Víctor Gómez Pin: “También tengo derecho a mis sesgos, como el algoritmo”

Entrevista

El filósofo barcelonés publica 'El ser que cuenta', una reflexión sobre la inteligencia artificial

Victor Gómez Pin, fotografiado hace unos días en Barcelona

Victor Gómez Pin, fotografiado hace unos días en Barcelona 

ANDREA MARTÍNEZ

Victor Gómez Pin (Barcelona, 1944) ha creado siempre puentes entre las letras y las ciencias. Desde la filosofía, ha abordado las matemáticas y la física, tanto en sus cursos de las universidades Autónoma de Barcelona y del País Vasco como en artículos académicos y libros (Tras la Física. Arranque jónico y renacer cuántico de la filosofía, Abada, 2019). Como coordinador del International Ontology Congress y como profesor invitado de universidades de prestigio, ha tratado a algunos de los máximos especialistas en inteligencia artificial. De esas conversaciones, muchas lecturas y varios seminarios ha nacido El ser que cuenta. La disputa sobre la singularidad humana (Acantilado), más de 500 páginas en defensa de lo que nos distingue del resto de animales y de las nuevas redes neuronales de aprendizaje profundo. Desde el título, hace énfasis en la polisemia del verbo “contar” –narrar, contabilidad, ser relevante. Una invitación a preguntarse si somos la especie más relevante del planeta. Y si lo seguiremos siendo.

La sección “Temario en síntesis”, que resume el libro en las primeras páginas, sugiere que El ser que cuenta nace de sus clases. ¿Cuál es la génesis del proyecto?

En parte sí, nació de algunos de mis seminarios; pero sobre todo recurrí a ese “temario” inicial porque lo hice en Tras la Física y mucha gente me lo agradeció, permite que el lector entre en materia. La idea se origina en la constatación de que, cuando hace unos cincuenta o sesenta años se ponía en cuestión la singularidad humana, se hacía a partir de otros animales, como las abejas y sus formas de comunicación, o como los primates, y desde hace un par o tres de décadas se hace en cambio a través de máquinas y algoritmos. Yo diría que la interrogación actual se inclina más hacia este lado. Le he dado prioridad en el libro a ese problema. Soy más escéptico con la causa animalista.

¿Se puede decir que El ser que cuenta es una defensa del humanismo en tiempos de Antropoceno y de progresiva conciencia posthumana?

Sí, por supuesto. Si las otras especies animales tienen carencias y los algoritmos tienen sesgos, yo tengo derecho también a mis carencias y a mis sesgos. Intento argumentar, porque una opinión no argumentada no vale nada, y así tomo partido. A menudo se confunde lo que dicen las disciplinas científicas con la ideología que a veces las sustenta. Por ejemplo, la genética dice que otras especies se parecen muchísimo a la nuestra, pero lo hace cuantitativamente, y lo que es decisivo es la calidad de la diferencia, no la cantidad del parecido.

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La singularidad humana, afirma, es tanto biológica como cultural: desde el lenguaje hasta la creación de la “inteligencia artificial”. Nos caracteriza, dice, el lenguaje, “la inclinación a la abstracción, y el comportamiento activo y recreativo”…

La inteligencia humana tiene tres dimensiones: cognoscitiva, estética y ética, que no son disociables, están entrelazadas. Yo no veo ese entrelazamiento en ningún algoritmo. Ante el conocimiento, la subjetividad desaparece, porque lo que pesa es el objeto, que legisla, y pone de acuerdo a una multiplicidad de sujetos. La opinión, en la ciencia, cuenta poco. La objetividad, en cambio, aplica poco a la ética o casi nada al juicio estético. Lo más impresionante que yo he visto ha sido la existencia de AlphaFold, cómo predice el pliego de polipéptidos de las proteínas. Es un ejemplo increíble de lo cognoscitivo. En el campo de la ética, pongo el ejemplo en el libro de LaMDA y su diálogo kantiano con un ingeniero de Google. Y en el de la estética también hay obras hechas por máquinas que nos desconciertan.

Dedica muchas páginas a comentar el libro de Marcus du Sautoy Programados para crear, en el que el matemático británico explora la emergencia de los algoritmos creativos. Me pregunto si nuestro antropocentrismo nos impide observar el valor, la excelencia, incluso la originalidad de las máquinas.

Yo no lo pongo en duda. Pero de momento hay mayores razones para creer que los algoritmos alcanzan el estilo de un pintor, su sintaxis, pero no la excelencia particular, la semántica. Un robot podrá interpretar una pieza de piano con virtuosismo, pero difícilmente conseguirá que el público se ponga en pie, que emerja la intersubjetividad. El día que vea a otras máquinas aplaudiendo emocionadas a una de ellas, a la que ha tocado la pieza, ya hablaremos. De momento, por otro lado, hay que recordar que las entidades maquinales son producto del hombre. No podemos escapar de esa mirada, la nuestra. Y sólo nosotros éticamente nos preocupamos por ellas.

Yo me casaría con una entidad maquínica que alcance la razón humana”

Me ha parecido muy interesante su voluntad de diálogo y de buscar una zona de encuentro entre el humanismo clásico y los nuevos descubrimientos en los campos de la genética, la etología o la computación. Por ejemplo, ante los avances en la comprensión de la comunicación en el resto del reino animal, afirma: “Los animales tienen, desde luego, lenguaje si designamos como tal un código de señales, y decididamente no lo tienen si nos referimos a algo de una singularidad tan absoluta como el lenguaje humano”. ¿No cree que es posible que un futuro descubramos que sí existían formas de comunicación más complejas de lo que imaginábamos?

Yo siempre he creído que las relaciones humanas están determinadas por la palabra, hasta en el erotismo. Leyendo la experiencia del ingeniero de Google con LaMDA, no descarto la relación erótica entre ellos. Yo me casaría con una entidad maquínica que alcance la razón humana. En el caso de los animales, creo que estamos muy lejos de eso. Como productos de la evolución, estamos más ligados a ellos, que también lo son, que a las máquinas, que son productos de nuestra propia inteligencia. Si algún día desaparecemos y ellas siguen su curso, no se podrá hablar exactamente de evolución, porque la naturaleza no daría lugar al teléfono móvil. La IA es hija de la tekné, que como decía Aristóteles nos hace lo que somos.

¿Cómo ha sido su propia experiencia vital con perros o gatos? ¿Ha mantenido conversaciones con el ChatGPT?

Lo he usado sólo para el libro, para posicionarme respecto a su potencia de inteligencia, pero es imposible estar al día, porque cada día hay noticias que ponen en cuestión todo lo que sabemos. Con animales, tengo que confesar algo, nunca he tenido mascotas, pero de niño sí tuve mucha relación con animales, incluso con caballos, en el campo. Una de mis melancolías es el recuerdo de una perra lobo que fue envenenada en una finca de mi infancia. Nunca había hablado de ello. Pero me considero un amante de los animales. Hay que felicitarse de que en Barcelona no haya perros abandonados; pero, en cambio, no de que sí haya muchas personas abandonadas.

Leyéndolo me preguntaba si ha visto Tardes de soledad, de Albert Serra; o si se ha planteado los toros como un problema filosófico.

La ética de los animales debe consistir en no emplearlos de forma gratuita. ¿Pero qué entendemos por gratuidad? ¿Lo que no es necesario para la subsistencia? ¿Comer ostras? Le puedo asegurar que, en términos kantianos, lo que salva a esa película es que es magnífica. Trasciende aquello que describe. En ella el tema de los toros es secundario, como el de la ética.

Víctor Gómez Pin, hace unos días, en Barcelona

Víctor Gómez Pin, hace unos días, en Barcelona

ANDREA MARTÍNEZ

Aunque sí menciona científicos, tanto de la biología como de la computación, me ha sorprendido la ausencia en su libro –en cambio– de los filósofos más conocidos del poshumanismo (Haraway, Hayles, Latour, Braidotti, Berardi). ¿A qué se debe?

El libro podría tener mil páginas. El tema que aborda es profundamente filosófico. Mi tesis es que la filosofía es el destino de la ciencia. Ambos son frutos del lenguaje. Y me interesaba más citar a Aristóteles, Descartes o Kant, porque el problema es muy antiguo. Decidí en un momento no leer nada más, para ponerme a escribir. Se me podría hacer la objeción de que no menciono tampoco descubrimientos del último año.

Paco Calvo sostiene en Planta Sapiens que si observamos la inteligencia desde arriba hacia abajo, es decir, desde lo que el ser humano ha sido capaz de construir, descendiendo hacia los pulpos o los lobos, las aves o los peces, las plantas, los hongos y las bacterias, es imposible no concluir nuestra excepcionalidad; pero que, en cambio, puede ser más interesante seguir el sentido inverso. Detectar los índices de inteligencia mínima. Stefano Mancuso, entre muchos otros, también han defendido la inteligencia vegetal. ¿Qué opina de ese campo de la investigación actual? Porque cita La vida secreta de los árboles, de Peter Wohlleben…

Es cierto, es una carencia del libro. Si el libro se vendiera, podré ampliarlo en una segunda edición. Me llamaron la atención ciertos excesos que hacen daño a la causa vegetal y a la ecología racional. Debería haber ido más lejos. Es también un problema filosófico sin resolver.

Afirma en el epílogo que “esa forma de denegación de la certeza (este deseo de equiparación con animales, máquinas y, eventualmente, árboles) va ganando la partida”. Usted es catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona, ¿cómo debería la academia incorporar y tratar ese debate?

Para empezar, en la facultad de filosofía, no enfatizando demasiado entre sus distintos departamentos de filosofía (estética, filosofía de la ciencia, historia de la filosofía…). Ese es el primer paso y es casi administrativo. Más allá, la filosofía no debería distinguir entre ciencias y letras, ningún gran filósofo de la historia ha rehuido las intersecciones. Tenemos que encontrar en el exterior, en otras disciplinas, la base de nuestra reflexión. Es bidireccional. Todos los protagonistas de la física cuántica estaban destinados a la filosofía. Después de sus teorías y artículos, han acabado planteándose las grandes preguntas.

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Usted tiene ochenta años y ha sido testigo de la guerra fría, del franquismo, del estado de bienestar, de la historia entera de internet, del actual auge de la extrema derecha. Como filósofo, ¿cuál es su lectura del fenómeno del regreso del fascismo y de la “posverdad”?

Radical. El fracaso de los grandes proyectos de emancipación de la humanidad. La miseria ha sustituido a la tragedia. La posverdad se está comiendo nuestro trabajo. Nos movemos en un circo, el de la mera opinión, no fundada. Lamentable. Simplemente lamentable. Hay que luchar socialmente contra ello. Sin duda.

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