A la escritora rumana Corina Oproae, afincada en Catalunya, su hija pequeña le preguntó un buen día: “Mamá, ¿de dónde cayó el comunismo?”. Aquella interpelación tremenda no solo desembocó en novela, sino que también la inspiró para enlazar interesantes reflexiones en la conversación que mantuvo el jueves con la autora búlgara Kapka Kassabova en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), dentro del festival Kosmopolis. Ya van por la 13.ª edición.
Un acierto juntarlas. Nacieron el mismo año (1973), ambas en países de la órbita comunista, las dos empezaron publicando poesía, y tanto la una como la otra se exiliaron de la lengua materna para adentrarse en las selvas literarias con el machete de otro idioma (igual que Agota Kristof, Nabokov o Milan Kundera). Si la rumana Oproae respondió a la pregunta–trabuco de su hija a través de la novela La casa limón (premio Tusquets 2024), sobre su niñez durante el desmoronamiento del régimen de los Ceaușescu, su colega Kassabova ha echado mano de la hibridación de géneros en Frontera (Armaenia/Comanegra), un viaje de regreso al país de su infancia, en concreto a Tracia, en la península de los Balcanes, una región muy boscosa, fantasmagórica y devastada donde colindan Bulgaria, Grecia y Turquía. Durante décadas, militares, exiliados, contrabandistas de bienes y personas, curanderas y cazatesoros grabaron sus nombres en la corteza de los árboles, en caracteres cirílicos o helénicos.
Kosmopolis ahonda en la volatilidad de las fronteras, las geográficas y las virtuales de la IA
De alguna manera, como subrayó Jordi Nopca, moderador del diálogo, el escritor está obligado “a mirar allí donde duele”, a la tarea de atravesar las catástrofes privadas y colectivas, tal y como han hecho ambas autoras, bien desde la introspección (Oproae), bien proyectándose en el paisaje (Kassabova). ¿Algo rescatable de aquellas infancias bajo el socialismo? Se leía bastante entonces. También, el aprendizaje de observar el mundo desde un lugar no demasiado cómodo.
“Ojalá te toque vivir tiempos interesantes”, reza la antigua maldición china que parece habernos caído encima, a tenor de la espiral de acontecimientos que viene girando sobre sí misma en los últimos 40 años: la implosión del imperio soviético y sus fronteras, el fin de la guerra fría, este multilateralismo de volverse majareta y la eclosión de internet y la inteligencia artificial (IA), asunto este último que nos tiene reconcomidos en el cuartelillo. Los bomberos de la brigada Fahrenheit 451, lo mismo que Miquel Cabal Guarro, finísimo traductor del ruso, flipamos con ese robot que está recogiendo la cosecha de manzanas en El Poal (Lleida) con la asistencia de drones. ¿Nos arrebatarán las máquinas el jornal? El caso es que Cabal ha participado en un oportuno seminario acerca del impacto de la IA generativa sobre los derechos de los escritores, también en Kosmopolis, donde otro traductor y ponente, Yannick Garcia, comparó la herramienta virtual con “un cocodrilo en la habitación” al que le vas echando carnaza sin saber si un día se te zampará el dedo, el brazo o tu entera mismidad, ay. De hecho, la alimaña ya afecta el trabajo de los intérpretes: ahora se estila que el engendro traduzca contratos empresariales, sentencias jurídicas y manuales de electrodomésticos, para que luego un humano supervise el resultado; con las tarifas rebajadas, of course . En la mañana ventosa y limpísima del jueves relumbró algún destello de esperanza, de la mano de Mercedes Morán, abogada experta en propiedad intelectual, y la escritora Gemma Lienas, quien subrayó que la tecnología carece de “voz narrativa y emociones”. Tampoco ella está dispuesta a renunciar a la ética.
Corina Oproae, Jordi Nopca y KapkaKassabova, en el festival Kosmopolis
Salimos cabizbajos pero peleones. En el fondo, la cuadrilla del Fahrenheit pertenecemos a la combativa resistencia analógica, que apuesta por la carne y el hueso, lo mismo que Enrique Gracián, licenciado en Exactas, docente y divulgador científico, quien debuta como novelista con El valle (Grijalbo). La presentó el martes en la librería +Bernat, vestido con una camiseta estampada con la tabla periódica (hidrógeno, helio, litio, berilio…) y la compañía del editor y novelista Toni Hill. No nos dejan contar demasiado de la trama, diseñada con precisión matemática, salvo migajas incitantes: un valle encerrado en sí mismo, trenes a vapor y una historia de amor. Acudió la hija del autor, la cantante y compositora Julieta, full romance a tope.

