“Tuve que huir de mi aldea porque mis vecinos creen que soy una bruja”

En su tinta

El temor a la magia negra condena en Ghana a campesinas y recolectoras de nueces

El capítulo anterior de esta serie: Cómo, dónde y qué comía el emperador de Francia

Una mujer refugiada en el campo de Gambaga

Una mujer refugiada en el campo de Gambage 

Markus Matzel / Getty

Este canal abordó hace unos días la tragedia de Francina Redorta, una catalana ahorcada en 1616 por bruja. La ejecutó un tribunal ordinario (no eclesiástico: la caza de brujas fue en España mayoritariamente civil, y no obra de la Inquisición, a diferencia de otros países europeos). Francina y todas las víctimas antes y después que ella eran herbolarias o mujeres sabias cuyo único delito era la pobreza o la mala fe de los demás.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. ¿Se ha acabado? Por increíble que parezca, no: este cuento sigue siendo una realidad en pleno siglo XXI. Aunque la persecución de la brujería parece cosa de tiempos remotos o de la edad media, centenares de mujeres, en su mayoría campesinas o pequeñas recolectoras, tienen que abandonar sus hogares y huir con lo puesto cuando sus vecinos las acusan de brujería.

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Le pasó a Francina Redorta en el siglo XVII. Y le pasa hoy a una legión de mujeres en Ghana, donde el problema es tan grave que existen cuatro campos para estas víctimas de la ignorancia: Kukuo, Gambage, Gnani y Kpantiga. Estos centros (antes eran seis) albergan a al menos medio millar de refugiadas (y a algunos refugiados), según Amnistía Internacional, premio Nobel de la Paz en 1977 por su defensa de la humanidad.

Los derechos humanos son una entelequia para pequeñas agricultoras que malvivían de lo que cultivaban en pequeños huertos o que vendían leña y recogían nueces de karité, la materia prima para obtener una manteca muy preciada en la cocina y la industria cosmética. Un fenómeno adverso (el granizo, una mala cosecha, el desecado de un pozo…) podían ser la excusa para señalar a nuestras Francinas. En Ghana ni eso…

Genevieve Partington, en una entrevista televisiva

Genevieve Partington, en una entrevista televisiva 

DP

Amnistía Internacional (AI), que mantiene viva una campaña para proteger a estas inocentes, asegura que las acusaciones más baladíes son suficientes. Basta con que alguien diga que ha soñado que una vecina trataba de matarlo para que esa misma vecina vea en peligro su vida. A veces la envidia, las insidias o el rencor son las únicas motivaciones de los denunciantes, como revela una residente del campo de Gnani, en el norte del país.

Esta mujer asegura que se opuso a que una de sus hijas se casara con el jefe de la aldea. Poco después, un niño de la comunidad enfermó “y él me acusó para vengarse”. Las denuncias, recalcan los activistas de los derechos humanos, pueden desembocar “en amenazas, agresiones o incluso la muerte”. No sería la primera vez, dice Genevieve Partington, directora de AI en Ghana y portavoz de la Coalición contra las Acusaciones de Brujería.

Al menos medio millar de mujeres viven en 'campos de brujas'

Al menos medio millar de mujeres viven en 'campos de brujas' 

Markus Matzel / Getty

Esta asociación fue creada justo después del linchamiento de una hechicera, en julio del 2020. Desde entonces, se han reforzado las campañas nacionales e internacionales para que Ghana prohíba las acusaciones de brujería y persiga a quienes propalen estas falacias, pero el proyecto de ley tantas veces anunciado desde el 2023 aún no es una realidad. Y, mientras tanto, la situación en los campamentos es lamentable.

Genevieve Partington añade que las mujeres acusadas de magia negra se enfrentan a condiciones inhumanas de por vida. Muchas subsisten sin acceso a servicios básicos, como atención médica, agua potable y saneamiento. Los distintos gobiernos que se han pasado el relevo en los últimos años tampoco “han logrado garantizar el acceso a alimentos adecuados, vivienda segura y agua potable en los campamentos”.

Ghana planeó en el 2023 una ley contra la caza de brujas, pero no la promulgó”

Informe de AI

La creencia en la brujería está profundamente arraigada en Ghana, lo que causa “un sufrimiento y una violencia incalculables”, denuncia Michèle Eken, responsable de investigaciones de AI. La mayoría de víctimas son mujeres mayores o que no se ajustan a los estereotipos de género. Una octogenaria, del campo de Kukuo, declaró: “Antes era autosuficiente. Cosechaba nueces. Ahora vivo de la caridad”.

Un informe sobre este gravísimo problema (que se puede leer íntegramente en inglés o en francés aquí) denuncia que “el Gobierno no garantiza el acceso a alimentos suficientes y a las condiciones mínimas indispensables en los campos de Kukuo, Gambage, Gnani y Kpantiga”, donde “las oportunidades de subsistencia son limitadas y no hay planes gubernamentales de ayuda para las mujeres acusadas de brujería”.

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Informe de AI

Otro activista, Marceau Sivieude, señala que “dado que las mujeres de los campos no pueden valerse por sí mismas, las autoridades deberían tener la obligación de protegerlas y ayudarlas. Pero por ahora no lo hacen”. Las campañas de sensibilización impulsadas de momento por distintas oenegés y algunas instancias oficiales no son suficientes. Hoy por hoy,  pueden más los estereotipos, las supersticiones y los bulos.

En muchos rincones de África la palabra viejo no tiene las connotaciones peyorativas de aquí. Un armario puede ser viejo, pero un abuelo no es viejo, es sabio. Las cosas, sin embargo, pueden cambiar cuando se trata de vieja, sobre todo en países donde aún imperan fuertes prejuicios culturales y religiosos, que casi siempre suelen tener como objetivo a mujeres mayores y pobres, a las que se responsabiliza de todas las desgracias.

“No somos brujas: somos madres y abuelas” 

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Han pasado más de cuatro siglos, pero la impotencia de estas mujeres debe ser la misma que debió sentir Francina Redorta en 1616. “He tenido que huir de mi aldea porque mis vecinos creen que soy una bruja”, explica una de las mujeres cuyo testimonio aparece en el informe que se puede descargar unos párrafos más arriba. AI denuncia que el país todavía no ha aprobado “un marco legal específico para abordar esta práctica nociva”.

Kukuo, Gambage, Gnani y Kpantiga son prisiones a cielo abierto, sin muros ni rejas. Los campos están gestionados por líderes religiosos y salvo raras ocasiones la mayoría de residentes permanecen allí hasta su muerte, obligadas a trabajar en cultivos que no les pertenecen. “No he comido nada en todo el día. No soy una bruja: soy una anciana y tengo hambre”, dijo a Amnistía Internacional una de las nietas de Francina Redorta.  

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