La dictadura del proletariado

Después de beber una primera cerveza para celebrar un éxito que hemos tenido, decidimos ir a tomar unos pinchos con una copa de vino para rematar la cosa. Somos cuatro. El que invita selecciona un bar muy bueno y moderno que -veo- ha ganado un premio. Merecido, porque los pinchos están riquísimos. Escogemos uno por cabeza y, al rato otro, con otra copa de vino. Nuestro anfitrión, que es muy corrido, nos explica que está preparando una antología de cuentos sobre noches en blanco: aquellas noches en las que sales, las cosas se complican y acabas a las quinientas. Unos sobre broncas, otros sobre aquella hora de la mañana en que, de camino hacia casa, te cruzas con los que van a currar, el cielo pasa de negro a planteado, a gris y a azul. Es una idea cojonuda. Embalado, le pide a la camarera de donde es, y resulta que es cubana. Una cubana rubia y delgada como un figurín. Vamos charlando y masticando, con aquella coreografía divertida de la barra del bar: te alejas, te acercas, pegas una palmada en el hombro del vecino, echas para atrás riendo, regresas a la barra. Mientras estamos en este baile oigo de pasada que la camarera le dice a una clienta que Cuba es una dictadura.

Pinchos con boquerones

Pinchos con boquerones

, para chuparse los dedos Getty Images/iStockphoto

El bar no cierra tarde. No tenemos ninguna prisa, pero empiezan a limpiar el mostrador. Mantienen las bandejas con los pinchos hasta el último suspiro, por si nos animamos a otra ronda. Cuando llega el momento de cerrar, la camarera cubana nos muestra las bandejas y nos dice: “¿Os apetecen? Coged los que gustéis, son gratis”. Mi amigo le responde: “No mujer, no. Os los coméis vosotras.” Me fijo en la cara de la chica. “¿Comernos ese montón de calorías? ¡Ni hablar!” Si no nos los zampamos nosotros van a tirarlos. Y como que, a estas alturas de la vida, ya no viene de un pincho más o menos, nos los repartimos entre los del grupo. Son excelentes: de bacalao, de tortilla con pimiento, de virutas de jamón con muselina.

Son excelentes: de bacalao, de tortilla con pimiento, de virutas de jamón con muselina

Por el hecho de haber vivido de pequeña en Cuba la camarera no tiene la obligación de lanzarse como una posesa sobre los pinchos sobrantes a los que los propietarios de la taberna no han encontrado una salida razonable. Cada día preparan más de los que sirven y si estas mozas se los comieran para cenar no tendrían estas cinturitas. Sin la cinturita, no podrían trabajar en la taberna premiada que quiere vender sus pinchos con unas camareras delgadas. Pero me sorprende la indiferencia con la que nos dice que los van a tirar. ¿No tuvo una madre como la mía que le decía que no hay que dejar nada en el plato? Contradiciendo las reglas de etiqueta más elementales me paso la vida rebanando fuentes y picando todo lo que no se termina la gente de confianza con quien voy a almorzar o cenar. No puedo evitarlo: ¡y eso que yo también quiero ser un figurín! La última constatación es que somos unos antiguos, unos comilones y unos borrachos, pero esa ya es otra historia.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...