El padre de la moderna corrupción política era un gran gastrónomo

En su tinta

Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord: los ladrones que se lucran con la política

El capítulo anterior: Petición de perdón a la doctora Marín, consuelo de alcohólicos

Talleyrand

Talleyrand, con capa roja, en un detalle de 'La consagración de Napoleón' 

DP

Calificar a Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord de padre de la moderna corrupción política puede ser aventurado. No cabe duda de que fue un excelente gastrónomo y un no menos excelente gourmand, que tuvo a su servicio a uno de los más afamados cocineros de su época, Antoine Carême. Pero la corrupción política es tan antigua como la propia política o como la mezquindad humana. E hijos así tienen muchos padres.

Pero tampoco debería haber dudas de que alguien como él podría figurar en los mejores podios sobre sinvergüenzas de la historia. Fue obispo y traicionó a la Iglesia católica. Abrazó la monarquía y traicionó a Luis XVI (y no fue el último rey al que engañó). Traicionó a la Revolución Francesa y a Napoleón, de quien fue ministro de Asuntos Exteriores. Traicionó incluso a su país y negoció en secreto con los enemigos de Francia.

Ampliar El cuadro completo; en la esquina inferior derecha, Talleyrand

Al fondo, en el centro del palco, Madame Mère; en la esquina derecha, Talleyrand 

DP

Lo vemos en La consagración de Napoleón, de Jacques-Louis David, un cuadro tan magnífico como falso (el autor pintó en un palco de Notre Dame a Madame Mère, la madre de Napoleón, aunque no asistió a la entronización de su hijo). Ahí está Talleyrand, con mirada y sonrisa sardónica, quizá por la humillación infligida al Papa, obligado a venir desde Roma para nada. Napoleón se coronó a sí mismo y luego coronó a Josefina.

La corrupción política nunca ha dejado de ser noticia en España. Intentar indagar en la historia de Talleyrand (1754-1838) quizá  ayude a entender a esos delincuentes que nos hacen lamentar que “no haya pan para tanto chorizo”. ¿Cómo es posible ciscarse sin pestañear en sus amigos, sus ideales y sus principios? Muy sencillo. Este personaje de la Francia de los siglos XVIII y XIX lo demuestra muy bien porque no traicionó a nada ni nadie….

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Y no lo hizo porque en realidad, como sus chapuceros epígonos de hoy en día, no tenía amigos, no tenía ideales y tampoco tenía principios. O, mejor dicho, solo tenía uno, su propio beneficio. Madame de Staël fue su protectora (el lector puede leer en castellano varias obras suyas, destacamos Diez años de destierro y Consideraciones sobre la Revolución Francesa). Con esta mujer tuvo uno de sus escasos deslices... Por una vez fue sincero.

Cuando la sagaz Anne-Louise Germaine Necker, baronesa de Staël, le preguntó qué perseguía en la política, respondió: “Hacer una fortuna inmensa, una inmensa fortuna”. Otros biógrafos ponen en sus labios: “Únicamente aspiro a una pequeña cosa: una pequeña gran fortuna”, una respuesta que parece homenajear a Groucho Marx (“en la vida solo importan las pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión…”).

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LV

Su único dios era el dinero. Nació en una noble cuna del Ancien Régime, predestinado al Ejército, pero una ostensible cojera le obligó a cambiar el sable por la sotana. Llegó a ser obispo de Autun, aunque solo dedicaba a la diócesis el escaso tiempo libre que le permitían sus amantes. Experto en cambiar de barco justo antes de cada naufragio, abanderó la nacionalización de los bienes de la Iglesia y la convirtió en una más de sus víctimas.

A pesar de su contribución a mejorar las arcas de la nueva república, cuando la revolución se tiñó de la sangre de la guillotina mostró otra de sus virtudes, la cobardía, y huyó a Inglaterra y Estados Unidos. Regresó cuando las aguas se calmaron. Un exobispo al servicio de la Francia revolucionaria, con la que ya se convirtió “en uno de los ministros más corruptos de la época”, en palabras del historiador Jean Tulard.

Ampliar El banquete por el matrimonio de Napoleón y María Luisa, del pintor Alexandre Dufay

El banquete por el matrimonio de Napoleón y María Luisa, de Alexandre Dufay 

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Sus banquetes eran pantagruélicos y sus sobremesas muchísimo más largas que las de El Ventorro. En su salón comenzaron a servirse los platos a la moda rusa, es decir, como lo hacemos hoy, uno detrás de otro. Hasta entonces, todos los alimentos se traían a la vez, lo que daba una imagen de magnificencia, sí, pero provocaba que muchos comieran con los ojos y que los segundos y terceros platos llegaran fríos al comensal.

Cuando descubrió que la estrella de cierto general era ascendente, le hizo la pelota (otro rasgo común entre corruptos: el baboseo). Se alió con los autores del golpe del 18 de Brumario que aupó a Napoleón al poder, aunque sin perder de vista el bolsillo, su única brújula. El nuevo hombre fuerte de Francia y el resto de conspiradores le dieron una fortuna para sobornar a sus opositores y él (¡sorpresa!) se quedó con todo el dinero.

Son interminables sus triquiñuelas para enriquecerse a costa del mapa cambiante de la Europa napoleónica y del poder que acuñó en el Ministerio de Asuntos Exteriores, del que entró y salió como un Guadiana. Napoleón supo ver su alma, pero aún así no pudo o no quiso prescindir de sus servicios y de su fría inteligencia en las cancillerías europeas. Es más, pasó por alto sus ruindades y le otorgó el título de príncipe de Benevento.

¿Y cómo se lo pagó él? Con nuevas traiciones y vendiéndose al mejor postor, ahora al emperador de Austria, ahora al zar de Rusia (a quien convenció de que debía invadir Francia). Antes de seguir conviene recapitular qué sabemos de Talleyrand. Que el lector decida si sus rasgos son aplicables a la mayoría de corruptos que salen en las noticias (y una cosa es segura: los que salen son una ínfima parte de los que deberían salir).

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Era un hombre libidinoso y de nulo o escasísimo atractivo físico, aunque se creía un donjuán porque compraba sexo (eso sí, con el dinero que robaba o que conseguía con sus turbios manejos). Le encantaban los placeres caros, la buena comida y los banquetes principescos (él invitaba, pero pagaban otros). Era sumiso con quien creía que estaba por encima y muy despótico y cruel con aquellos otros desgraciados a los que consideraba inferiores.

Al final, Napoleón lo caló, pero ya era tarde. “Sois una mierda envuelta en seda”, le dijo. Corrupto y espía. Talleyrand vendió a Austria y a Rusia informes sobre la Grande Armée. Cuando Napoleón abdicó por primera vez y los coaligados invadieron París, ¿dónde se alojó el zar? En casa de un tal Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord, un hombre sin escrúpulos, con los bolsillos llenos y el corazón vacío, como todos los de su calaña.

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