El Evangelio según San Mateo dice: “Pedid y se os dará”. En inglés, “Ask and it will be given to you”. Y con la polisemia del verbo ask, que en inglés es tanto pedir como preguntar, es con lo que juega la exposición Hear Us (Escúchanos) que puebla la Abadía de Canterbury, eje central de la Iglesia anglicana. Hear Us es una exposición de contrastes, que puebla de grafitis el interior de la abadía; unos grafitos que hacen preguntas fundamentales dirigidas a Dios: “¿Dónde estás?” “¿La enfermedad es pecado?” “¿Por qué todo el dolor?”.
Según Alex Vellis, responsable del proyecto —Sven Stears, Henry Madd, Jasbir Dhillon, Adam Littlefield, Alice Gretton y Callum Farley—, optó por el grafiti porque “es el lenguaje de quienes no son escuchados”. Esa muestra de arte y de testimonio ha hecho que la intervención se sume “al coro de los olvidados, los perdidos y los asombrados: personas que quisieron dejar su marca, decir “yo estuve aquí”, y permitir que sus trazos llevaran su voz a través de los siglos”.
Pese a la bondad de la intención, para algunos la reverenciada Abadía de Canterbury está ahora llena —como el infierno— de buenas intenciones y poco respeto. La elección de la reverenda Sarah Mullally como arzobispa de Canterbury ha llevado a muchos fieles a visitar el templo y a sorprenderse con las inscripciones en aerosol, que están hechas sobre papel pegatina y adheridas a los muros. “Parece un párking subterráneo”, comentó uno de los feligreses en The Times.
Aunque las pintadas se retiraran antes de marzo de 2026, cuando Canterbury acogerá la entronización de Mullally, el debate ha resultado tan profundo que, de la misma manera que la muestra comparte las dudas de los fieles, los rectores de la catedral han decidido compartir, en un gesto infrecuente, las críticas a Hear Us. Algunas tan crudas como calificar de “sacrílego” el trabajo.
La Abadía, mientras tanto, ha aprovechado para recordar que sus muros y columna ya están plagados de grabados toscos, cruces, iniciales y palabras. Los grafitis del siglo XVII, de alguna manera, en el que los peregrinos y visitantes dejaban la huella de su presencia y de su fe. Que, como fe, con toda seguridad les llevó a plantearse alguna vez las preguntas que pueblan —e indignan— a la feligresía de Canterbury.


