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Opinión

No habrá uvas para todos

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Avisan los profesionales de la salud de que, durante las fiestas de Navidad, se llegará al pico de la gripe A-H3N2, con los menores de 19 años y los mayores de 70 como grupos preferentes de una variante cuyas consecuencias nos recuerdan —por los centros de salud, las urgencias y los hospitales llenos a rebosar— aquellos meses en los que la sociedad se vio paralizada por la COVID. “No estamos tan mal”, me digo, parafraseando al presidente del Barça, Joan Laporta, pero la A-H3N2 parece haber llegado para convertir la Navidad en un quebradero de cabeza para muchas familias españolas.

Y cada vez que surgen dificultades en momentos donde la alegría se comercializa más como un hecho que como una fantasía, me vienen a la memoria las ocasiones en que pasé las fiestas de fin de año, con el cierre de año como su punto álgido turbulento, confinado en una sala de hospital como cuidador de mi hijo hospitalizado. Fueron tres, si no me equivoco, las veces que presencié la llegada del nuevo año desde una perspectiva desfavorable y, en lugar de las doce campanadas, me concentré en seguir los pitidos del monitor de ritmo cardíaco. No sentí resentimiento alguno, sino la urgencia de abandonar ese sitio cuanto antes por el bienestar de mi hijo y por mi propia cordura.

La alimentación en los hospitales puede ser una experiencia sumamente desagradable para los pacientes. Si bien entiendo la complejidad de proveer comidas a una gran cantidad de personas enfermas, el sabor de los platos no se compara con los avances médicos de las últimas dos décadas y media. Los gobiernos han implementado modificaciones, como restringir los alimentos procesados, especialmente para los niños, pero la selección de comidas aún carece de cualquier detalle que pueda hacer la estancia hospitalaria un poco más llevadera.

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Uvas blancas lMORELL / EFE

Ante la escasez de creatividad culinaria, el sector sanitario ha optado por un enfoque puramente científico. Las principales pautas alimentarias, ajustadas a los requerimientos médicos, se clasifican fundamentalmente en dos: la dieta basal y la dieta terapéutica. La dieta basal es la más habitual y se dirige a pacientes sin requerimientos particulares, si bien se distingue por ser suave, con bajo contenido de sal y un límite de 2.700 calorías. Por su parte, la dieta terapéutica es más detallada y se desglosa en las siguientes clasificaciones: líquida/semilíquida; blanda/de fácil digestión; astringente; hipocalórica/baja en azúcar; hipograsa/biliopancreática; sin residuos; hipercalórica/hiperproteica.

Hace unos años, esta clasificación de alimentos habría sido inimaginable, pero, afortunadamente, los avances médicos han hecho posible adaptar las dietas a las condiciones específicas de cada paciente. Y cuando uno es un enfermo crónico o cuida de alguien en esa situación, se percibe la complejidad y el peligro de proporcionar sustento a un gran número de hospitalizados. Traigo a la memoria el día en que, por error, se incluyó un yogur en la dieta de mi hijo y las complicaciones que su consumo provocó: la proteína de la leche de vaca resultó en una prolongación de su estancia hospitalaria de un mes.

Basándome en mi experiencia, y a diferencia de una prisión, en un centro médico uno nunca tiene certeza de cuándo será dado de alta, así que llegué a la idea de que la estancia en el hospital puede volverse tan desalentadora que uno se aferra a cualquier cosa para evadirse. Es crucial hallar momentos de alegría, y las tres comidas diarias, a pesar de los inconvenientes, deberían ser consideradas pausas que revitalizan el espíritu, especialmente durante esta época, cuando la celebración de la Navidad para los pacientes ingresados se limita a lo que se ve en la pantalla.

Para los que padecen enfermedades, las escenas de personas deleitándose con escudella i carn d’olla, besugo al horno, cochinillo asado, cardo con almendras o sopa de picadillo se asemejan a una ilusión. Y mientras esperamos que instituciones como la Fundación Alícia o el Basque Culinary Center aporten vitalidad a la dieta de los enfermos, deberíamos facilitarles su difícil trayecto. El camino no será sencillo: el sistema de salud público busca evitar el endeudamiento; el privado, maximizar sus ganancias.