Guerra nuclear: el fin del mundo está a solo 72 minutos

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La periodista de investigación Annie Jacobsen narra minuto a minuto qué sucedería en caso de un ataque a EE.UU.: apenas una hora larga nos separa del invierno nuclear y el fin de la civilización

United States detonating an atomic bomb at Bikini Atoll in Micronesia for the first underwater test of the device in 1946. (Photo by: Photo12/Universal Images Group via Getty Images)

Primera detonación submarina de una bomba nuclear en Bikini, en la Micronesia, por Estados Unidos en el año 1946 

Photo 12 / Getty

Parece el guion de una película de terror o las páginas de una novela de ciencia ficción alarmista. Sin embargo, es el escenario en el que la humanidad vive cada segundo desde hace casi siete décadas: poco más de una hora separa a la raza humana y a sus compañeros en la Tierra de un apocalipsis con miles de millones de muertos. En tan solo 72 minutos, una cifra de tiempo ridícula, absurda, podría caer por todo el mundo una lluvia de misiles balísticos intercontinentales cargados de ojivas nucleares una vez alguno de los principales países con armas de este calibre pulsara el botón para atacar a otro, llevando a miles de millones de muertos, un invierno nuclear y el regreso de los pocos supervivientes a la edad de piedra, como muestra la periodista de investigación Annie Jacobsen en el desasosegante libro Guerra nuclear (Debate).

“Los humanos hemos pasado en 12.000 años de cazadores-recolectores a la civilización moderna de la que disfrutamos. Y en tan solo 72 minutos, algo que hemos inventado, las armas nucleares, podría hacernos volver a ser cazadores-recolectores. Creo que vale la pena reflexionar sobre ello”, subraya Jacobsen (Connecticut, 1967), que lleva años escribiendo sobre guerras, armas y seguridad nacional de EE.UU.. Y que ahora, tras cientos de entrevistas con exsecretarios de Defensa, asesores presidenciales, militares, científicos, pilotos, soldados y analistas de datos de inteligencia, ha logrado narrar con extrema verosimilitud minuto a minuto, hasta solo 72, qué sucedería si Corea del Norte atacara a EE.UU. con un misil balístico intercontinental.

Un misil con ogivas nucleares que alcanzaría velocidades de 25.000 kilómetros hora y en apenas media destruiría Washington -lo que se conoce como un ataque de decapitación- y, además, otro misil nuclear lanzado desde un submarino situado frente a la Costa Este que podría provocar el “escenario diabólico”, haciendo explotar una central nuclear en California. 

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La periodista de investigación Annie Jacobsen 

REDACCIÓN / Terceros

El resultado, sin una buena comunicación entre los líderes de EE.UU. y Rusia, sobre la que volarían los misiles balísticos de respuesta, y, sobre todo, con apenas seis minutos efectivos para que el presidente estadounidense tome una decisión una vez confirmada la veracidad de la amenaza, puede llevar con facilidad al horror, a miles de millones de muertos tras la lluvia de miles de misiles. Y otros tantos después. Como dijo el mandatario soviético Nikita Jruschov y recoge la autora, en un ataque nuclear “los supervivientes envidiarán a los muertos”.

El relato de Jacobsen valida la frase de Jruschov: “En un ataque nuclear, los supervivientes envidiarán a los muertos”

Jacobsen narra con pulso los procedimientos de detección y comprobación del inicio de un posible ataque, el maletín nuclear, la seguridad del presidente, la línea de sucesión, los centros clave –comenzando por el Stratcom, el Comando Estratégico de EE.UU., en Nebraska, 85.000 metros cuadrados de búnkers, centros de mando, instalaciones sanitarias y túneles–, las características de los misiles –detonar en Washington un arma termonuclear de un megatón llevaría a una temperatura de un millón de grados, entre cuatro y cinco veces superior al núcleo del Sol– y las consecuencias de su explosión, que se extienden a miles de años después. 

Y, sobre todo, los errores y el caos que suponen tomar decisiones de vida y muerte de miles de millones sin apenas poder pensar. Ronald Reagan, recuerda la autora, lo sintetizó bien en sus memorias: “¡Seis minutos para decidir cómo responder a un pitido en un radar y desencadenar el apocalipsis! ¿Cómo puede alguien hacer uso de la razón en un momento así?”.

Pese a los miles de personas entrenadas para este escenario, el ataque provoca el caos y un rápido desmoronamiento

“Hay cientos de miles de personas que pasan años preparándose, ensayando para que todo esto no suceda. Se trata de que la disuasión nuclear se mantenga. Pero si sucede... El teniente general Thomas Bussiere, número dos en el Stratcom, dijo una vez a un grupo de oficiales: ‘La disuasión se mantendrá. Pero si no sucede, todo se desmorona’. Y ese desmoronamiento es el corazón y el alma del escenario de una guerra nuclear. Y se desmorona muy rápido”, subraya Jacobsen. Y en el libro hace evidentes las infinitas posibilidades de caos, desaparición del presidente incluida, en medio de una primera explosión termonuclear.

Y eso sin olvidar los múltiples errores a los que está expuesto todo el proceso. “El exsecretario de Defensa Bill Perry vivió uno en primera persona. Tenía guardia nocturna. Era el año 1979, Jimmy Carter estaba en el cargo. Y en caso de ataque, le correspondía despertarle para informarle y contraatacar. Y Perry recibió noticias del búnker nuclear bajo el Pentágono de que Rusia había lanzado un ataque a gran escala. Décadas después, aún podía sentir aún la ansiedad al hablar de ello. Pero por suerte en minutos recibió una segunda llamada. Se trataba de una falsa alarma: alguien había insertado la cinta equivocada, una cinta de entrenamiento con un ataque nuclear”, recuerda la periodista.

Pero el relato de Jacobsen de lo que sucede cuando los misiles no son simulados y sí caen de verdad sobre la población estremece. “Todo lo que le sucede a la gente, los lugares y las cosas en el libro, desde la pérdida de la piel hasta la desaparición de las calles, convertidas en lava, proviene de los propios científicos del Departamento de Defensa. Lo único que no tenían en cuenta antes en este proceso eran los incendios. Ahora sabemos que tras la explosión inicial, la zona cero se convierte en una tormenta de fuego de cientos de kilómetros cuadrados que arrasa con todo”.

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Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov firman el tratado de reducción de misiles nucleares de corto y medio alcance en 1987 

EFE

Y luego, con unas poblaciones perdidas que esperan una ayuda que no va a llegar, aparece el invierno nuclear. “En 1983, un grupo de cinco científicos liderados por Carl Sagan -remarca Jacobsen- lanzaron la teoría del invierno nuclear. El Departamento de Defensa dijo que era mera propaganda soviética, porque temían que la gente se volviera antinuclear, pero en realidad estaban profundamente preocupados. El invierno nuclear es real. Debido a los incendios y las ciudades que se queman, las pirotoxinas y cenizas se elevan a la atmósfera y ocultan el sol. Y la temperatura cae hasta el punto en que en las latitudes medias, de Iowa a Ucrania, el granero del mundo, se congelan. Las masas de agua se congelan y la agricultura muere. Hasta diez años sin sol. Miles de millones de muertos de hambre. El fin de la civilización tal y como la conocemos”.

“Cuando comienza una guerra nuclear, solo termina de una manera, en la aniquilación nuclear, con miles de millones de personas muertas”, advierte. Y recuerda que en las decisiones nucleares el presidente estadounidense tiene autoridad exclusiva. ¿Está preocupada por el regreso de Donald Trump? Confiesa que le inquietó su retórica sobre un ataque nuclear contra Corea del Norte en su primer mandato. Pero reflexiona que “las dos cualidades más importantes de un presidente son la cognición y el juicio. Biden tenía problemas muy graves de cognición. Dejaré que los lectores valoren el juicio de Trump. Y aun así, en las armas nucleares la comunicación entre líderes es lo más importante“. 

En ese sentido, pese a la incertidumbre  y a estar más cerca de la destrucción nuclear que en la propia Guerra Fría, concluye con cierto optimismo: ”Me sorprendió que Biden ni hablara ni intentara hablar con Putin. Y en cambio cuando vi a Trump el primer día de su regreso a la presidencia acercarse a él, aunque fuera a través de las redes sociales... eso ya es una apertura. Y en el mundo del control de armas, el movimiento más importante que hemos tenido fue el acercamiento de Reagan a Gorbachov, lo que llevó a muchos tratados. Ahora veo esperanza en el presidente actual en términos de su deseo de acercarse a las otras naciones con armas nucleares”.

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