Descubrí al filósofo Emanuele Coccia en una actividad de la Escola Europea d’Humanitats en el Palau Macaya. Hablaba de su libro Metamorfosis que cuenta un montón de cosas interesantes y provocativas sobre las relaciones entre humanos y otras especies. Afirma que toda vida es la misma vida, que va pasando de uno a otro. La oruga y la mariposa: un mismo ser con dos formas distintas. La mujer gestante: durante meses madre e hijo comparten los mismos átomos, el cuerpo no pertenece en exclusiva a ninguno de los dos. También dice que somos más antiguos que nuestro cuerpo: un zoológico biodiverso que va asimilando sin parar vidas y cuerpos. Comer significa fusionarse con otros seres vivos. La vida, insatisfecha de la forma que tiene, pasa de un gusano a un pollo y de un pollo a una persona.
El filósofo Emanuele Boccia
Desde entonces cada vez que encuentro a Coccia en los papeles leo a ver qué dice. Un día, para defender la idea antiespecista, afirma que en las ciudades debería haber vacas y monos: así nos acostumbraríamos a convivir con otros seres vivos. Otro día expone que no existe fundamento filosófico alguno para considerar una determinada especie como especie invasora. Por lo que vi el día de la Escola Europea d’Humanitats es un filósofo tímido. La timidez contrasta con estas ideas tan contundentes. La novedad es que -según cuenta en un artículo reciente- lo han echado del piso donde vivía. Un amigo le ha dejado un apartamento muy agradable. A los pocos días le entran a robar y le quitan el ordenador, con un libro prácticamente terminado. Es la segunda vez que le pasa. Coccia no es como un servidor, que a la que he escrito tres párrafos, los mando a los amigos, que deben estar de mi hasta el gorro. Coccia escribe para él solo hasta el momento de editarlo: nadie tenía copia del libro perdido.
A los pocos días le entran a robar y le quitan el ordenador, con un libro prácticamente terminado
En lugar de deprimirse Coccia está, no diré contentísimo, pero satisfecho con la pérdida. Tiene la teoría, que ya le he leído otras veces, de que estamos demasiado atrapados por el pasado y que así no vamos a ir a ninguna parte. Que tenemos que soltar lastre. Si la montaña no está tan verde y húmeda como antaño de nada sirve lloriquear. Tomemos lo que hay, tal como está, y empecemos de nuevo.
Dice que la cultura europea está demasiado pendiente de la patrimonialización, que se ha convertido en el único criterio. No construimos porque nos obsesionamos en conservar monumentos y el futuro es una nota a pie de página. Es el momento de olvidar el pasado, de perderlo voluntariamente, que no nos sepa mal dejarnos robar por los vecinos. ¿Obsesionados con la conservación del pasado? ¿Pendientes del patrimonio? No parece que Coccia se moviera mucho por Barcelona el día aquel. De verdad, venga, que le gustará.
(Terminada esta columna, no la guardé bien y desapareció del sistema del diario. He podido recuperarla porque la mandé enseguida a unos amigos).

