Un mascarón de proa es puro simbolismo y viene a ser el alma de una embarcación o, con suerte, una obra de arte, caso de Lluís Ventós, artista plástico y apasionado de la mar salada, que ha atrapado en 26 obras el espíritu de otras tantas naves y sus mascarones. Unas terminaron en tragedias, otras dieron felicidad o delirios y alguna, como el Carmen Flores , naufragó por la corrección política (hoy es el pailebote rebautizado Santa Eulàlia , gloria del Museu Marítim de Barcelona y ejemplo de una traición ).
“He querido meterme en la piel de los barcos y no al revés”, explica Ventós en la Sala Parés de la barcelonesa calle Petritxol, donde la exposición Mascarons permanecerá abierta hasta el 29 de noviembre.
La pieza Carmen Flores tiene tela marinera. Es el nombre de un mercante construido en Torrevieja en 1918 que tuvo también usos militares y de rescate submarino. El navío, en mal estado, fue adquirido en 1997 por el Museu Marítim, después de que activistas de la Crida incendiasen la réplica de la carabela Santa María de Colón en 1992, ocurrencia muy jaleada y, al parecer, patriótica, si bien se trataba de una atracción turística para los barceloneses y principal fuente de ingresos del Museu Marítim de Barcelona.
La institución buscó otra nave de postín, que hubiera navegado –no como la carabela, construida para una película–, y dio con el Carmen Flores . Tras la restauración, el Museu le cambió el nombre –algo poco marinero– en favor de Santa Eulàlia , el pailebote. Al artista, la peripecia le hincha la vena rebelde. Se llama indignación. “Ahora disfruto de la libertad de salir del armario de todo, sin necesidad de quedar bien con nadie”, responde a la pregunta de si la exposición tiene ideología.
El Museu Marítim rebautizó el mercante ‘Carmen Flores’ como ‘Santa Eulàlia’ por la corrección política
Cada obra, cada mascarón, posee su leyenda y sus misterios. Algunos recrean travesías ambiciosas como la del Endurance , el barco de Shackleton que se quedó atrapado por el hielo en ruta a la Antártida en 1915. O el infausto Erika , el petrolero maltés que causó una marea negra en Bretaña en 1999. Otra obra está dedicada a la Kont-Tiki , la balsa más famosa del siglo XX, en la que Thor Heyerdahl ganó la Polinesia en el año 1947.
Las 26 obras mezclan madera, metal, geometría, vientos y silencios, moldeados por Lluís Ventós en gratitud a la mar, que tantos amigos, compañía y buenos ratos le ha dado al artista, con refugio en un punto privilegiado de El Port de la Selva.
La exposición contiene mucho sentimiento, expresado con la sencillez marca del artista. En ese apartado, destacan el Pepe , una ibicenca de 3,20 metros con la que descubrió la pesca y la vela latina, el Aleluya , una barca del abuelo de Ventós inspirada en la de Hemingway en Cuba (la construcción se demoró tanto que esa expresión, espontánea, al recibirla bautizó la barca), el Argonauta , velero de Lluís y Amparo, su esposa, al que nunca osaron cambiarle el nombre, y el falucho Jonc del amigo Ciset , un pescador con el que salía a la mar y después lo cocinaba en el restaurante de Ciset en El Port de la Selva, un mascarón, pues, salitre y sofrito.
La navegación no es ajena al mal. Ahí está la pieza dedicada al Batavia , un buque comercial neerlandés cuyo comandante provisional, Cornelisz, cometió mil tropelías y terminó ejecutado tras su mando sanguinario y sádico (abandonó incluso a un grupo de tripulantes en un islote en Oceanía con la intención de que murieran lentamente de hambre). La obra a la épica se la lleva Victoria , en honor a la primera nave que dio la vuelta al mundo mientras la travesía diezmaba a la tripulación y encumbraba a Juan Sebastián Elcano.
Cada pieza honra una nave, desde la fatídica ‘Batavia’ a la ‘’Joven Dolores’, que unía Eivissa y Formentera
Habiendo tantas embarcaciones con nombres femeninos, Ventós dedica un mascarón a aquellas adolescentes que alegraban la ruta marítima Eivissa-Formentera, a bordo del Joven Dolores , en servicio ininterrumpido desde 1965 hasta su desguace en el 2005. Un mascarón, sí, pura nostalgia.
