Ya nos hemos acostumbrado de sobras a la expresión expat , término que distingue a los inmigrantes pobres, con frecuencia racializados, de aquellos otros extranjeros con estudios superiores y elevado poder socioeconómico que vienen instalándose en España atraídos por los precios, el clima y un estilo de vida más relajado. En Barcelona, ya se cuentan por más de 100.000 los nómadas digitales cuyo equipaje, cargado de talento y dinero, destempla el mercado del alquiler y gentrifica los barrios. Pero el cuadro general muestra fisuras: entre los guiris de renta alta y los de la supervivencia, aún se extiende otra capa difusa de extranjeros que no se adscriben ni a una categoría ni a la otra. Son jóvenes en busca de experiencias, aventura, o un simulacro de porvenir; quizá se diferencian de los más pobres en que aún disponen de una playa adonde regresar. No sé. A la que empiezas a poner etiquetas, la fastidias.
El caso es que a veces los libros se confabulan, y vengo de enlazar un par de lecturas que retratan Barcelona en escorzo, dos obras de autores latinoamericanos: Manuel de Sousa (Caracas, 1975) y Paulina Flores (Santiago, Chile, 1988). En el caso del primero, Barnafernalia (Íbera) contiene una gavilla de poemas, viñetas y retratos escritos por “un bárbaro-epicúreo venido de una ex capitanía general de Indias”, un compendio de “deconstrucciones” que parecen los picotazos de un tábano fastidioso. Sobre el barrio del Poblenou, otrora el Manchester catalán, escribe: “Pobre Nou, economía circular / de menús con sobreprecio, / arroz con sepia malo y mustias / camareras con cara de ano”. Sus habitantes parecen, parecemos, “obedientes y ariscos, como ásperos / protestantes sin las traducciones / de Lutero”. El autor se aproxima a la ciudad entre el repelús y cierto enamoramiento romántico de su “embriaguez cubista”. Irrita e invita a reír. A veces conviene que alguien agite el plato donde comes la sopa tibia de galets .
A veces conviene que los libros agiten el plato de sopa tibia del que comes
Por Barnafernalia pululan becarios de perfil bajo apiñados en habitaciones miserables, un acuario muy parecido a la pecera en la que nada Javiera, la protagonista de la novela de Paulina Flores, La próxima vez que te vea, te mato (Anagrama). Javiera, una estudiante chilena con un permiso de residencia limitado, busca piso para compartir, pero la rechazan en dos ocasiones por sudaca ; pronto descubrirá que resulta más fácil buscar el amor (o un sucedáneo) que un trabajo o un alquiler asequible. Se ha hablado de la obra como un thriller poliamoroso, y ese es el motor narrativo: la desorientación de una joven (tal vez de una generación entera) en el bosque de las relaciones afectivas en la posmodernidad. Aun así, el gran hallazgo del libro es la fotografía del paisaje, el reflejo de una ciudad envuelta en una aura ruinosa pero burbujeante a su vez. Barcelona resulta decrépita, “pero en una época tan obsesionada por el éxito, ser decadente es un lujo”. Lo peor que puede sucederle a la protagonista es que la confundan con una turista.