Premio al control de riesgos

La gestión de riesgos es esa disciplina moderna que consiste en identificar los posibles peligros que acechan a una empresa y planear estrategias para combatirlos. Según el matemático Benoit B. Mandelbrot, todos los riesgos se pueden dividir esencialmente en dos categorías: suaves ( mild ) y salvajes ( wild ). La carrera a los Oscars y el juego de Hollywood en general llevan años convertidos en un gigantesco tablero de gestión de riesgos en el que las películas son lo de menos.

Anora es probablemente la película más conservadora y amable de Sean Baker, no tan diferente de Pretty woman como se quiere creer, y la Academia ha esperado con paciencia hasta que ha podido asimilar al director de Nueva Jersey, igual que ha hecho tantas veces, igual que aguardó a que Yorgos Lanthimos se calmase un poco y rodase La favorita para acogerlo en sus brazos.

Toda la campaña del equipo de Anora ha sido de un admirable control de riesgos, y eso que los había, sobre todo la presencia de Yura Barisov, actor muy cercano al régimen de Putin. Baker centró su mensaje en el poder del cine en los cines y de las películas de presupuesto sostenible y Mikey Madison se esforzó, incluso desde el estilismo –el arma comunicativa más poderosa– en separarse de su personaje, la bailarina y prostituta Ani. Finalmente, se llevó un Oscar que
–si no lo digo, reviento– hubiera tenido una dimensión más ambiciosa y repa­radora si se lo hubiera llevado Demi Moore.

Los riesgos que asumía Emilia Pérez eran demasiado salvajes desde el prin­cipio, y no siempre justificables, empezando por la osadía de un director francés de rodar en la periferia de París un musical sobre la transición de género de un narco en un idioma que no conoce y sin una sola actriz mexicana. Después pasó lo que pasó y eso también se medio cerró ayer quirúrgicamente, con una Karla Sofía Gascón que no hizo paseíllo en la alfombra roja, pero que tampoco tuvo la astucia de salir riéndose cuando el presentador, Conan O’Brien, hizo un par de chistes (los justos, y suaves) sobre lo suyo.

Quien hizo un despliegue de gestión de riesgos más profesionalizado fue Zoe Saldaña, que finalmente sí pudo llevarse su Oscar a la mejor actriz secundaria, no tanto sobre la tarima, donde hizo un discurso de orgullosa hija de migrantes, sino en la sala de prensa. Confrontada por una periodista mexicana, le contestó en un discurso medido y memorizado que la película no va de su país, sino de cuatro mujeres “que podrían ser de cualquier lugar, de Israel, o de Gaza”. Al terminarlo, se la vio satisfecha, sabiendo que en Hollywood, como en los juegos de mesa, no gana quien más arriesga, sino quien mejor planea y ejecuta su estrategia.

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