área de Ses Salines pocos saben que el suelo que pisan debe su nombre a uno de los productos más antiguos y sabrosos del continente.

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