Antes de convertirse en uno de los artistas más populares y reconocibles del mundo, Fernando Botero (1932-2023) quiso ser torero, hasta que un revolcón en la escuela de tauromaquia le hizo cambiar la muleta por los pinceles, y con quince años empezó a ganarse la vida pintando acuarelas de toreros para venderlas en La Macarena, la plaza de toros de Medellín, su ciudad natal. Por aquel entonces soñaba con ser otro Picasso y cuando solo cinco años más tarde puso rumbo a Europa, desembarcó por Barcelona, la ciudad que lo conectaba a aquel artista al que nunca dejó de admirar y cuya defensa en un artículo le había valido la expulsión del instituto donde estudiaba. “Lo dejaron ahí, en la calle, tirado, humillado y avergonzado ante todos sus compañeros”, explica su hija Lina, que no encuentra explicación al hecho de que la obra de su padre, que ha rodado por las grandes capitales de todo el mundo, no se haya expuesto nunca hasta ahora en Barcelona, a excepción de la pequeña muestra que le dedicó la galería Marlborough en 2019.

El baño, 1989, de Fernando Botero en el Palau Martorell
Botero hizo arte todos los días de su vida, inagotable, empeñado en su oficio incluso cuando ya era un artista de éxito abrumador. Decía que quería morirse como Picasso, con el pincel en la mano. “Solo dejó de ir al estudio los últimos cuatro días antes de morir [en septiembre de 2023, con 91 años] y, al final, cuando ya no podía con los grandes formatos al óleo, en una especie de vuelta a casa, retomó las acuarelas con las que había empezado”, recuerda Lina Botero, que durante los últimos quince años se convirtió en la más estrecha colaboradora del artista. Ella es, junto a la especialista Cristina Carrillo De Albornoz, la comisaria de Fernando Botero. Un maestro universa l, la mayor exposición celebrada hasta ahora en España del artista colombiano: 110 piezas, algunas de ellas nunca antes mostradas al público, entre esculturas, óleos, acuarelas, sanguinas y dibujos, que ocupan todas las plantas del Palau Martorell (Ample, 11), productor de la muestra junto a Arthemisia. Ambas recorren las salas con La Vanguardia mientras resuelven los últimos flecos de una muestra excepcional que acaba de llegar del Palazzo Bonaparte de Roma, donde recibió 205.000 visitantes en cuatro meses de exhibición.

Imagen de la exposición con 'Fornarina según Rafael' y 'María Antonieta según Vigee Le Brun'
Se trata de la primera gran exposición en Barcelona de uno de los artistas más populares y reconocibles del mundo
Botero, cuyas rotundas y voluptuosas figuras de generales, obispos, prostitutas, amas de casa o trapecistas de circo son tan inmediatamente identificables que han dado lugar a un nuevo estilo, el boterismo, fue un hombre de firmes convicciones. Defendía que el arte había sido creado para dar placer y que el humor que impregnaba el suyo, como la sátira o la ternura, era como un guiño o una ventana que invitaba al espectador a ingresar en su obra. “Decía ‘lo que hago no es imposible, es improbable pero no imposible’”, subraya Carrillo De Albornoz, que explica que fue su estancia en Italia a principios de los cincuenta la que le permitió estudiar las inmensas formas y los colores del Quattrocento, y que a partir de ahí empezó a “intelectualizar y racionalizar su fascinación por el volumen, que ya está presente en sus primeros dibujos”. De alguna manera, se reconoció como heredero de Piero della Francesca. "Entendió que justamente esa monumentalidad es lo que le permitía despertar el deseo del tacto y transmitir belleza y sensualidad”.

'Flores en amarillo, Flores en azul, Flores en rojo (tríptico)', óleo sobre lienzo, 2006
Botero nació de un padre vendedor ambulante que se atravesaba las montañas de Antioquia con varias mulas llenas de mercancías (murió cuando él tenía cuatro años) y una madre costurera que de manera intuitiva creyó en él. Luego la tragedia se cebaría varias veces en él. Especialmente dolorosa fue la muerte en España de su hijo Pedrito, de 4 años, a consecuencia de un accidente con un camión. El pintor perdió el uso de su mano derecha y cuando logró regresar al estudio se encerró a recrear una y otra vez su rostro. Aquí lo vemos aún vivo, con un pincel en la mano, en una obra inédita que nunca había abandonado el espacio familiar.

'Pedrito', 1981
También por primera vez ha abandonado el estudio La Menina, según Velázquez , que el pintor no quiso firmar “porque decía que era más de Velázquez que de Botero”, explica Lina. “Insistía en que el arte es la posibilidad de recrear la misma obra de manera distinta”, que el estilo es la suma de ideas de un artista, y se midió con Piero della Francesca, Van Eyck ( Los Arnolfini ), Ingres (La señorita Rivière ) o Rafael (La Fornarina ).
La monumentalidad es lo que le permitía despertar el deseo del tacto y transmitir belleza y sensualidad

El baño del Vaticano, óleo sobre lienzo, 2006.

'Cristo crucificado'
La retrospectiva hace también calas en sus cuadros de circo ( un tema “en el que nada de lo que hace es excesivo, porque siempre es todo posible”), de religión ( El baño del Vaticano , con un obispo con casulla bañándose en una bañera; junto a él, una figura diminuta de piel oscura espera su salida para arroparle con una toalla ) o las naturalezas muertas (de la misma manera que nadie puede confundir una manzana de Cézanne con una de Picasso, su pera es 100% Botero).

Madre e hijo, 2004
Pese a su defensa de la belleza, el artista no permaneció ajeno a los aspectos más crueles de la vida. En los noventa dedicó una serie a la violencia que se había apoderado de Medellín por culpa del narcotráfico. Pintó de forma obsesiva a guerrilleros, esmeralderos, paramilitares y narcotraficantes, incluyendo al criminal Pablo Escobar en el momento de su muerte. Donó las obras al Museo Nacional de Colombia.

'Sin título', 2004
Se negó a venderlas, no quería lucrarse con el dolor, como haría luego con la serie de 80 pinturas y 100 dibujos sobre las torturas de prisioneros en la cárcel de Abu Ghraib, en Irak, por parte de las fuerzas estadounidenses. Botero regaló la serie a la biblioteca de la Universidad de California, Berkeley. Durante más de un año no pudo hacer otra cosa. “Sabía que el arte no puede cambiar la realidad, pero sí dejar un testimonio. Quizás hoy nadie se acordaría de la tragedia de Guernica si Picasso no hubiera pintado su cuadro”, reflexiona Carrillo De Albornoz.