Escrito en la carne

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Tatuaje

La literatura y los tatuajes cruzan sus caminos 

 

Hace ya medio siglo desde que apareció en una playa de Barcelona el cadáver de un joven con el rostro desfigurado y una leyenda escrita en la piel que decía: “He nacido para revolucionar el Infierno”. En Tatuaje el detective Pepe Carvalho tuvo que transitar muchas calles sin salida hasta averiguar el sentido de ese mensaje. Decía agudamente el gran experto en comunicación Marshall McLuhan que “el medio es el mensaje”. Pero cuando el medio es el cuerpo y el soporte es la propia piel, ¿cuál es el mensaje? ¿Cuál es la narrativa de los tatuajes que nos muestra (o esconde) la gente con la que nos cruzamos?

El cuerpo enunciado (ed. Siglo XXI) de Pablo Cerezo explica cómo el mundo griego, rodeado de enemigos con afición a marcarse la piel como distintivo guerrero o de clase social (tracios, persas, sirios, egipcios), era contrario al tatuaje. De hecho, se referían al tatuaje como stigmata, que significa marca o señal, pero que ha dado pie a la palabra estigma. Posteriormente, el cristianismo continuó esa estigmatización: la Biblia prohibía rasgar un cuerpo que Dios había hecho a su imagen y semejanza. En este siglo XXI la percepción sobre estampillarse la piel ha cambiado.

Había en nuestra literatura occidental pocos protagonistas con tatuajes. El arponero Queequej de Moby Dick, que al principio es visto por Ismael como un ser terrorífico, lleva unos cuantos, aunque no es sorprendente teniendo en cuenta que es polinesio. Piratas aparte, hemos de venir hasta el siglo XXI para encontrar un protagonista tatuado: la Lisbeth Salander de la serie Millennium que escribió Stieg Larsson, brillante pero poco sociable. El escritor rumano Mircea Cartarescu en su inmersión en la alucinación crea una de las escenas más poderosas de El ala izquierda en el momento en que Herman tatúa en la cabeza rapada de Anca un planisferio completo del universo infinito. En El hombre ilustrado, Ray Bradbury hace que marque el tempo del libro un vagabundo con el cuerpo totalmente tatuado por una viajera del tiempo. En un repaso veloz a literatura y tatuajes no podía dejar de mencionar a uno de los profesores de literatura más entregados a la causa que he conocido, Gabriel Lara, que anima a la lectura incluso desde su propio cuerpo, tatuado con frases de Valle-Inclán, Annie Ernaux o Muñoz Molina.

Me pongo al habla con Pablo Cerezo y le pregunto si se puede hablar de una narrativa del tatuaje: “Sin duda. De hecho, el boom del tatuaje tiene que ver con el cambio en un sistema que nos empieza a demandar a los individuos narrativas sobre nuestras propias vidas. Desde los años setenta la idea de tener un relato personal empieza a tener mucha importancia en términos de reconocimiento social y, sobre todo, laboral. Se nos exige ser empresarios de nosotros mismos, cuidarnos, formarnos, llevarnos a nuevos lugares. Y claro, las clases medias encuentran de pronto en el tatuaje un vehículo en el que construir esas narrativas. La piel es un espacio muy interesante para narrarnos, reflexionar sobre quiénes somos, qué nos gusta, qué momentos nos han marcado o quiénes nos definen”.

Sobre escritores tatuados… “Hay más de los que creemos y están en ascenso. Pienso, por ejemplo, en Luna Miguel, que además tiene textos fantásticos sobre el vínculo entre el cuerpo, la escritura y la lectura como Leer mata. O Nadal Suau, que ganó el premio Anagrama de ensayo con el magnífico libro sobre tatuajes Curar la piel. Con la normalización del tatuaje, ya no es un factor distintivo. Cuando Ray Loriga saltó a la fama, sus tatuajes eran un distintivo que ayudaban a configurar su personalidad y figura de escritor. Pero ahora ya no es un elemento diferencial. Autores jóvenes como Laura Chivite o Luis Mario tienen muchísimos tatuajes, pero eso ya no sorprende a nadie. Y está bien que así sea”.

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