Radical cambio de tercio este miércoles, en la playa de Sant Sebastià de Barcelona, a cuenta de Mar i Cel, el musical de Albert Guinovart que lanzó Dagoll Dagom hace cuatro décadas y que quedó fijado en el imaginario de muchos catalanes. Después del giro internacional que dio el Clàssica a la Platja el año pasado, cuando Gustavo Dudamel dirigió a la Orquestra del Liceu en un programa de bandas sonoras de John Williams, la cita popular frente al mar de la Barceloneta ha virado este 2025 hacia lo local, con esta apuesta por el drama romántico que Àngel Guimerà escribió en 1888 y que Guinovart musicó cien años después, en 1988.

Un momento de la representación en versión sinfónica semiescenificada, anoche, en Barcelona (Mané Espinosa)
Poco antes de las 21 h, el backstage del escenario que el Liceu, la OBC y el Palau de la Música erigen cada verano en la playa de Sant Sebastià, en el marco del Barcelona Obertura y con el hotel Vela como telón de fondo, es esta vez un hervidero de cantantes y actores disfrazados de época. Hay piratas bien musculados... como para montar todo un equipo de futbol. Están a punto de recrear esa historia de un amor imposible del siglo XVII entre un musulmán que capitanea una nave pirata y cuyos padres fueron asesinados por el ejército cristiano en plena expulsión de los moriscos, y la hija del virrey de València...
Decenas de bocas se mueven entonando con épica marinera estos versos del ‘Himne dels pirates’
La Orquestra del Liceu arranca la velada con la obertura de El sueño de una noche de verano de Mendelssohn. Aún hay bañistas en el agua y un ejército de surfistas que se deja mecer por las aguas en calma: la tabla será su butaca de excepción. La arena lleva horas ocupada por el público que se hace suyo cada centímetro cuadrado con pareos, sillas de playa... hasta el sillín de las bicis sirve para acomodarse en esos 250 metros longitudinales en dirección al hospital del Mar. Son, dice la organización,unas 30.000 personas, como el año anterior.

Una vista aérea del Clàssic a la Platja mientras sonaba 'Mar i Cel'
“Por aquí hay unas nubes acercándose... no sé qué pensar”, comenta taciturno un boomer a la altura del Club Natació Barcelona. Pero no, el bochorno de la tarde no acabará en tormenta estival. La gente no habría permitido que le aguaran la gran fiesta del sinfonismo. Aquí han venido a cantar. Y esperan con paciencia el momento karaoke masivo, cuando en una de las pantallas que flanquean el escenario aparezca la letra del estribillo del Himne dels pirates , ese Broadway barcelonés que conoce el más pintado.
“Les veles s’inflaran, / el vent ens portarà / com un cavall desbocat per les ones”.
Decenas de bocas se mueven entonando con épica marinera estos versos que perviven grabados a fuego en el ADN de tantas generaciones. Pero apenas se les oye, no pueden competir con la amplificación. Guinovart, que participa del evento desde el piano, confesará que es siempre un momento emocionante: hoy más.
Cuando acaba el Himne, miles de almas aplauden agradecidas mientras unos guiris se levantan y se van, han visto que se les escapa la cosa cómplice. Otros se van porque ya se dan por satisfechos.

Una veintena de cantantes y actores de Dagoll Dagom protagonizó el musical de Guinovart, con él mismo al piano
Àngels Gonyalons y Pep Cruz van saliendo al escenario a cada paso, informando del contexto de la trama. Aquí no hay barco pirata, pero la brisa del mar ayuda a la ambientación. La obra de Guimerà habla en versos decasílabos blancos (sin rima) de la capacidad empática y de compasión de dos almas jóvenes y listas para enamorarse. Todo ello en un estilo declamatorio y enfático que tanto encaja con determinados musicales, o por lo menos en este. Más y más aplausos tras el dúo de amor entre Said y Blanca, interpretados por los guapos y talentosos Jordi Garreta y Alèxia Pascual.
Si en Gran Bretaña –la reina del musical– se ha dado ahora un curioso paso político que consiste en negar el calendario cristiano y dar otro significado a sus sílabas en aras de una neutralidad religiosa que no ofenda a miembros de otros credos –de BC y AD ( before Christ y anno domini ) han pasado a BCE y CE ( before common era y common era )–, en la playa de la Barceloneta cobra mucho sentido no olvidarse para nada de la historia y recrear la posible realidad de musulmanes y cristianos encontrando una nueva religión en el amor y la poesía, por encima de las convenciones de sus respectivas culturas.
“L’amor de Blanca no es per a mi i jo mateix l’he fet fugir!”. Violines. Piano. Ola de pasión musical. Más aplausos emocionados. Said muere de un tiro, ella se suicida con la daga... y ambos se encomiendan “al mar, al cel”.
“Esta es una historia que nos habla de la intolerancia y la incomprensión de dos mundos entre, Oriente y Occidente –cierra Pep Cruz con su voz baritonal–. Hemos de continuar esforzándonos, no podemos abandonar nunca la lucha por la paz”.
La moraleja recibe su conveniente aplauso cerrado. Y también ese adiós a todo esto de los emblemáticos Dagoll Dagom, que este domingo suben por última vez a escena para siempre jamás con la definitiva función escenificada de Mar i Cel en el Victòria. El púbico valora cada una de las sílabas de los versos que Guimerà.
Las cuatro cámaras distribuidas por el escenario se comportan de otro modo este año. La realizadora Cordelila Alegre y su ayudante Paula Alonso no estaban tan atentas a la partitura esta vez, sino “a la narrativa de lo que está pasando”. Coro y orquestra del Liceu, dirigidos por Sergi Cuenca, ceden así el protagonismo, aunque los vítores corren para todos. Más aún después del bis: el Himne dels pirates ahora sí es coreado por miles de voces, imposible calibrar cuántas. Y con un nudito en la garganta va desfilando la gente. Hoy más, con la OBC y el Orfeó Català.