Docenas de comercios han tenido que abandonar Rambla de Catalunya e instalarse en otras calles de la ciudad, incapaces de asumir los alquileres al alza que les pedían los arrendadores. Gran parte de estos establecimientos formaban parte de un conglomerado comercial autóctono e intrínseco a una de las calles más emblemáticas de la ciudad, pero lo beneficios no daban para seguir alimentando una marca, Barcelona, de la que se vanagloria el ayuntamiento capitalino con campañas publicitarias.
La otra noche, tras salir de un acto celebrado en el CCCB, decidí dar un paseo hasta la estación de Provença y mientras subía por Rambla de Catalunya me di cuenta de que habían instalado tres supermercados 24 horas en el perímetro de una sola manzana. Justo ese día había leído varias noticias sobre la proliferación fraudulenta de dichos negocios en Barcelona y entré en los tres supermercados para curiosear y comprobar la oferta. Había leído que este tipo de establecimientos estaban destinados, básicamente, al aquí te pillo, aquí te mato típico del turista, pero para mi sorpresa, esos tres supermercados eran tan poco estimulantes para la gula que sentí pena por los visitantes foráneos.
A mi, que suelo ejercer cada cierto tiempo de turista, me cabrearía que me trataran tan mal en una ciudad a la que viajo por placer. No faltaba alcohol, por supuesto, ni productos alimenticios manufacturados, pero no había ni un solo alimento fresco, -ni una lechuga, ni un tomate, ni una manzana-, ni, por supuesto, ningún producto identificativo del país. Esa caricatura de supermercado la puedes encontrar en cualquier país con una cultura culinaria destinada a energúmenos del gusto.
Supermercado 24 horas en ronda Sant Antoni, Barcelona
Lo más significativo de esos tres supermercados 24 horas era la falta de clientes, lo que me hizo pensar en el milagro de los panes y los peces. ¿De dónde sacaban la pasta para pagar un alquiler tan alto? Lo que cualquier persona, más o menos informada, podría pensar, es que se trataba de unos negocios dedicados a blanquear dinero controlados por las mafias. Y pongo un ejemplo diametralmente opuesto. Los dueños de Colmado Quilez, siendo uno de los establecimientos más emblemáticos de la ciudad y con una clientela fidelizada, tuvieron que renunciar a la mitad de la superficie de su negocio situado en Rambla de Catalunya incapaces de afrontar un alquiler desorbitado.
Estos establecimientos 24 horas suelen estar regentados por pakistaníes, como los bares los regentan los chinos o como las barberías, los sudamericanos. Y los tres negocios se están expandiendo por la ciudad como una mancha de aceite. No pasaría nada, si no olieran a putrefacción económica, y no pasaría nada, si su expansión no estuviera destruyendo los tradicionales comercios de los barrios, esos que dan identidad y que sirven para que las familias de toda la vida sigan subsistiendo modestamente fieles a sus raíces. Y por supuesto, frente a estas mafias no hay familia que pueda competir con el precio hinchado de los alquileres.
Sin ser demasiado perspicaz, esta realidad la puedes observar mientras vagabundeas por la ciudad. Una realidad que invita a preguntarse ¿qué narices ha estado haciendo el Ayuntamiento de Barcelona frente a la expansión descontrolada de dichos establecimientos? Que haya sido la indignación ciudadana la que haya abierto los ojos al alcalde Collboni tras el asentamiento de uno de estos supermercados en los bajos de la Casa Heribert Pons, emblemático edificio y antigua sede de la consejería de economía y finanzas de la Generalitat, es la prueba fehaciente de un descontrol que, por omisión o comisión, está destruyendo la red comercial de Barcelona.
Y, supongo, la problemática barcelonesa es trasladable a otras ciudades cuyos pecados parten del mismo laissez faire municipal.