Un buque varado en una calle empedrada a doscientos metros del Atlántico. Su vientre tiene pasarelas, perfiles y tubos de acero, escalinatas de abordo, un pabellón de cristal en silencio blanco. Y en el centro alberga un cubo donde tres aeróvoros de Martín Chirino extienden sus alas a punto de emprender la levedad del vuelo, y convertirse en pájaros dentro del viento.
Tres poéticas piezas sujetas al ideario del escultor canario de conseguir con el mínimo material la máxima expresividad. Su ingrávida belleza, el movimiento en la quietud, su polisemia con la vibración del horizonte que en su infancia imaginaba mover, es el comienzo del viaje por la espléndida exposición Crónica del siglo.
'El viento'
Un tributo al artista que soñó el Centro Atlántico de Arte Moderno como una isla de encuentro con vocación tricontinental, África, América, Europa y que él mismo dirigió con su perfil de gestor (lo fue también del Círculo de Bellas Artes de Madrid en la fiesta creativa de los 80) desde su apertura en 1988 hasta el 2002.
Pero es ahora cuando por vez primera su legado vanguardista colma una solvente exposición, abierta hasta el 30 de agosto y comisariada por Fernando Castro y Jesús M. Castaño, de 74 piezas a modo de escalas creativas: Ladies (1968-1970), Aeróvoros (1973-76), Afrocanes (1973-1976), Alfaguaras (2000-2003), Cabezas (2010-2018).
El Paso. Vanguardia y compromiso
Cumple diez años la Fundación Martin Chirino. Otro sueño del escultor en su barrio natal donde El castillo de la luz se convirtió en una caracola que alberga la memoria de la piedra medieval, la memoria del hierro del arte. Y con motivo del centenario del artista canario sus salas muestran hasta el 30 de agosto la exposición ‘El Paso. Vanguardia y compromiso’, comisariada por el director de la Fundación Jesús M. Castaño. Una exquisita selección de obras, publicaciones y carteles, centrada en los tres años vinculares y celosos del heterodoxo grupo que revolucionó el arte español, desde su vigente expresividad abstracta y su poética artística del compromiso.
Antonio Saura, Luis Feito, Juana Francés, Pablo Serrano, Manuel Viola, Rafael Canogar, inmersos en la insurrección plástica del informalismo hacia la abstracción, brillantes en las piezas de la coqueta muestra con su Manifiesto fundacional de 1957. Muy destacable son sus tres emes de lo matérico como sujeto expresivo, movimiento y lenguaje, presente especialmente en la arpilleras y mallas de Manolo Millares, rotas, recosidas, con pigmentos terrosos, heridas tensas en la batalla dramática de un bastidor. En la telaraña de alambre y también malla de rupturas de Manuel Rivera, en la que suspende en el aire volúmenes, gravitaciones, ritmos, la atmósfera de la luz. Y en Martin Chirino, que no teje como ellos, pero si comparte lo matérico, la gestualidad de la metamorfosis del movimiento, y la conciencia del espacio. Tres maestros cuyas obras de la exposición continúan siendo hipnóticas por su intensidad expresiva y la innovación del lenguaje con el que el arte dio un paso rebelde al futuro, en un tiempo donde imperaba lo prohibido.
Su actualidad y vigor permanecen, el diálogo entre ellos también. De nuevo Chirino y Rivera lo harán en septiembre en Guillermo de Osma. Una galería por la que siempre están de paso.
Las series de un artista que aunó en su obra la duda sistemática del pensador y sus fabulaciones de poeta del hierro. Austero y virtuoso del dibujo, siempre fundamental en el vacío, fiel a su brújula de la materia como elección, el concepto claro, y a que lo que va contando la forma es lo que ilusiona, y define la obra.
Qué bien pensaba con sus manos elocuentes y lentas cuando hablaba; firmes con el martillo de bola al entallar los colores del hierro y del fuego. Rojo, cereza, naranja, los destellos de la intuición, amarrado atrás para los golpes fuertes y espaciados, en medio con los rápidos y repetitivos, concentrado en yunquear la carnalidad del hierro y la intimidad de cada pieza.
'Afrocan'
Martín Chirino disfrutaba de escolar delineando los mapas con relieve, con la observación de las hélices en el torno del astillero de su padre, y de la escritura espiral del viento con sílabas de arena. Los tres detonantes de la vocación que lo convirtieron en uno de los grandes escultores de la vanguardia, y pionero español en el mercado norteamericano de los años sesenta.
Chirino, además de la galería Grace Borgenicht, tuvo taller en Nueva York, con sus idas y vueltas a la roca de su isla, nómada en su constante abstracción intelectual del hierro desde sus inicios formativos en Inglaterra, en Italia, con el influjo de Julio González al que él le añadió el vuelo, en los sesenta existencialistas de París, en la periferia de Madrid donde tuvo su forja de Valyunke, su paraíso de Vulcano. Chirino con su delantal tatuado por la saliva del fuego y las esquilas incandescentes, desmaterializando el hierro, conversándole su condición ritual, casi mágica.
Trayectoria
Martín Chirino nació en Las Palmas de Gran Canarias el 1 de marzo de 1925 y falleció el 11 de marzo de 2019.
Su formación transcurrió en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, y en la School of Fine Arts de Londres; en 1957 entró a formar parte del grupo El Paso, con el que participó en la Bienal de São Paulo de 1959 y en la exposición del MoMA de Nueva York de 1960. Premio Nacional de Artes Plásticas, Medalla de Oro a las Bellas Artes y el Premio Canarias de Artes Plástica, Chirino vivió largos períodos de tiempo en Nueva York, especialmente a partir de 1974. Trabajó en el neoyorquino estudio de la escultora Beatrice Perry en Southwood, Germantown y expuso regularmente en aquella ciudad y otras de Norteamérica, donde su obra fue reconocida internacionalmente. También vivió en Morata de Tajuña, donde tuvo su estudio Valyunque.
Todo en su obra está conectado. No sólo la espiral que simboliza el viaje desde el origen al universo, y el eterno retorno de Nietzsche, sino también el vínculo de sus piezas a través de un hilo invisible que las pespunta en su magnetismo lírico y en su libertad expresiva.
Se aprecia perfectamente, gracias al excelente montaje, en la exposición del CAAM, que ofrece un ritmo pausado en torno a las esculturas, sutiles, hipnóticas, limpias y descentradas en el espacio, como a él le gustaba ordenarlas, flotantes en su movimiento o aisladas en su lenguaje, facilitando el diálogo con la belleza de la simetría, la ligereza y la piel de sus texturas.
Se hace evidente, con cada una y en su conjunto, su condición de calígrafo y coreógrafo de líneas afinadas que se expanden, de la seducción de la curva sin torsiones violentas, del desafío a la gravedad, de gestualidad contenida y geometría esquemática con las que esculpe en el espacio lenguas de agua y poemas minerales –sus Alfaguaras telúricas y aéreas–, la invocación sensual de la feminidad de las Mediterráneas (1980-1990);
'El pensador'
Una enhiesta Espiga (1956) mecida en el aire; diosas ancestrales –sus Ladies – mestizaje entre las vestales de la fecundidad insular y los versos de poema “Lady Lazaru” de Sylvia Plath, cuya dialéctica entre fortaleza, debilidad y renacimiento Chirino tradujo a la escultura, a modo de danza de un alfabeto, de raíces de un paisaje y espíritu totémico de la naturaleza.
Una de estas piezas de carácter monumental es Lady Harimaguada (1996) icono de bienvenida a la isla. A su imantación se le une El Pensador (2001), expresiva en su grandilocuencia figurativa y filosófica sobre la levitación del pensamiento, en medio del campus universitario. Siempre simbólico Chirino.
Y también lúdico con Greta Garbo (1984), introspectiva gestualidad de la contención emocional, sujeta a la distancia precisa de la mirada. Su reflejo es la ondulación sensual del volumen que juega con el vacío y el espacio circundante de El Fauno (2001).
No se puede escoger temática con este maestro, herrero del arte en su lenguaje, que dialogó con González y con Brancusi, que interpretó el paisaje a través de la entonación de las formas, igual que hizo con sus Espirales (desde 1950 hasta su muerte) de los alisios, de la memoria, del tiempo, de la vida.
Una naturaleza ancestral que contiene en sí misma el centro de su ojo y a la vez se desenvuelve y expande, que escapa a la linealidad del pensamiento occidental y nos acerca a ese infinito borgiano que es el corazón de la espiral. Un escudo de Eolo para cualquier odisea. El símbolo de un escultor que al igual que Whitman convirtió la naturaleza en su poesía, y en sus mundos.
Martín Chirino. Crónica del siglo CAAM, Gran Canaria www.caam.net Hasta el 31 de agosto
