Hay seguidores y seguidores

Kanye West vende camisetas con la esvástica nazi y se convierte inmediatamente en noticia gracias al efecto viral no solo de las redes sociales sino de los medios –en papel, digitales, radiofónicos, televisivos– que, con un vigor unánime, multiplicamos su onda expansiva y su carga polémica.

Como justificación, apelamos a una cantidad de seguidores, que a veces limitamos a la condición de “seguidores” a secas y, en casos más rigurosos, especificamos que lo son en X (una red que, hace unos días, West anunció que abandonaba y en la que la figura que tiene más seguidores es –no hace falta decir nada más– su propietario Elon Musk).

La precisión en el dato de la cantidad de seguidores también fluctúa en función de la fuente consultada. Pero la prisa de la inmediatez nos empuja a entender, sin necesidad de comprobarlo y sumándonos al espíritu contagioso de la brocha gorda, que son millones y millones. 

El dato de seguidores es, desde que se fundaron las redes sociales, un ejemplo de relatividad. Hay multitud de ejemplos de personas con una actividad más o menos pública que, desde los inicios de X (y de facebook), vieron cómo piratas impunemente anónimos abrían perfiles a su nombre con una notable actividad de seguidores y una nula actividad intercomunicativa.

FILE - Kanye West watches the first half of an NBA basketball game between the Washington Wizards and the Los Angeles Lakers in Los Angeles, on March 11, 2022 Adidas has ended its partnership with the rapper formerly known as Kanye West over his offensive and antisemitic remarks. (AP Photo/Ashley Landis, File)

Kanye West 

Ashley Landis / AP

En determinados sectores (de la comunicación o la cultura), la cantidad de seguidores incluso se utiliza como dato vinculante a la hora de contratar servicios o impulsar proyectos. La buena presencia, tan condenada por las nuevas hipocresías, ha sido sustituida por este darwinismo perverso.

La precisión en el dato de la cantidad de seguidores también fluctúa en función de la fuente consultada

Volvamos a West: para analizar los valores públicos, ¿tiene sentido que la cantidad de seguidores sea un dato relevante? Vender camisetas con esvásticas es una provocación que necesita de un eco potente (ahora sin ni siquiera necesitar la plataforma X, que West ya anunció que abandonaba) para confirmar el potencial comercial y, de propina, la eficacia comunicativa.

De manera que, al final, las interconexiones entre medios acaban trabajando, por interés o desesperación, no para sus propios valores, sino para una inmediatez pirotécnica que suele confundir el espíritu de denuncia con la apología de la delación y del linchamiento. Una inmediatez que nos retroalimenta a través de polémicas muy eficaces para sugerir contenidos de bajo coste y un consumo masivo inmediato.

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Ya sean los dos minutos de un reality televisivo que perpetúa modelos de relación dignos del universo bonobo o la anécdota de un partido de fútbol sometido a una calculada modificación del contexto, las redes sociales, igual que suceden en política, fagocitan la conversación pública. Así convierten, total o parcialmente en función del rigor deontológico de cada medio, el resto de la pirámide (información, entretenimiento) en seguidores de una causa gregaria y parasitaria.

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