La Fundació Joan Miró muestra la importancia del arte norteamericano para el artista

Arte

La exposición ‘Miró y Estados Unidos’ culmina las celebraciones del 50.º aniversario del museo

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FOTO ALEX GARCIA EXPOSICION MIRO Y LOS ESTADOS UNIDOS EN LA FUNDACION JOAN MIRO 2025/10/09

'Listening one', de Louise Bourgeois, de 1947, delante de 'Las tres majestades' de Miró, de 1974

Àlex Garcia

Quizá Joan Miró no sería Joan Miró sin haber ido a París, ni por lo que aprendió ni por el reconocimiento recibido allí, sin embargo, ¿cómo habría sido su obra sin estar en contacto con la pintura norteamericana? Esta es una de las preguntas que intenta responder Miró y Estados Unidos, la nueva exposición de la fundación, que culmina la celebración de su 50.º aniversario con una muestra que sigue las que los últimos años lo han puesto en relación con Paul Klee, Henri Matisse y Picasso.

La nueva exposición –hasta el 22 de febrero– traza el relato de la influencia bidireccional entre el pintor catalán y muchos de sus contemporáneos estadounidenses ya desde que en 1926 se exponen en Nueva York dos obras suyas, Le renversement i Pintura, que por primera vez se pueden ver juntas aquí. Como explica el director de la fundación, Marko Daniel –comisario con Matthew Gale y Dolors Rodríguez Roig, en colaboración con Elsa Smithgall, de The Phillips Collection, que la llevará a Washington el año que viene–, Miró llega a EE.UU. “en el contexto político de la represión franquista en España, y allí entra en conversación con todos estos artistas, hablan y se escuchan”. Para el artista, Estados Unidos representó “posibilidades, libertad, democracia y esperanza, valores que hoy necesitamos más que nunca”.

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La nómina de los 49 artistas –a los cuales habría que sumar a Josep Lluís Sert, ya que “es gracias a su edificio que podemos establecer estos vínculos entre los artistas”, asegura Daniel– es espectacular, con un total de 138 obras, de algunos de los grandes creadores del siglo XX como Louise Bourgeois, Alice Trumbull Mason, Lee Krasner, Grace Hartigan, Janet Sobel, Helen Frankenthaler, Joan Mitchell, Maya Deren, Michael Corinne West, Perle Fine o Peter Miller. Y es que la exposición ha querido destacar que en un tiempo en que los nombres masculinos dominaban el mundo del arte, Miró influyó y fue influido por muchas mujeres, algunas de las cuales, como Miller, incluso se cambiaron el nombre para despistar a la crítica. Con algunas artistas como Alice Trum­bull Mason se conocieron en el Atelier 17 –el taller de grabado que Stanley William Hayter inauguró en París y en 1940 llevó a Nova York–, y, como recuerda Rodríguez Roig, durante un tiempo fueron vecinos de taller.

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Una de las salas refleja la gran relación entre el artista catalán y Alexander Calder

Àlex Garcia

Pero artistas hombres también hay representados, claro, y no son precisamente insignificantes, como Alexander Calder –se conocieron en 1928 y fueron amigos para siempre, intercambiándose obra y enriqueciéndose artísticamente–, Salvador Dalí –en 1941 el MoMA dedica una retrospectiva independiente a cada uno, y lo hace al mismo tiempo–, Marcel Duchamp, Mark Rothko, Robert Motherwell, Jackson Pollock, Wifredo Lam, Roberto Matta o Willem de Kooning. Algunos de ellos no son norteamericanos, pero o bien son compañeros de viaje o por avatares de la vida forjaron buena parte de su carrera en EE.UU.

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'Las estaciones', de Lee Krasner, prestada por primera vez por el Whitney Museum, es una de las grandes obras de la exposición

Àlex Garcia

Matthew Gale explica que “Miró cruzó el Atlántico seis o siete veces entre 1947 y en 1968, y su conversación con otros artistas es artística, porque ni él aprendió inglés, ni muchos de los artistas hablaban castellano, y mucho menos catalán”. La influencia fue recíproca: si en 1970 aseguró que “fue realmente la pintura americana la que me inspiró”, y en alguna ocasión había citado nombres como Baziotes, Rothko o Motherwell, estos mismos artistas también se declararon influidos por el catalán.

La exposición muestra el desplazamiento del centro de gravedad del arte de París a Nueva York, una ciudad que dio un nuevo empuje a Miró y al mismo tiempo hizo su obra todavía más internacional e innovadora.

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