La tensa cena de los cuatro genios

LATIDOS

En 1922, una pareja de adinerados coleccionistas reunió en París a Pablo Picasso, James Joyce, Marcel Proust e Igor Stravinsky. Pero el encuentro no resultó fructífero.

Joyce, Picasso, Stravinsky y Proust

Joyce, Picasso, Stravinsky y Proust

REDACCIÓN / Otras Fuentes

La visita, repetida, a la estupenda exposición Crecer entre dos artistas, en el Museo Picasso de Barcelona, y la conversación que mantuve el día de la inauguración con Paloma Picasso, única hija viva del autor del Gernika, me dieron ganas de volver sobre la vida del malagueño y sobre esa etapa final que en parte se ve reflejada en la exposición.

Lo mejor que he leído sobre Picasso es la biografía en cuatro volúmenes de John Richardson. El primero obtuvo el premio Don Juan de Borbón al mejor libro del año que en la pasada década de los 90 otorgaba este diario, lo que nos dio la oportunidad de conocerle. Junto con el segundo tomo, fue publicado en castellano por Alianza. Los volúmenes III y IV han quedado por traducir, supongo que por problemas de derechos de autor relacionados con las abundantes ilustraciones.

John Richardson murió en 2019, cuando trabajaba en el cuarto, The minotaur years, aparecido póstumamente. Al acabar en 1943, no incluye la etapa de Picasso junto a Françoise Gilot –se conocieron ese año– ni el nacimiento de Claude y Paloma, ni los años que siguen hasta el fallecimiento del pintor en 1973.

⁄ Proust preguntó a Stravinsky si le gustaba Beethoven, a lo que el músico respondió que detestaba su música

Así que, descartado Richardson, para informarme sobre la época que la exposición aborda me volví a otra biografía, recientemente publicada en España, que aún no había leído: el Picasso de Patrick O’Brian (Edhasa), aparecido originariamente en 1976 y que el autor, conocido por sus novelas históricas, amplió y puso al día en 1989. O’Brian comparte varias cosas con Richardson: ambos son británicos y cultivan un estilo minucioso y a la vez desenfadado, con abundantes juicios de valor de carácter personal (los comentarios de O’Brian sobre algunas de las compañeras del pintor resultan hoy de difícil digestión). Ambos trataron personalmente a Picasso, O’Brian en Collioure, donde el escritor residía y el pintor hizo esporádicas estancias, y Richardson en distintos castillos del sur de Francia y en el ambiente del coleccionismo de primerísimo nivel. 

La biografía de O’Brian, mucho más breve, constituye un buen complemento a la de Richardson, y su ágil repaso al periodo 1943-1973 resulta muy útil, aunque su mirada a Gilot, que en los años 60 mantuvo una dura pugna con el artista tras publicar su libro-testimonio Vida con Picasso, resulta bastante crítica, por comparación con el respeto y el cariño con que es abordada en la muestra Crecer entre dos artistas .

En la lectura de O’Brian me ha llamado la atención un pequeño episodio muy anterior a esta etapa, y que también aparece en Richardson: la cena de genios que reunió en 1922 a cuatro grandes pilares del modernismo cultural del siglo XX (Pablo Picasso, James Joyce, Marcel Proust e Ígor Stravinsky), en una fiesta en el hotel Majestic de París. 

Los Schiff, adinerada pareja de coleccionistas, quisieron invitarles tras el estreno del Renard de Stravinsky escenificado por los ballets de Diáguilev, a los que Picasso estaba muy vinculado (su entonces esposa Olga Koklova había sido una de sus bailarinas).

La velada, que podría inspirar una obra de teatro del género “encuentros de grandes personajes”, resultó según parece más bien tensa. Llevar a Proust a cualquier acto público siempre iba precedido de largas negociaciones y llamadas telefónicas en las que su criada, Céleste, exigía que se cumplieran determinados requisitos alimenticios, incluida una tisana muy específica. El autor de En busca del tiempo perdido admiraba a Picasso, a cuyo taller había acudido, aunque decía “no haber entendido mucho” su obra. Iniciada la cena, el autor francés preguntó cortésmente a Stravinsky si le gustaba Beethoven, a lo que respondió que detestaba sus composiciones.

Joyce no veía ningún “talento especial” en Proust, y durante la cena éste aseguró “no conocer” la obra del irlandés. El cual, según Richardson, había llegado tarde, borracho, vestido inadecuadamente y quejándose de su mala vista, mientras Proust hacía lo mismo de su digestión. 

Picasso, por su parte, le diría a Gertrude Stein tiempo después: “Braque –a la vez amigo y competidor– y James Joyce son los incomprensibles a quienes todo el mundo comprende”.

A tenor de lo expuesto, esa cena desastrosa fue una oportunidad perdida para cruzar opiniones de altura. Quizás a los genios no se les puede pedir que, además se serlo, se muestren sociables con quienes están a su nivel.

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