“Es cierto que de años fríos salen vinos más frescos”: cómo influye la añada en un vino y por qué importa más de lo que crees

Vinos

La añada es la memoria y el recuerdo de un clima convertida en aroma, textura y equilibrio. “La temperatura, la luz, la humedad, el suelo… todo eso tiene un efecto sobre la planta, al final tú sacas el vino de la uva”, explica Rodrigo Espinosa, director técnico y enólogo jefe de Marqués del Atrio

La añada es la memoria del clima.

La añada es la memoria del clima. 

Jean-Philippe WALLET

Hay palabras que parecen misterios para iniciados en el mundillo del vino. Y lo son, no os quepa duda: mineralidad, retrogustro, tanino, cuerpo… Pero luego está esa otra que todos escuchamos, repetimos y asumimos entender sin tener realmente claro qué significado hay tras ella. Estamos hablando de la añada. 

Que si “este año fue excelente”, que si “ojalá volver a tener vinos como los del 2019”, que si “se nota que el vino es de añada fría, porque está vivo”. Lo escuchamos y forma parte natural del vocabulario enológico base, pero muchas veces no sabríamos explicar por qué un año influye tanto en un vino que, en apariencia, debería ser siempre el mismo. Pero no lo es. Jamás lo es. Y ahí empieza la magia.

La añada es el alma del año, en resumidas cuentas. Es cómo vivió la vid esos doce meses. Es la memoria del clima convertida en aroma, textura y equilibrio una vez embotellada. Para comprenderla sin tecnicismos y sin ese lenguaje que espanta en vez de acercar, hablamos con Rodrigo Espinosa, director técnico y enólogo jefe de Marqués del Atrio, alguien que no solo hace vino, sino que convive con él desde el primer brote hasta la última vendimia. Él lo explica sin rodeos. “La temperatura, la luz, la humedad, el suelo… todo eso tiene un efecto sobre la planta, al final tú sacas el vino de la uva”. No hay atajos, un vino no puede escapar del año que lo ha criado.

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La vid es un organismo que necesita cumplir un ciclo, y ese ciclo —nos recuerda Rodrigo— está escrito a medias por la genética de la variedad y por el clima del lugar donde crece. “El ciclo de desarrollo está determinado por la genética de la planta, pero también por el ambiente donde se cría”, dice. Por eso la misma variedad puede ser diferente entre un viñedo frío y otro más cálido. La diferencia no es la mano humana: es el tiempo, es la temperatura nocturna que cae más o menos rápido, es la lluvia que llega cuando debe… o cuando no.

La añada fría vs. La añada cálida, en términos genéricos

Las añadas frías son como una mañana de invierno bien despejada. En ellas, la vid madura despacio. Los vinos conservan acidez, tienen menos grado alcohólico y muestran una frescura que se siente al primer sorbo. Rodrigo lo resume de forma impecable: “Los climas fríos suelen conservar más acidez y desarrollar menos grado, es cierto que de años frescos salen vinos más frescos”. Esa tensión, ese brío, esa sensación de que puedes tomar otro trago sin pensarlo demasiado es, precisamente, la huella de un año frío.

En cambio, las añadas cálidas aceleran los tiempos. La vid acumula azúcar más deprisa, el alcohol sube y la acidez baja. “En resumidas cuentas, en añadas cálidas tienes poca acidez, mucho color y algo más de alcohol; en añadas frías tienes acidez, más fruta y menos alcohol”, explica Espinosa. Las añadas cálidas dan vinos más maduros, más amplios, más envolventes. No mejores ni peores, sino distintos. Porque una añada no es un juicio, es un retrato.

En añadas cálidas tienes poca acidez, mucho color y algo más de alcohol; en añadas frías tienes acidez, más fruta y menos alcohol

Editorial TeamDirector técnico y enólogo jefe de Marqués del Atrio

Y aquí entra en juego otra habilidad del enólogo: buscar el equilibrio. En regiones complejas como La Rioja, donde conviven zonas frías, templadas y cálidas, el año se convierte en una paleta de colores. “Puedes mezclar distintos componentes y hacer un vino muy equilibrado”, comenta Rodrigo. De ahí que grandes casas consigan vinos armoniosos incluso en años caprichosos: combinan lo vibrante con lo maduro, lo fresco con lo profundo. No corrigen la añada, la interpretan.

Saber elegir la mejor añada o manual básico antes de ir a tu vinoteca de confianza

Pero ¿qué ha pasado en los últimos años? ¿Qué añadas recientes merecen quedar en la memoria del aficionado? Rodrigo tiene sus favoritas. “Esta añada (2025) ha sido bastante buena, para mí es una de las mejores”, afirma sin titubeos. Hubo una primavera lluviosa que exigió trabajo —“hicimos muchísimos tratamientos para evitar el mildiu (enfermedad causada por hongos que afecta a diversas plantas, como la vid)”—, pero el final del verano trajo el regalo perfecto: temperaturas frescas, ausencia de lluvia y una maduración lenta. “Fue una vendimia muy sana, con buen color y buena fruta”, explica. Y eso, traducido a copa, suele significar vinos con equilibrio, concentración y recorrido.

La otra añada que guarda en su altar personal es 2019, “fue excelente”, dice. Un año casi de manual: estable, equilibrado, luminoso desde el punto de vista enológico. Entre medias, hay un 2021 que “puede ser interesante”, y dos años complicados —2023 y 2024— marcados por lluvias tardías y vendimias más difíciles. No todas las añadas brillan, y eso también es parte de la verdad del vino.

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Pero el futuro plantea una pregunta inevitable: ¿seguirá existiendo eso que llamamos “añada perfecta”? Rodrigo no es alarmista, pero tampoco quiere ser ingenuo. “Somos el sur de Europa… no tenemos las mejores posiciones porque tenemos muchas zonas de calor”, advierte. El clima aprieta, y los viñedos responden como pueden. Algunos productores se están desplazando hacia zonas más altas —“vas a tener la ventaja de escapar del calor”, señala—, otros están recuperando variedades más resistentes, de ciclo largo, como el graciano o el mazuelo.

“Hay preocupación, pero también preparación”, dice. Y aun así, el clima cambiará los vinos. “Sin duda va a afectar… va a cambiar el carácter”, afirma Espinosa. Pero esto no es un motivo para temer: es un recordatorio de que la añada es, y siempre ha sido, un diálogo entre la vid y el mundo que la rodea. En resumidas cuentas, ¡si encuentras un vino de 2019 o 2025 estarás triunfando como anfitrión!

Fuera palabras difíciles

Entonces, ¿qué debéis saber realmente para comprar vino sin obsesionaros con tecnicismos? Que una añada no es una puntuación, ni un capricho del marketing, ni un mantra. Es, sencillamente, el año vivido por una planta. Su frío, su calor, su lluvia, su estrés y su descanso. Es la crónica de un clima. Crónica de una botella anunciada. Buscad, leed y curiosead por la situación climática de cómo fue el año en la zona en la que compréis el vino… y eso os dará una pista de lo que tendréis en boca cuando lo sirváis en la copa.

Un vino siempre lleva una fecha en la etiqueta. Pero en realidad esa fecha encierra algo mucho más profundo: cómo fue aquel año para el viñedo. La añada es el recuerdo de un clima convertido en sabor. Y eso es, quizá, lo más bonito del vino: que es imposible repetirlo. Cada año deja su huella. Cada cosecha escribe una historia distinta. Cada botella guarda un clima irrepetible. Y ahí –en esa mezcla de azar y conocimiento, de ciencia y paisaje– vive su magia.

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