Aunque Irlanda es hoy el tigre celta, un país próspero, dinámico y moderno, crecientemente anticlerical (a raíz de los escándalos protagonizados por la Iglesia), presidido hasta el año pasado por un hombre de origen indio y abiertamente gay…, lo cierto es que hasta hace pocas décadas había sido una nación pobre, tradicionalista y muy católica.
Esa Irlanda de antes es la que retrata John McGahern (Dublín, 1934-2006) en la que seguramente es su mejor novela, la agridulce y sutil Entre todas las mujeres (1990), de la que el autor afirmaba que podría transcurrir casi en cualquier momento entre 1860 y 1960.
Las actividades del campo, siempre repetidas: ordeñar las cabras, recoger el heno…, el férreo catolicismo (todas las tardes se reza el rosario de rodillas), el recuerdo de la guerra de independencia (1919-1921), la posibilidad de una nueva vida en Dublín o Londres…, son el telón de fondo de Entre todas las mujeres. Su protagonista es Michael Moran, pequeño propietario rural, viudo con cinco hijos, excombatiente decepcionado con el resultado de la victoria (“El país está en manos de una banda de criminales descerebrados que solo miran por su propio interés. Mejor hubiese sido que no hubiera sucedido nunca”). La novela empieza cuando se decide a tomar nueva esposa, mucho más joven que él. A partir de ahí, asistimos no tanto a la historia de una familia (pasan muchos años, pero no suceden grandes cosas) como a su disección.
Presenta a un hombre encerrado en su presunta superioridad e independencia, incapaz de establecer vínculos de afecto y de cuidado
Es extraordinaria la profundidad, la finura, la capacidad de observación… que despliega el autor en cuanto a las relaciones entre padre, madrastra, hermanas y hermanos. Michael es un patriarca a la vieja usanza (come solo, servido por sus hijas), severo y autoritario, que exige “un tipo de atención completamente centrada en su persona”, y la recibe, pero más por miedo que por amor. Sus dos hijos varones, siguiendo los mandatos de la masculinidad, se rebelan contra el padre. Las hijas, en cambio, están aparentemente “sometidas”, pero a la vez “controlando plenamente a quien las sometía”, al igual que Rose, la nueva esposa, que trata a su marido –al que llama “papá”– con respeto, cariño… y mucha mano izquierda. Le calma, le contiene, le cuida; intercede entre él y sus hijos; le obedece, pero sabe, llegado el caso, ponerle límites. Ella es el pal de paller, tanto de la familia como de la novela, que por algo se titula Entre todas las mujeres: frase, como sabemos, de la Salve, referida a la Virgen, sin duda el ideal que Rose imita. Ejemplifica también esa famosa frase de Virginia Woolf en Una habitación propia, cuando dice que las mujeres son para los hombres como “un espejo dotado del delicioso poder de reflejarlos al doble de su tamaño”.
Por extraño que parezca, a mí esta novela me ha ayudado a entender la violencia machista. Nos presenta a un hombre que, encerrado en su presunta superioridad e independencia, incapaz de establecer vínculos de afecto y de cuidado, necesita desesperadamente a su lado a una mujer dedicada a calmarle, contenerle, cuidarle, mediar entre él y el resto, obedecerle y a la vez ponerle límites…
Me imagino que los que son como él…. pero se encuentran con mujeres que ya no quieren ocupar ese lugar, reaccionan con la furia mortífera y suicida del poderoso derrocado.
John McGahern
Entre todas las mujeres
Traducción de Ángel Erro.
Tres Hermanas. 252 páginas. 22,50 euros