Veinte años entrevistando premios Nobel de Literatura por todo el planeta dan para mucho. Lo más visible son las treinta entrevistas que este libro recoge, y el relativo honor de ser el periodista que ha conversado con el mayor número de laureados por la Academia Sueca. Más allá de estos encuentros, he intentado también comprender el funcionamiento del mayor galardón literario del mundo, hablando con los académicos que componen el jurado, consultando las actas desclasificadas -que se guardan en secreto durante cincuenta años- e investigando los claroscuros que llevaron a la suspensión del premio en el año 2018.
Los premios fueron creados por Alfred Nobel (1833-1896) en su testamento. El inventor de la dinamita sentía la necesidad de contribuir al bien de la Humanidad por los remordimientos que le causaba el uso destructivo que se hacía de su creación. En las categorías que creó, reservó un lugar eminente para distinguir la calidad literaria de un autor. La mención a que se debía tener en cuenta a aquellos que “hayan causado el mayor beneficio a la humanidad en el sentido ideal” ha motivado que los valores morales y políticos de cada tiempo hayan tenido cierta traslación en el veredicto, sobre todo al principio. En su despacho de la Academia Sueca, Mats Malm, su secretario permanente, me lo sintetiza de este modo: “El premio nunca es político pero en ocasiones tiene efectos políticos”.
De 1901 a 1919, se identificó el ‘idealismo’ con valores cristianos clásicos, lo que provocó el rechazo de candidatos como Tolstói (por ‘fatalista’) o Zola (por su ‘rudo cinismo’). La primera guerra mundial provocó que el jurado se cuidara de no romper la neutralidad de su país, emitiendo veredictos que no pudieran despertar la hostilidad de los bandos enfrentados. Los españoles Benito Pérez Galdós y Àngel Guimerà fueron rechazados el primero por la iracunda campaña política desatada contra él en su cainita país de origen y el segundo “para no exacerbar al nacionalismo castellano”. En los 30, se produjo una apertura hacia la literatura popular. Tras la segunda guerra mundial se valoró especialmente la innovación, a aquellos que habían abierto caminos, con nombres como Gide, Eliot o Faulkner. En 1965, las actas sobre la concesión al estalinista Shólojov aluden a la importancia de congraciarse con la URSS tras el desaire de Pasternak en 1958 y, en 1970, lo gana Alexander Solzenitsin, el gran disidente soviético. Muchos años después, tras las enormes protestas de China por el premio al disidente Gao Xingjian (2000), el jurado optó por Mo Yan en el 2012 en un debate en que se argumentó la “asignatura pendiente” de “reflejar la visión de la China del interior”. A Jorge Luis Borges, en 1962, se le reconoció como “maestro del relato corto” pero los jueces se emplazaron a ver su obra posterior, “tal vez una novela”. En 1967, el argentino estuvo a punto de obtenerlo compartido con Miguel Ángel Asturias pero se creyó, con acierto, que darlo doble sería “un deslucimiento”. En el debate de 1979, se afirmó, según ha recordado algún asistente, que “sus impulsivos actos de apoyo a las dictaduras le hacen inapropiado al premio por razones éticas y humanas”. Justamente, Pablo Neruda, ganador de 1971, había sido rechazado en años anteriores a causa de su estalinismo pero en esta ocasión los defensores del chileno arguyeron que la política no es importante en una obra que alude a “la naturaleza, lo elemental, las cosas concretas” y que Neruda se distanció del dictador soviético, sintiéndose “engañado”. El premio de 1977 a Vicente Aleixandre supuso un reconocimiento a la nueva democracia española, de tal modo que algunos académicos pidieron compartirlo con Rafael Alberti “para que no se entienda como una distinción al exilio interior de España frente a los que se fueron al extranjero”, solución que fue descartada por ser Alberti “más superficial, popular y menos profundo”. El catalán Salvador Espriu fue considerado como candidato pero no pasó a la siguiente fase al no llegar a tiempo el preceptivo informe del experto, que se había solicitado a Josep M.Castellet. Solo dos autores han rechazado el premio: Boris Pasternak, en 1958, por presiones del gobierno de la URSS, y Jean-Paul Sartre en 1964, por no querer ser institucionalizado como escritor ni formar parte del sistema. Pero un rechazo del Nobel es un brindis al sol: aunque el autor no lo quiera su nombre se inscribe inexorablemente en el palmarés del Olimpo literario. El gesto de rechazarlo impide, eso sí, el cobro del aproximadamente millón de euros con que está dotado.
De todos los premios Nobel que se conceden, el de Literatura es el único cuyo jurado son los propios miembros de la Academia Sueca, reconocidos expertos en lengua y literatura. No cualquiera puede proponer un candidato. Solo los propios académicos, los ganadores de otros años, los profesores universitarios y los pares de la Academia Sueca, es decir, miembros de instituciones análogas en otros países. Anders Olsson preside el Comité Nobel, encargado de todo el proceso de candidaturas y la confección de informes. En un encuentro en la sede de la Academia, me cuenta que “ha habido, ciertamente, furibundas campañas a favor y en contra de candidatos en determinados momentos de la historia del premio pero desde que yo estoy aquí, en el 2008, no he tenido noticia de ello. Si me pregunta, le diré que el premio a Churchill en 1953 probablemente fue un error, se basó mucho en criterios políticos. Actualmente, sucede al revés, los méritos literarios se imponen sobre todo lo demás, como se vio con Peter Handke en el 2019, donde se produjo un conflicto entre, por un lado, sus valores políticos y morales y, por el otro, su innegable valía literaria. Se produjo una presión muy fuerte para que tuviéramos en cuenta elementos no literarios. Y es muy necesario, creo, que la Academia resista estas presiones, mantenga su integridad y valore ante todo la calidad literaria del candidato”.
El funcionamiento del mecanismo es el siguiente: “Recibimos candidaturas de todo el mundo, alrededor de unas doscientas, hasta el 1 de febrero. El Comité Nobel se va reuniendo frecuentemente para ir reduciendo esa lista a unos 20 nombres a mediados de abril. Y, a finales de mayo, ya tenemos la lista corta de tan solo cinco nombres. Esos cinco autores son los que el total de los académicos vamos a leer intensamente. El Comité Nobel no es un jurado estrictamente sino que somos seis miembros de la Academia, que van cambiando cada tres años, y preparamos la lista para que el jurado, compuesto por todos los académicos (18), la valore. Cuando los conocimientos propios no son suficientes, consultamos a expertos de todo el mundo, como sucedió en 1968 con el japonés Yasunari Kawabata. En los últimos años, el papel de los expertos es más sistemático y, así, contamos con diez personas en diferentes áreas del planeta que nos informan periódicamente de lo más destacado que sucede literariamente en sus zonas”.
Las mujeres están infrarepresentadas en la tabla de ganadores. Hasta los años 90 no hubo una voluntad decidida de “corregir las injusticias históricas”, revisar deliberaciones con candidatas de años anteriores y celebrar las autoras que cantan “la épica de la condición femenina” como Nadine Gordimer en 1991. En la primera década del siglo XX hubo solo una ganadora, en los años 10 no hubo ninguna, en los 20 dos, en los 30 una, en los 40 una, en los 50 ninguna, en los 60 una, en los 70 y en los 80 ninguna. El cambio fue en los 90, en los 2000 y los 2010, cuando se subió a tres por década, cifra aún pequeña pero que en lo que llevamos de años 20 ya se ha igualado con Louise Glück (2020), Annie Ernaux (2022) y Han Kang (2024). La propia Academia Sueca ha pedido disculpas por los comentarios displicentes sobre Virginia Woolf de los jurados de la época. Actualmente, de los 17 miembros de la institución (hay una vacante), seis son mujeres.
La reportera Matilda Gustavsson encontró a 18 mujeres (la punta del iceberg) que habían sufrido abusos sexuales y acoso por parte de Arnault, estrecho colaborador de la Acadmeia Sueca”
En los años 80 surgió el interés de la Academia por el continente africano, y la aspiración de representar realmente a todos los rincones del mundo, con el nigeriano Wole Soyinka (1986) y el egipcio Naguib Mahfuz (1988) como premiados. Asia, en los 90, contó con Kenzaburo Oé (1994), siguiendo la puerta abierta por Kawabata en 1968. Académicos en activo remarcan su voluntad de ampliar el mapamundi de los premiados, para lo que intensifican los viajes y contactos, mientras que otros se quejan porque las traducciones del japonés o chino “no dejan de ser aproximaciones” y se tienen que fiar mucho más del parecer de los expertos.
El premio Nobel despierta pasiones, también entre los jurados, que han sufrido profundas divisiones por no premiar, por ejemplo, a Salman Rushdie en tiempos de la fatwa, o por haber distinguido a Orhan Pamuk, Elfriede Jelinek, Bob Dylan o Peter Handke. Algunas de estas discrepancias se saldaron incluso con dimisiones. En 1974, que el premio recayera en dos miembros de la propia Academia levantó numerosas críticas.
Pero ninguna polémica como la causada por el fotógrafo y gestor cultural Jean-Claude Arnault. El #MeToo sueco implicó a la Academia y obligó a la suspensión del premio en el 2018 (al año siguiente, se concedieron dos, el retrasado a Olga Tokarczuk y el nuevo a Peter Handke). Tuvo que intervenir el mismísimo rey de Suecia –de quien depende la institución- y se tomaron medidas como incluir (durante aquellos turbulentos dos años) a gente externa en el Comité Nobel. Todo empezó con un reportaje. Björn Wiman, redactor jefe de Cultura del diario ‘Dagens Nyheter’, me explica, en un despacho de la redacción de su medio, cómo su reportera Matilda Gustavsson estuvo investigando el caso durante semanas: “Encontró a 18 mujeres que habían sufrido abusos sexuales y acoso por parte de Arnault, esposo de la poeta Katarina Frostenson, una de las académicas, y director del Forum, una institución cultural que tenía convenios con la Academia. Lo escandaloso, para todos los suecos, fue saber que la institución lo sabía y no hizo nada al respecto”.
Gustavsson me recibió en su apartamento de Estocolmo. Allí me contó cómo empezó a indagar entre los asistentes a “las maravillosas fiestas” del Forum, el club-institución, con sede en un sótano, que dirigían Arnault y Frostenson, que organizaba conciertos, exposiciones, seminarios, publicaba libros... “Saqué un primer reportaje, con testimonios de 18 mujeres… y eso era solo la punta del iceberg. Me empezó a llamar mucha más gente. Arnault y su banda de amigos, alguno académico, eran un poder fáctico cultural, se aprovechaban de los sueños de todas aquellas jóvenes interesadas en tener una carrera artística en Suecia”. Gaspar Cano, que fue primer director del Instituto Cervantes en Estocolmo, acudía a aquellas fiestas: “El matrimonio Frostenson-Arnault era lo máximo, eran los dueños de una institución cultural de élite”.
Con retraso, lo cierto es que la Academia Sueca ha hecho limpieza. El rostro que la encarna es Mats Malm, académico desde el 2018 y secretario permanente desde el 2019. Ser miembro de la Academia es un cargo vitalicio y, para conseguir que Frostenson la abandonara, se tuvo que llegar a un pacto que implicaba una pensión mensual y subvenciones al alquiler para la dimisionaria. La justicia también actuó, enviando a Arnault a la cárcel por violación. Actualmente, ha vuelto a su casa tras cumplir condena.
En otro orden de cosas, se descubrió que Arnault recibía filtraciones de los cinco nombres finalistas y, en algunos casos, del ganador, antes de que se hiciera público. “Eso antes era normal -sonríe el periodista Wiman-, hace cincuenta años mis colegas predecesores en este trabajo recibían el nombre del ganador un día antes para que pudieran preparar bien sus artículos pero, con el tiempo, se fue haciendo todo cada vez más secreto”. La subida en las casas de apuestas del nombre ganador durante los días previos al veredicto, en los años de intensa relación de Arnault con la Academia, hizo saltar nuevas alarmas: no solo se trataba de un caso de abusos sexuales.
Con J.M.G. Le Clézio en Cartagena de Indias
Robin Olenius, jefe de comunicación de Betsson, una de las casas de apuestas que más interés dedica al premio Nobel, me explica, en la sede de su empresa, que “realizamos una lista de nombres previa con datos que recopilamos de expertos, informaciones de los medios, comportamientos y datos de los últimos años… y al final es la gente que vota”. Para evitar, precisamente, que nadie se haga rico con ello “hemos bajado mucho la cantidad que se acepta como apuesta máxima, queremos que apostar por el Nobel sea una diversión entre amigos, no otra cosa”. Se muestra “orgulloso de que el ganador suele estar entre los 10 o 15 primeros de nuestra lista pero, ojo, hay años en que ni ha aparecido en ella”.
La Academia ha perfeccionado en los últimos años sus mecanismos para mantener el secreto de las deliberaciones, hasta el punto de que la decisión final se toma el mismo día que se hace pública.
Pese a todo el ruido de las polémicas, leer las actas de las deliberaciones muestra que los argumentos literarios y artísticos son muy predominantes en las discusiones. Gracias al premio Nobel, autores como Olga Tokarczuk, Abdulrazak Gurnah o Han Kang gozan de una proyección gigantesca que no tenían anteriormente. Pese a las polémicas, la independencia de la Academia Sueca es algo a prueba de bombas y basta leer las entrevistas que siguen para valorar la benéfica labor de los jurados.
Siendo ciertas algunas clamorosas ausencias, se le puede dar la vuelta al argumento: resulta imposible hablar de los mejores escritores del mundo sin hacer referencia a los laureados por la Academia Sueca”
Este libro debe mucho al fotógrafo Kim Manresa, con quien tuvimos la idea en el 2005 de iniciar una serie en la que recorriéramos el mundo entrevistando a los premios Nobel. Además de la amistad y multitud de anécdotas compartidas, nos une la misma manera de entender el periodismo, visto como una manera de llegar al fondo de los temas y de los personajes, algo que, en tiempos de superficialidad y redes sociales, siguen permitiendo las grandes cabeceras de la prensa escrita o algunas productoras audiovisuales. En diferentes etapas de este proyecto, hemos publicado libros, filmado reportajes y realizado exposiciones que recogen nuestro trabajo conjunto, resultando especial para nosotros ‘Rebelión literaria’, la muestra que pudo verse durante un año en el Museo Nobel de Estocolmo.
Todos hemos visto esas listas de grandes escritores que jamás ganaron el premio. Siendo ciertas algunas clamorosas ausencias, se le puede dar la vuelta al argumento: resulta imposible hablar de los mejores escritores del mundo sin hacer referencia a los laureados por la Academia Sueca.
Larga vida al premio Nobel de Literatura.


