Excesiva, dominante y magnética, Lady Gaga demostró este martes en Barcelona que es la diva por excelencia del presente con un show, el Mayhem ball, que partiendo de la imaginería operística se convirtió en una excéntrica fiesta a mayor gloria de la reina del camp. Lo gótico se dio la mano con el pop, lo trágico con el humor entre luces que pintaron de rojo sangre el Sant Jordi, convertido en oscura revisitación del país de las maravillas de Alicia. Una imaginería que dejará por los suelos cualquier intento de ser original en la próxima noche de Todos los Santos, Halloween para los criados a golpe de consumismo yanki. “Baila o muere”, proclamó la Gaga en los primeros embates de la noche.
Esqueletos, zombis que se levantan de sus tumbas, muertos que bailan como locos y calaveras gigantes entre un mar inmenso de luces rojas –pulseritas mediante– se adueñaron de esta ópera pop neogótica erigida mediante las batallas internas de Stefani Joanne Angelina Germanotta, que regresaba a Barcelona por primera vez desde el 2018. La neoyorquina se enfrentó una y otra vez a alter egos de su personalidad en un escenario convertido en teatro operístico donde la banda (quinteto con guitarra, bajo, teclados, sintetizadores y una batería que se dejó el alma) ocupó los palcos inferiores. El resto del espacio quedaba a disposición del numeroso cuerpo de baile en un show mayúsculo y barroco hasta el extremo que inundó hasta el último centímetro cuadrado del escenario. Daba la sensación de que, si no se mostraban más cosas, si no se lanzaban más fuegos artificiales o no había más figuras danzantes sobre el escenario, era porque no había espacio físico para ello.
Lady Gaga, este martes en el Palau Sant Jordi
Lo mismo podía decirse de la voz de Germanotta, afinada, enérgica cuando conviene y capaz siempre de encontrar cómo salir de su pequeño cuerpo cuando éste no se encuentra en frenético movimiento. Así desde el poderoso inicio con Bloody Mary –resucitada gracias a la serie de terror Miércoles– seguida de Abracadabra y Judas mientras Lady Gaga gritaba “¡arriba las manos!”. Potencia sonora, ritmo frenético sobre el escenario y la protagonista apareciendo a siete metros de altura como colofón de un enorme traje rojo, un guardainfante como el de las meninas de Velázquez pero hipertrofiado y galvanizado, ante el delirio del público, vestido para la ocasión con mil disfraces. No por previsible –ya había llevado la misma escenografía a Copacabana o Coachella– resultó menos impactante este inicio en el primero de los cinco actos de la velada, anunciados todos ellos con letras góticas y precedidos por un vídeo donde la Gaga aparecía en sus dos versiones, digamos la buena y la mala, afirmando que “ella y yo encontraremos la manera de vivir como gemelas enfrentadas”.
El Sant Jordi se convirtió en un teatro operístico en la primera de las tres noches de la diva en Barcelona
Las faldas del enorme vestido barroco se abrieron para dejar al descubierto una jaula repleta de bailarinas en la que cayó Gaga, primera de las muchas sorpresas escénicas del concierto, donde la artista jugó bien sus cartas para incluir todos los temas de su último disco, Mayhem, considerado un regreso al mismo disco pop que la encumbró en sus dos primeros álbumes, The fame y Born this way, también protagonistas durante las casi dos horas y media de concierto. Además del aparejo visual y su buena forma física –vibrante Garden of eden- la artista se valió de los éxitos que ha atesorado durante dos décadas y que intercaló con respuesta entusiasta de los entregados fans, que la recibirán de nuevo en el Palau Sant Jordi este miércoles y el próximo viernes.
Así fue con la acompasada Alejandro, la sincopada Poker face, en la que vestida de negro acabó con la Gaga blanca en una partida de ajedrez, o la balada Shallow que le valió un Oscar y que anoche interpretó montada en la barca de Caronte sin utilizar prácticamente nada más que su voz. También se acordó de sus primeros años recuperando Summerboy, tema de marcados aires ochenteros que interpreta en esta gira, guitarra en ristre, por primera vez desde el 2007. Lo hizo antes de acometer sola al piano Die with a smile, el tema más reproducido de largo de su nuevo álbum (y de su carrera), y Marry the night, libre al máximo de artificio para dejar al descubierto sus aptitudes vocales.
Lady Gaga, en acción este martes en el Palau Sant Jordi
Y es que después del explosivo comienzo, que convirtió el Sant Jordi en una enorme discoteca, la variedad tanto sonora como escenográfica fueron ganando peso, con tiempo también para el baile en los entretiempos y un desarrollo a diferentes ritmos que ganó con la decisión de Lady Gaga de llevar esta gira a recintos cerrados, con más proximidad entre artista y público que los estadios que, sin duda, la artista habría llenado.
Zombis y calaveras compartieron protagonismo con éxitos como ‘Poker face’ o ‘Bad romance’
Fue cuando Lady Gaga cambió la melena negra de malvada por la de rubia inocente en el Sueño gótico y la Bella pesadilla, títulos de los actos segundo y tercero, cuando se depararon escenas tan fotogénicas como el largo tul que lució en Paparazzi, y que ocupaba toda la plataforma central del escenario, o el curioso guitarreo rockero que se marcó vestida de novia gótica antes de que la banda regalara unos instantes de metal, sí, gótico otra vez, como paso previo a Killah con una enorme calavera sobre el escenario, sucedida por el funk de Zombieboy y una danza que parecía reírse de Thriller. Secuencias que en ocasiones suplían el desconocimiento de algunos de los nuevos temas, donde también hubo lugar para el pop puro y duro, caso de Lovedrug.
No importaba, Lady Gaga siempre guardaba un último cartucho en la recámara, balas de plata dance como Just dance, Born this way –himno de la presente comunidad drag– o una versión alegre y pop de Come to mama que dedicó especialmente a Barcelona (no la tocaba desde el 2018). Todas fueron disparadas hasta que vació el cargador con Bad romance, que junto a How bad do U want me cerró la velada con la sensación de que artista y público podrían pasarse otras dos horas y media celebrando esta fiesta anticipada de Halloween de la reina del camp que difícilmente superarán los panellets y las castañas.