Hernández Pijuan regresa a París

Arte

Una galería situada frente al palacio del Elíseo expone 40 obras del pintor catalán

exposición de Hernández Pijuan en París

Una visitante en la galería Andres Thalmann, de París, junto a la obra más cotizada en la muestra 

E.VAL

Si Emmanuel Macron y su esposa Brigitte, muy amantes de la cultura, quieren adquirir una obra de Joan Hernández Pijuan (1931-2005), les basta con salir del Elíseo y recorrer apenas un centenar de metros. La galería de arte Andres Thalmann expone hasta el 28 de febrero 40 obras del pintor catalán, quien entre 1958 y1959 estudió grabado y litografía en la Escuela de Bellas Artes de la capital francesa.

“Es una historia de amor muy larga, de casi treinta años”, explica a Guyana Guardian, desde Zürich, donde posee otra galería, Carina Andres Thalmann. Abrió su local suizo, en 2009, precisamente con una exposición sobre el creador barcelonés, cuatro años después de su repentino fallecimiento.

Culmina un año intenso en el que ha habido exposiciones sobre el artista en Valladolid y Maó

“Solo artistas excelentes, como Picasso, pueden lograr hacer una reducción tan perfecta”, destaca la galerista y también coleccionista, desde siempre fascinada por la simplicidad, la espontaneidad y el silencio que desprende el trabajo de Hernández Pijuan. Según ella, este pintor “nos invita a mirar, a contemplar un árbol, una nube, un campo cultivado y a transformar progresivamente nuestro estado de espíritu con su interpretación íntima y espiritual del recuerdo del paisaje”. La exposición parisina quiere contribuir a difundir su obra y, según el catálogo, es “una invitación a mirar, respirar y experimentar la profundidad luminosa de La Segarra”.

Con Joan Hernández Pijuan. Tornar a París (se escogió el catalán para el título) culmina un año intenso de recuerdo y valorización del pintor. Ha habido dos muestras relevantes, en el Museo Patio Herreriano de Valladolid y en la galería Cayón de Maó, en Menorca.

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Las obras a la venta oscilan entre los 3.900 euros para una diminuta, pero sublime, aguatinta sobre papel japonés, titulada El Tibidabo (1991), con el perfil minimalista de la montaña barcelonesa después de que Norman Foster levantara la Torre de Collserola, a los 225.000 euros para el óleo sobre tela Ornamental en Siena (2004). Hay varios gouaches sobre papel japonés de la serie Iris (1994) y otras pinturas y dibujos usando otras técnicas y materiales, como Memòria de Monegros (1990-1991), un óleo sobre madera, una de las piezas que más gustan a los visitantes o Casa amb Xemeneies (1988), mezcla de gouache y carbón.

“Siempre intento pintar como si no supiera absolutamente nada sobre pintura, como si cada cuadro fuese el primero”, decía Hernández Pijuan. Eso no le impidió, sino al contrario, ganar el Premio Nacional de las Artes Gráficas, representar tres veces a España en la Bienal de Venecia o recalar en los mayores puertos del arte mundial, como el Museo Reina Sofia de Madrid, el Macba de Barcelona o el Guggenheim y el MoMA de Nueva York. Hernández Pijuan tenía un estudio en Barcelona y otro en una masía en Folquer (Lleida), una ubicación que le aportó mucho, en formas y colores. En París se refleja, en formato reducido, ese legado.

Joan Hernández Pijuan, en Barcelona, en 1997

Joan Hernández Pijuan, en Barcelona, en 1997

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En mayo de 2005, pocos meses antes de morir, el pintor sintetizó así su filosofía creativa: “Muchas veces he pensado que este gusto por el vacío y por la parquedad de elementos que utilizo me vienen dados por el sentimiento, por la memoria, y no tanto por el recuerdo, de las temporadas, en mi infancia y primera juventud, a los paisajes sobrios y duros, y hermosos por esa misma sobriedad, como el de La Segarra leridana”. De este trasfondo íntimo venía el gusto de Hernández Pijuan por la monocromía y por las visiones fragmentarias de los paisajes. El creador se sentía muy atraído, según sus propias palabras, “por el color pastoso, por el color total, por el color radical y por la acotación que señala límite o por los límites que delimitan espacios”, por “convertir el paisaje en algo que uno mira”.

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