Empecemos por lo más cercano: Barcelona. Y si hay algo que representa a la ciudad en todo el mundo es la arquitectura de Gaudí. A él está dedicado Antoni Gaudi. Vida i obra / Antoni Gaudi. Vida y obra (Pòrtic / Arpa) de Armand Puig, un recorrido por la biografía y las creaciones del genio del modernismo. Dado que el autor es presbítero y teólogo, incide de forma especial en la fe del personaje, sin la que no se entiende su producción.
El libro aporta nuevas perspectivas sobre la personalidad del arquitecto a partir de documentación descubierta recientemente; pone empeño en desmentir las leyendas apócrifas que distorsionan su figura y analiza en profundidad los edificios que construyó.
También tuvo un vínculo con Barcelona y también se enfrentó a las reticencias de los más conservadores el pintor uruguayo Joaquín Torres-García, cuyas estupendas memorias, Historia de mi vida (Fórcola ), regresan a las librerías después de demasiados años fuera de circulación.
En su fructífera etapa barcelonesa, el artista conoció entre otras figuras relevantes a Gaudí; dejó en la ciudad sus murales noucentistas y evolucionó hacia las vanguardias con lo que denominó universalismo constructivo. Su fecunda carrera lo llevó, tras la estancia barcelonesa, a recalar en ciudades como Nueva York y París.
Si Torres-García vivió la eclosión de las vanguardias, la Barcelona de los setenta fue escenario de otra sacudida cultural y política: la contracultura. Pepe Ribas la vivió en primera fila como fundador de la revista Ajoblanco y evoca esa época en Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler (Libros del K.O. ), su segundo libro de memorias después de Los 70 a destajo . Aquí se centra en lo que denomina “la explosión libertaria”, un espejismo que terminó evaporándose debido a los efectos aniquiladores de la heroína y sobre todo a la normalización de la política española tras las convulsiones de la transición.
Son estos años efervescentes y convulsos que siguieron a la muerte de Franco los que reconstruye el libro. Aparecen muchos nombres conocidos, buena parte de los cuales dejaron atrás esas rebeldías juveniles y están hoy instalados en posiciones ideológicas en las antípodas.
⁄ Barcelona es el escenario de una biografía de Gaudí y de parte de las memorias de Torres-García
Otro superviviente de aquella época es Nazario. Tras dos interesantes volúmenes de memorias – La vida cotidiana del dibujante underground y Sevilla y la Casita de las Pirañas– publica ahora Crónicas del gran tirano (Anagrama), centrado en un alcohólico al que conoce en la plaça Reial. A través de las andanzas de este personaje y las de sus colegas de indigencia, el volumen traza un retrato de la Barcelona marginal.
También en aquellos años contraculturales inició su periplo Vicenç Altaió, que en El somni de la subversió (Galaxia Gutenberg) evoca sus múltiples aventuras por los territorios de las vanguardias y la experimentación poética y artística. Asoman por estas páginas artistas plásticos, poetas, exposiciones, revistas y otras manifestaciones culturales que pretendían abrir un tiempo nuevo en los años finales del franquismo y la etapa de la transición.
Un siglo antes, también rompió moldes Paul Cézanne, cuya correspondencia con Émile Zola se ha reunido en Cartas cruzadas (1858-1887) (Acantilado ). Son un documento excepcional no solo sobre la amistad que los unió, sino sobre los debates culturales y las polémicas que acompañaron a uno y otro, incomprendidos en ocasiones, escandalosos en otras y finalmente dos figuras clave de la literatura y el arte de la segunda mitad del siglo XIX francés.
Las cartas son la base de Un matrimonio epistolar (Elba) de Caterina Cardona, que reconstruye la relación de Giuseppe Tomasi di Lampedusa con la baronesa Alessandra Wolff von Stomersee, que era psicoanalista. Se casaron en 1932 y la primera década como matrimonio pasaron la mayor parte del tiempo separados, de modo que la correspondencia era su principal vía de comunicación. Hoy es un testimonio de su historia íntima y también de un mundo que estaba en vías de extinción.
Conectado con el mundo aristocrático del autor de El Gatopardo está el universo parisino de Marcel Proust, al que Laure Murat dedica Proust, novela familiar/Proust, novel·la familiar (Anagrama ), libro que entrecruza al autor de En busca del tiempo perdido con el periplo vital de la autora, en una suerte de doble recorrido biográfico por las vivencias familiares.
En Estados Unidos no hay aristócratas, pero sí una aristocracia intelectual de la que sigue siendo un representante destacado la revista The New Yorker , que este año ha llegado a centenaria. De sus lejanos orígenes en 1925 nos habla James Thurber en Mis años con Ross (Libros Walden), retrato cariñoso y cargado de ironía del singular fundador, Harold Ross, con el que el ingenioso humorista Thurber trabajó desde los inicios como editor de la publicación.
Por las páginas del libro asoman personajes legendarios como S.J. Perelman, Hemingway, Fitzgerald, Herman Mankiewicz, Charles Addams y Groucho y Harpo Marx.
⁄ También en la capital cultural ‘se mueven’ las memorias de Pepe Ribas y Nazario, años de drogas y rebeldía
También tira de humor, pero mucho más ácido y amargo, Simon Gray en sus Diarios de un fumador (Gatopardo Ediciones). Para él la autoironía era una coraza que le permitía protegerse de las miserias de su vejez, en la que se combinaban los achaques propios de la edad con el olvido en el que estaba cayendo su antaño triunfante carrera como dramaturgo. Para Gray el mundo es un asco, pero nos lo cuenta con buenas dosis de humor y flema muy british .
Más cerca nos queda, aunque esté hoy muy olvidado, Azorín, cuya figura reivindica Francisco Fuster en Azorín, clásico y moderno (Alianza). El libro, que debería ayudar a resituar al gran estilista del 98, es una aportación relevante, porque deshace los tópicos a los que se suele recudir al escritor. Y explora la riqueza de la vida y obra de un escritor muy longevo cuya peripecia intelectual recorre el último tercio del siglo XIX y buena parte del XX.
Mucho más recordada es la autora de Entre visillos y Nubosidad variable, a la que José Teruel dedica Carmen Martín Gaite. Una biografía ( Tusquets), que ha recibido el premio Comillas en el año del centenario del nacimiento de la novelista. Un retrato completo y complejo de una figura muy querida, a partir de abundante documentación inédita y testimonios directos de quienes la conocieron.
Libro de familia (Piel de Zapa ) reúne las tres narraciones – Otro mundo, Esas vidas y Claudio, mira – de Alfons Cervera en torno a su familia y los secretos que se esconden en el pasado, relacionados con la historia de este país y sus sombras. Por su parte, André Aciman reconstruye en Mi año romano (Alfaguara) su adolescencia en esa ciudad, cuando tuvo que abandonar Alejandría con su madre y su hermano pequeño, dejando durante un tiempo en Egipto a su padre.
La familia era sefardí y las convulsiones políticas los obligaron a empezar una nueva vida en Italia. En esta obra recrea los años que pasó allí antes de que la familia emigrara de nuevo, en esta ocasión a Nueva York.
⁄ Las cartas desvelan la vida de los Wittgenstein y de los Lampedusa y la amistad entre Zola y Cézanne
También están vinculados con el peso de la historia los recuerdos de Ferdinand von Schirach, tremebundo narrador de dramas judiciales, que en Café y cigarrillos (Salamandra ) repasa episodios de su vida, en la que el pasado nazi de su progenitor tiene un papel no precisamente irrelevante.
De un modo muy diferente sufrió el nazismo la filósofa Hannah Arendt, sobre la que acaba de llegar a las librerías Hannah Arendt. Una biografía intelectual (Anagrama) de Thomas Meyer. El autor ha manejado nueva documentación hasta ahora desconocida y explora en especial el activo papel de la filósofa en la salvación de niños y jóvenes judíos durante los primeros años de su forzado exilio.
Otro que sufrió en sus carnes el nazismo como judío polaco fue
Zygmunt Bauman. Nunca escribió su autobiografía, pero Mi vida en fragmentos (Paidós) reúne todos los textos en los que evoca episodios de una existencia, marcada primero por el nazismo y después por el comunismo, que lo empujó a abandonar su Polonia natal en 1968.
Otra gran figura de la filosofía contemporánea, Ludwig Wittgenstein, ocupa un lugar central en el jugoso epistolario de Los Wittgenstein, una familia en cartas (Acantilado ), que reúne la correspondencia entre Ludwig y sus hermanos. El libro es una ventana a la compleja personalidad del personaje, pero también a la historia de una de las familias más ricas y peculiares de Viena, entre cuyos vástagos había un pianista manco tras la Primera Guerra Mundial –Paul–, una hermana –Margaret– recordada por el retrato que le hizo Klimt, y tres hermanos que se suicidaron en plena juventud.
En una carta que Ludwig le escribió a su hermana Helene en 1934 se definía a sí mismo de este modo: “Escribes en tu última carta que soy un gran filósofo. Efectivamente, lo soy, pero no quiero escucharlo de ti. Llámame buscador de la verdad y me quedaré satisfecho. Tienes razón, toda vanidad me es ajena y ni siquiera la veneración ilimitada de mis alumnos puede nada contra mi intransigente autocrítica. Es verdad, lo admito, que a menudo me asombra mi propia grandeza y no puedo entenderla, pese a mi inmensa capacidad de comprensión. Pero basta ya de palabras, pues las palabras están vacías frente a la plenitud de las cosas”.
Y, por último, dos mujeres fascinantes vinculadas con hombres muy famosos. Oona O’Neill (Circe ), cuya vida –que nos cuenta Jane Scovell – estuvo marcada por ser la hija del dramaturgo Eugene O’Neill, el amor de J. D. Salinger y la esposa de Charles Chaplin, que le llevaba treinta y seis años y con el que tuvo ocho hijos. Su vida, no siempre feliz, recorre el mundo cultural del siglo pasado.
Por su parte, Anne Morrow Lindbergh fue la esposa del célebre aviador. En A Oriente por el norte (Nórdica ) relata la larga travesía aérea que ambos emprendieron en 1938, cuando ella era una novata en estas lides y ejerció de radioperadora y copiloto. El periplo les llevó a descubrir mundos desconocidos: la isla del Rey Guillermo poblada por inuit, la península de Kamchatka en la que cazaban los tramperos rusos, el remoto Japón…