Un hombre solitario, adusto, incapaz tanto de sentir emociones como de reflejarlas, sin intención aparente más que de ser, y aun así sin demasiada voluntad, inmerso en un tiempo lejanamente inconcreto con sirenas, iglesias y carros tirados por caballos. Es Pedro de Poco, el protagonista de La piedra blanda (Random House), la fábula gráfica creada por el escritor y cineasta Rodrigo Cortés (Pazos Hermos, Ourense, 1973) y el ilustrador y grabador Tomás Hijo (Salamanca, 1974).
Un libro escrito e ilustrado con una técnica ancestral que ha marcado todo el proceso: “El propio libro como objeto cuenta el libro como contenido, y su naturaleza, casi radicalmente artesanal y manual, se percibe ya desde su encuadernación forrada en tela y el relieve de su cubierta, que uno lee también con los dedos. Después, la propia historia se lee no solo a través de las palabras, sino del lenguaje secreto de los grabados de Tomás, e incluso de su técnica casi medieval, hiriendo el linóleo”, señala Cortés sobre esa imaginería antigua de clara inspiración medievalizante.
“Ambos nos hemos criado en Salamanca, conocemos muy bien, por lo tanto, el frío, y conocemos muy bien la piedra, y de forma intuitiva fue generándose ese universo que fue creciendo y evolucionando en lo que hemos llamado un cante constante de ida y vuelta. Yo le ofrezco un borrador de guion que él convierte en bocetos de lápiz, a partir de los cuales modifico el texto o decido callarme porque una ilustración dice todo lo que había que decir, él modifica a través del detalle sus propias ilustraciones, hasta que llega ese momento sagrado en el que empuña la gubia y ahí ya no cabe el arrepentimiento”.
Como el Cándido de Voltaire, tal vez incluso como el Blaquerna de Ramon Llull, Pedro de Poco se encuentra con aventuras que no ha buscado, es un superviviente. “Pero no se queja nunca, sospechamos que siente cosas, que siente dolor, que siente amor, pero no lo vemos porque es radicalmente inexpresivo, y eso no mata la emoción, sino que genera espejos en los que el lector se refleja”, dice Cortés, que asegura que “la propia historia se resiste a ser atrapada, a tener tesis o a lanzar un mensaje unívoco, resuena en el lector en términos que a veces no son racionales ni solo emocionales, sino puramente sensoriales, y ahí también se esconde su propio mensaje”.

Ilustración del libro La piedra blanda, de Rodrigo Cortés y Tomás Hijo
Para Hijo, una de las dificultades fue el carácter hierático de un personaje “completamente inexpresivo y aparentemente apático. Es romántico, hierático e inexpresivo, y para un ilustrador es muy difícil conseguir eso, porque va en contra de los esfuerzos que llevas haciendo toda la vida para dotar a los personajes de expresividad, de vida, de energía y movimiento, y cuando te encuentras con Pedro de Poco le tienes que arrancar todo eso de raíz. Es realmente difícil intentar desprenderte de todas las armas que llevas años afilando”.
Su personaje nace dos veces y será víctima de burlas, asesino, monje, ladrón, mendigo, santo y amante de una mujer casada a la que dará un corazón que luego echará raíces... pero no hay juicio, cuenta Cortés: “No hay arbitrariedad, hay elementos míticos y arquetípicos. Está la naturaleza, están las raíces, está el amor, está la madre, o la crueldad. Lo que no hay es una interpretación unívoca de estos elementos. No hay juicio, las cosas son como suceden en la vida”. Tomás añade que “hay un ejercicio constante de alejar la imagen del texto, contradecirlo o sustituirlo, un distanciamiento que también crea ese misterio y ese vacío, con asociaciones extrañas y poéticas y muchas elipsis”.

Ilustración del libro La piedra blanda, de Rodrigo Cortés y Tomás Hijo
Además del paisaje de Salamanca, ambos autores comparten referentes como Álvaro Cunqueiro, Luis Buñuel o el Lazarillo de Tormes: “Hay algo picaresco, de novela de crecimiento y de maduración, y fue durante un paseo en una isla fluvial en el río Tormes donde nos pusimos de acuerdo –recuerda Hijo–. Empezamos hace unos cinco años y no ha sido un trabajo constante, han pasado muchísimas cervezas, muchísimos paseos, muchísimos mensajes en los que lo hemos ido haciendo crecer sin saber muy bien, en ocasiones, hacia dónde íbamos”. Según Cortés, al principio pensaban que “tal vez sería un pliego de cordel o un cantar de ciego”. Hace décadas que se conocen y colaboran, pero hasta ahora sin una obra mayor: “Sentíamos que nos debíamos un trabajo de fuste, entre otras cosas porque a lo largo de los años hemos intercambiado muchas referencias y compartimos un universo común”, añade. “Nos dimos todo el tiempo del mundo para prepararlo y después todo el tiempo del mundo para hacerlo”, concluye Hijo, hasta llegar a la forma, un libro que se lee como una joya.