Vivimos en una época de hiperconexión digital pero de profunda desconexión emocional. Muchas personas se quejan de la dificultad para encontrar parejas o relaciones estables y significativas.
Álex Rovira, autor de bestsellers como La buena vida y La buena crisis, ofrece una diagnosis precisa: el problema no es la falta de adultos por edad, sino la escasez de personas emocionalmente maduras. Frente a lo que él define como una sociedad “herida” y “neurotizada”, Rovira despliega los tres atributos fundamentales que distinguen a un verdadero adulto: la capacidad de intimidad, de espontaneidad y de consciencia.
Una sociedad con una “gran neurotización o inmadurez”
La reflexión de Rovira parte de una observación contundente. En el contexto de las relaciones interpersonales, la demanda más frecuente es clara: “No hay personas adultas”. Esta afirmación no se refiere a la edad cronológica, sino a un estado de desarrollo emocional y psicológico.
Captura de vídeo
El experto describe el panorama social con dos términos potentes: “una gran neurotización o una gran inmadurez”. Esto se traduce en dinámicas relacionales donde priman el miedo, la incapacidad para gestionar conflictos, la falta de responsabilidad afectiva y la evitación de la vulnerabilidad. La consecuencia es un panorama donde las conexiones auténticas y profundas se vuelven excepcionales.
Los tres pilares de la madurez emocional
Rovira no se limita a diagnosticar el problema; ofrece una solución clara y estructural. Define a una persona adulta emocionalmente por su capacidad en tres dimensiones esenciales:
1. La capacidad de intimidad. La intimidad para Rovira va mucho más allá de lo físico; es la capacidad de crear un espacio de vulnerabilidad y honestidad radicales. Es la habilidad de decir: “Entramos a fondo, hablemos a fondo. ¿Qué he dicho que te ha molestado?”.
Conversación de pareja
El experto ejemplifica esta capacidad con un modelo de disculpa auténtica: “‘Oye, te pido perdón de corazón. Si he hecho algo que te ha hecho daño, de verdad, no era consciente y te agradezco que me lo digas, porque es que yo no quiero hacerte daño. Es más, me duele haberte hecho daño’”.
También incluye en este pilar la confidencialidad y el acompañamiento: “Saber guardar un secreto, saber acompañar”.
2. La capacidad de espontaneidad. Frente a la represión emocional que caracteriza a la inmadurez, Rovira sitúa la espontaneidad como un signo de salud mental. Se trata de permitir que las emociones fluyan de forma natural y auténtica, sin filtros ni miedos al qué dirán.
“Me emociono y lloro. No me reprimo”, ejemplifica. O siendo capaz de expresar: “‘Oye, me emociona cuando me dices esto’”. Esta espontaneidad es la antítesis de la coraza emocional que muchas personas construyen por miedo a ser heridas.
Nagore Robles casi no puede contener las lágrimas de la emoción.
3. La capacidad de consciencia. El tercer pilar es quizás el más fundamental: la consciencia, que Rovira define como “el amor a la verdad”. Esta consciencia no es un conocimiento abstracto, sino un profundo autoconocimiento que se aplica a la vida práctica.
El experto lo desglosa en tres preguntas esenciales que toda persona madura debe poder responder:
- “Qué no quieres”
- “Qué necesitas”
- “Qué quieres”
Este orden es crucial. Primero, saber marcar límites claros (qué no quieres). Segundo, conectar con las propias carencias y demandas genuinas (qué necesitas). Y tercero, definir aspiraciones y deseos (qué quieres). Esta claridad interior es la que, citando la famosa frase, hace libre al ser humano: “No es gratuita la frase ‘el amor os hará libres’”.
