Con la llegada del verano, muchos españoles comienzan a planear sus vacaciones, escapadas y momentos de desconexión. Pero ese anhelo de descanso y ocio puede derivar en una práctica que preocupa a los expertos en economía: recurrir a préstamos personales para costear unas vacaciones.
Gonzalo Bernardos, economista y profesor en la Universidad de Barcelona, ha sido tajante al respecto: endeudarse para disfrutar de unos días libres no es, en absoluto, una decisión financiera sensata.
Una trampa silenciosa
Endeudarse para el ocio. Durante una intervención en el programa Más Vale Tarde, Bernardos fue claro: pedir un crédito para un viaje no es una necesidad, sino una elección que puede tener consecuencias económicas serias a medio plazo. “Todos conocemos a personas que se ganan bien la vida, pero que no llegan a fin de mes. ¿Por qué? Porque les es imprescindible ir al Liceo. Les es imprescindible comer todos los domingos en un buen restaurante. Les es 'imprescindible' hacer un viaje al extranjero… Pero no hablo de una capital europea, sino de otro continente, cada semestre”, afirmaba el economista en televisión.

Gonzalo Bernardos en el programa
El auge del crédito rápido y la normalización de financiar gastos de ocio ha dado lugar a una paradoja: ciudadanos con ingresos estables que no logran ahorrar ni equilibrar sus cuentas por priorizar un estilo de vida por encima de sus posibilidades reales. Para Bernardos, este fenómeno refleja un problema estructural más profundo, que tiene que ver con cómo entendemos el bienestar.

Comida en un restaurante
“Solicitar un préstamo debe reservarse para urgencias reales”, sostiene. Es decir, si se estropea un electrodoméstico imprescindible, el coche o hay un imprevisto médico, ese tipo de gasto puede justificar una financiación. Pero en el caso de unas vacaciones, por deseadas que sean, conviene priorizar el equilibrio económico y evitar convertir un capricho en una necesidad ficticia.

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Vivir bien ≠ gastar sin control
En su análisis, Bernardos también pone sobre la mesa una verdad incómoda: muchos de los que parecen llevar una vida acomodada en realidad ocultan un desequilibrio financiero importante. “Hay personas que viven como si fueran ricas, sin serlo”, ha señalado en distintas ocasiones. La necesidad constante de aparentar, consumir y mantener un nivel de vida elevado no solo merma la capacidad de ahorro, sino que alimenta una cultura de deuda que, en épocas de crisis o incertidumbre económica, puede pasar factura.
El mensaje del economista es claro: “Los préstamos no deben servir para sostener estilos de vida que no se pueden pagar con ingresos reales”. En un contexto donde la inflación y la incertidumbre financiera están al alza, la planificación y el control del gasto se vuelven más necesarios que nunca.