Francesc d’Assís Galí (Barcelona, 1880-1965) pertenece a una rara y raquítica estirpe de artistas que buscan la invisibilidad, siempre agazapado a la sombra de sus discípulos (de Francesc Vayreda o Rafel Benet a Joan Miró o Llorens Artigas), tratando de no dejar rastro pese a que su huella como pintor, dibujante, muralista, cartelista e ilustrador atraviesa estilos y generaciones, del modernismo a la vanguardia pasando por el simbolismo o el noucentisme, del que fue una de las voces más sobresalientes.Y seguramente se habría salido con la suya –hace sesenta años que su obra no se reúne en una monográfica ni es objeto de una publicación– de no ser porque el MNAC ha decidido ahora salir a su rescate con una exposición, Francesc D’A. Galí. El maestro invisible , que arroja luz sobre uno de los artistas de la casa, el autor de los murales de la cúpula del Palau Nacional, y de paso hacer un ejercicio de revisión de su propia historia.

Galí pintando en la cúpula del Palau Nacional
En una fotografía de época, vemos a Galí subido a treinta metros de altura subido en un inestable andamio, donde pasaría más de medio año decorando la cúpula (a partir de entonces le persiguieron los vértigos y las pesadillas el resto de su vida) con un gran mural que representara “la apoteosis de España”. Ese era el encargo que le había realizado el coleccionista Lluís Plandiura, que había sido alumno suyo, para la decoración del Palau Nacional levantado con motivo de la Exposición Universal de 1929. “Estamos en el contexto de la dictadura de Primo de Rivera y por tanto en un momento de propaganda de unos valores de españolidad. Seguramente los artistas pensaban que el Palau desaparecería y que hoy no estaríamos hablando de esas pinturas, pero en todo caso Galí, que era catalanista y había sufrido el cierre por parte de Primo de Rivera de la Escuela Superior de los Bellos Oficios de la Mancomunitat, respondió al encargo con una gran inteligencia, como el enorme humanista que era, dividiendo las figuras en tres ámbitos: Bellas Artes, religión, ciencia y trabajo”.

Francesc Galí
La exposición continúa en el Museo del Exilio de la Jonquera, con su etapa surrealista
Lo cuenta el historiador Albert Mercader, seguramente el mayor conocedor de la obra de Galí, a quien en 2013 dedicó la tesis doctoral –documentó cerca de 400 obras, la mayoría inéditas– y que aquí firma un comisariado plagado de guiños contemporáneos, como esa gigantesca corona de ojos azules concebida junto a Artur Muñoz que invitan al visitante a mirar hacia arriba, hacia la cúpula, pero al mismo tiempo introducen al Galí pedagogo revolucionario, que invitaba a sus alumnos a salir a la naturaleza, normalmente al Montseny, y les pedía que dejaran los pinceles y las pinturas en las aulas, y miraran el paisaje con una corona de ojos en la cabeza.

Cartel para la revista de arte 'Vell i nou'

Dos de los carteles realizados para la Exposición Universal
Galí era sobrino de Pompeu Fabra, con quien convivió hasta los veinte años, creció entre lecturas de Goethe y Dostoyevski, y a los quince años se inscribió como alumno en la Llotja, en cuyas aulas estudiaba también el joven Picasso. Luego, él mismo se convertiría en uno de los principales pedagogos de la modernidad artística catalana, subraya Mercader, para quien no es casual que de sus aulas salieran muchos de los principales artistas catalanes del periodo de entreguerras “y ninguno era malo, todos trascendieron, lo cual dice mucho de él”. Su filosofía de la enseñanza se basaba en la no imitación y la no copia. Al contrario: “Incitaba a despertar los sentidos subjetivos e interiores de los artistas”. Incluso inventó técnicas, como los ejercicios de tacto a ciegas que el público puede experimentar en la exposición, y que a Joan Miró le ayudaron “a desarrollar el sentido del volumen, que no lo tenía”.
Al pintor, que estuvo medio año subido en un andamio inestable, le persiguieron las pesadillas y los vértigos
A través de 120 obras, la muestra va siguiendo la evolución del artista, que a veces vemos solo, a veces rodeado de discípulos. Galí fue uno de los artistas que más participó en la Exposición Universal del 29, con tres carteles promocionales, un diorama para la exposición Arte en España y el diseño del Biombo de la creación con Ramon Sarsanedas, para el Pabellón de Artistas Reunidos. Cuando subió al andamio del Palau Nacional estaba en su mejor momento artístico.

Una visitante contempla La primavera (1931) y Garraf (1927)
Más tarde fue director de Bellas Artes de la República, encabezó la salvaguarda de los tesoros del Prado y de los museos catalanes, huyó a Francia, donde estuvo interno en un campo de concentración, y finalmente se exilió a Londres, donde abrazó el surrealismo de la mano de la pintora de origen indio Ithell Colquohn (Shillong, 1906-Limorna, 1988), experta en tarot y amiga de Man Ray, a quien la Tate Britain dedicará en junio una gran retrospectiva y el MNAC nos muestra (dos dibujos y una fotografía) en el interior de una habitación rosa repleta de espejos. “En Londres nació otro artista”, avanza Mercader, tal vez el más audaz y revolucionario, pero para conocerlo hay que ir al Museo del Exilio (Mume) de la Jonquera, donde hasta el 13 de julio se puede ver Galí, exilio y evasión , una muestra que arranca donde acaba la de Barcelona.