Francia continúa conmocionada por el asalto en el Museo del Louvre del pasado domingo que ha supuesto el robo de joyas de la colección de la corona francesa. Las nueve piezas preciadas, de un valor incalculable, fueron sustraídas después de que los ladrones reventaran las vitrinas y se marcharan por donde habían llegado.
Los cuatro delincuentes, desaparecieron en moto solo siete minutos después del inicio de la operación en el centro de París, están en busca y captura, mientras el Estado francés confía en recuperar los bienes lo antes posible. En su huida, perdieron una parte del botín (la corona de la emperatriz Eugenia de Montijo, que resultó dañada), pero las otras joyas siguen desaparecidas.

Diadema de la emperatriz Eugenia
Compuesta por 212 perlas, incluyendo 17 de estilo pera, y 1.998 diamantes. Esta espectacular diadema de perlas de Gabriel Lemonnier fue encargada por Napoleón III en 1853 como regalo de bodas a su esposa, Eugenia de Montijo. Cuando Napoleón y Eugenia se exiliaron a Inglaterra, la tiara fue devuelta al Estado francés, propietario de las piedras. En 1887, durante la Tercera República de Francia, Tiffany & Co la compró, volvió a ser revendida en 1890 y comprada por Albert, el príncipe von Thurn und Taxis como regalo de boda para su futura esposa. La tiara permaneció en la familia hasta que en 1992 volvió a subastarse y fue comprada por Amigos del Louvre.

Diadema de la reina Amalia y la reina Hotensia
Está formada por cinco elementos articulados, cada uno rematado por un gran zafiro: en total, tiene 24 zafiros (10 de ellos muy pequeños) y 1.083 diamantes. La joya, modificada a lo largo del tiempo, fue llevada sucesivamente por la reina Hortensia, la reina María Amelia e Isabel de Orleans. Permaneció en la descendencia de los Orleans hasta 1985. A pesar de los retratos de estas mujeres ilustres luciendo este aderezo, sus orígenes siguen siendo misteriosos. Tanto el comitente como el autor son desconocidos, pero este conjunto constituye un valioso testimonio de la joyería parisina.

Los pendientes de zafiros de la reina María Amelia y de la reina Hortensia
Un botón compuesto por un pequeño zafiro rodeado de diamantes, un colgante con una brioleta de zafiro rodeada de brillantes; cincuenta y nueve diamantes. El conjunto total estaba originalmente compuesto por una diadema, un collar, un par de pendientes, dos pequeños broches y uno grande, un peine y dos pulseras (no conservadas en las colecciones del Louvre). Todas estas joyas están adornadas con zafiros de Ceilán en su estado natural, es decir, sin calentar para modificar su color, como se hace hoy en día en joyería. Los zafiros están rodeados de diamantes resaltados en monturas de oro.

El collar de zafiros de la reina María Amelia y de la reina Hortensia
El collar está formado por ocho zafiros de diferentes tamaños y 631 diamantes; los eslabones son articulados, lo que demuestra un alto nivel técnico en la joyería parisina de la época.

El gran lazo de corsaje de la emperatriz Eugenia
Pertenece al ajuar de Emperatriz Eugenia de Montijo (esposa de Napoleón III).

El collar de esmeraldas de la colección de la emperatriz María Luisa
El collar está compuesto por 32 esmeraldas (10 de ellas en forma de pera) y 1.138 diamantes (874 brillantes y 264 rosa). La esmeralda central pesa 13,75 quilates métricos. Para su matrimonio con la archiduquesa austriaca, el 2 de abril de 1810, Napoleón encargó a la casa Nitot dos suntuosos aderezos: uno de esmeraldas y diamantes, y otro de ópalos y diamantes; ambos estaban destinados a formar parte del joyero personal de la joven emperatriz, a diferencia de los dos deslumbrantes aderezos de diamantes y de perlas y diamantes, o de los aderezos de menor valor, como el de oro y mosaico (Museo del Louvre), también suministrados al mismo tiempo por el mismo joyero, pero inscritos en el inventario de los diamantes de la Corona. Cuando María Luisa abandona París el 29 de marzo de 1814, se lleva consigo todos sus aderezos; sin embargo, debe devolver los diamantes de la Corona al emisario de los Borbones, aunque conserva sus joyas personales. Lega el aderezo de esmeraldas a su primo Leopoldo II de Habsburgo, gran duque de Toscana, cuyos descendientes lo conservan hasta 1953. En esa fecha, fue cedido al joyero Van Cleef & Arpels. Las esmeraldas de la diadema fueron entonces vendidas una a una; una rica coleccionista estadounidense la compró, hizo engastar turquesas en lugar de las esmeraldas y la legó a la Smithsonian Institution en 1966. El peine fue transformado. El collar y el par de pendientes, afortunadamente, se conservaron en su estado original y pasaron a formar parte de las colecciones del Museo del Louvre en 2004, gracias al Fondo del Patrimonio y a la Sociedad de Amigos del Louvre.

Pendientes de esmeraldas de la colección de María Luisa:
Contienen 2 esmeraldas en forma de pera (total 45,20 quilates), 4 esmeraldas adicionales y 108 diamantes.

La corona de la emperatriz Eugenia
Contiene más de 1.300 diamantes y 56 esmeraldas. Durante la huida, los ladrones perdieron esta pieza, por lo que las autoridades han podido recuperarla.

El 'relicario'
El propio Louvre no ofrece mucha información sobre esta pieza, pero se sabe que pertenecía a la reina María Luisa.


