Michelangelo Antonioni cambió la historia del cine con La aventura (1960), la película que, por encima de cualquier otra, marca el nacimiento del cine moderno. Entre otras cosas porque a media narración, cuando unos amigos pasan el día en un islote, una de ellos desaparece sin que jamás se sepa cómo y por qué. Su prometido, Gabrielle Ferzetti, y su mejor amiga, Monica Vitti se pasan el resto de la película buscándola infructuosamente mientras se van acercando el uno del otro. La desaparecida en cuestión era Lea Massari, que ha desaparecido definitivamente, en Roma, a los 91 años, este 23 de junio.
Antes de convertirse en uno de los mayores iconos de la modernidad cinematográfica, Massari no había intervenido más que en tres películas. Para la primera –Proibito, de Mario Monicelli, con Mel Ferrer, en 1955–, tuvo que jurarle a sus horrorizados padres, pertenecientes a la burguesía italiana, que no iba a ser más que una sola, a modo de experiencia. Pero no fue así.
La diva de la modernidad del cine italiano, desaparecida en ‘La aventura’, ha fallecido a los 91 años
Después de La aventura, su presencia felina sería reclamada para cuatro decenas de coproducciones europeas, a caballo entre Italia y Francia, incluso en España. Carlos Saura contó con ella para Llanto para un bandido (1964), con Paco Rabal de bandolero; Mario Camus para la futbolera Volver a vivir (1968) y Antonio Isasi-Isasmendi para el thriller El perro (1977). Trabajó de manera espaciada, empeñada en mantener un nivel de calidad en sus elecciones, con cierta predilección por el cine negro y el de autor. En Francia, empezó su carrera con El montacargas (Marcel Bluwal, 1962), un extraño polar –cine negro francés–, género en el que se prodigó, estando dos veces junto a Lino Ventura y a las órdenes de Claude Pinoteau en los thrillers El silencioso (1973) y La séptima víctima (1984), su antepenúltima película, o enamorando a Alain Delon en la extraordinaria L’insoumis (Alain Cavalier, 1964), que causó polémica por tocar el muy espinoso tema de la OAS y la Guerra de Argelia.
Louis Malle, René Clément, Pierre Granier-Deferre, Michel Deville, Henri Verneuil o la mismísima Chantal Akerman fueron otros de los cineastas francófonos que marcaron su número de teléfono, aunque seguramente se la recordará mejor por la fabulosa Las cosas de la vida (Claude Sautet, 1970). Ahí era la mujer de Michel Piccoli. Al descubrir que su marido, en coma a raíz de un accidente automovilístico, había escrito una carta de ruptura dirigida a su amante, la Massari decide romperla al ver a Romy Schneider, su rival, irrumpir desesperada en el hospital.

Lea Massar en Paris
Historia del cine. En su Italia natal, también trabajó con los mejores. Hemos citado a Antonioni y Monicelli, pero también colaboró con Leone, Risi, los Taviani, Rosi y hasta dos veces con el maestro Valerio Zurlini, el gran maldito del cine italiano, con el que rodó Le soldatesse (1965) y sobre todo la inconmensurable La primera noche de la quietud (1972), con la que se reencontró con Delon, también inquieto productor, como antes con L’insoumis. Fue la más francesa de las estrellas italianas.