La tercera fuga
★★★★✩
Idea original y dirección: Victoria Szpunberg
Colaboración escritura: Albert Pijuan
Intérpretes: Sasha Agranov, Emma Arquillué, Anna Castells, Marc Joy, Olga Onrubia, Carles Pedragosa, Carles Roig (Pau Escobar), Biel Rossell Pelfort, Fede Salgado, Magalí Sare, Clara Segura Crespo, Sergi Torrecilla, Ton Vieira
Lugar y fecha: TNC (2/V/2025)
Los cuadros de Marc Chagall son una amalgama de ensoñación naif, tristeza serena, alegría nostálgica y sutil ironía. Pero sobre todo son profundamente judíos. No de cualquier expresión del judaísmo. Su obra se alimenta de la tradición de la corriente jasídica de los asquenazíes asentados en la Europa central y oriental. El corazón del jasidismo y la cultura yiddish fue la ciudad de Berdichev. Y es en este enclave de la actual Ucrania donde Victoria Szpunberg sitúa el principio de la epopeya de la familia Shprigelburd. ¿Un guiño a Rafael Spregelburd? Quizá. Es una obra trufada de guiños, algunos tan íntimos como la lectura de un fragmento de un poema de un joven Alberto Szpunberg y otros tan teatrales como la reelaboración política de una escena foolish de Hamlet. Por cierto, ¿nos podemos permitir proyectar las sensaciones que trasmite Chagall en la obra de la autora? Creo que sí.
Un gran espectáculo que confirma a Victoria Szpunberg también como una importante directora
Antes de que se materialice la boda entre una familia ortodoxa y otra reformista (batalla enarbolada por las matriarcas), el escenario (vasto, profundo, con una fuga de mesas, sillas y lámparas) se ofrece a la danza de la muerte de Verges y las cabriolas de un caballo azul. Bocados simbólicos y autobiográficos, como muchos otros que trasiegan por La tercera fuga. Solemnidad medieval y fauvismo. Muerte y libertad. Después del prólogo y la presentación del narrador, psicopompo (el guía de las almas de los difuntos) y personaje velado que cerrará en el siglo XXI la tragedia de una violencia sin fin (un todo en uno interpretado por un excelente Ton Vieira), el primer acto se hermana estéticamente con el pueblo de Anatevka de El violinista en el tejado. Y como en esa historia, la tradición es violentada por un pogromo (esta vez bolchevique).
Una vez que irrumpe, la violencia se instalará, como un sino trágico, en el devenir de la familia, sin importar dónde les lleve la diáspora. En cada episodio habrá muertos y sobrevivientes, alejando y retorciendo los vínculos de la estirpe. Y con los muertos llegará la compañía de los fantasmas, como si Szpunberg invitara a las criaturas literarias de Isaac Bashevis Singer a su universo no tan vagamente familiar. La distancia suficiente que aporta la coescritura de Albert Pijuan para no entender este texto como una autoficción, según la ortodoxia de Sergio Blanco.
Una dicotomía de sacrificados y supervivientes, de comedia y tragedia, de sentimientos transparentes y sarcasmo, de convención teatral y su contrario (con Carles Pedragosa como estrambótico maestro de ceremonias de acentos y tópicos). Una estructura que viaja luego al Buenos Aires de la dictadura de Videla (posiblemente el acto más intenso y épico), la Barcelona de la transición y la del ahora mismo, en una conclusión quizá algo demasiado doméstica en comparación con los anteriores capítulos.
Un gran espectáculo que confirma a Victoria Szpunberg también como una importante directora (se percibe en un reparto de alto nivel coral que asume un amplio retablo de personajes, lenguas y dejes). También un montaje con consciencia del espacio que ocupa (sala Gran del TNC) y su público. En este sentido, El pes del cos (sala Petita) parece un proyecto más armónico con las necesidades artísticas y biográficas de la autora. En cualquier caso, un espectáculo que merece el aplauso que cosecha; con la música como hilo conductor: klezmer, tango y su inmersión en la catalanidad con una magnífica versión de Volver de la cantante Magalí Sare. Y el yiddish, el idioma de la diáspora y los fantasmas. Algo así decía Singer.